Por ser pensador lúcido sin tregua en sus bregas, lo llamábamos Luis Javier Aguerrido. También, por su dureza contra el viejo régimen cuando sí había acoso a la disidencia, Carlos Monsiváis lo bautizó con un alias de tinte más de homenaje que de apodo: El Antipristo. Se trata de Luis Javier Garrido Platas (1941-2012), imprescindible intelectual mexicano, cuyo legado renovó la ciencia política al desentrañar la historia del PRI; y su labor intelectual fue una versión escrita de la resistencia contra el autoritarismo. La voz de Garrido era luz que exponía oquedades umbrías del país y al mismo tiempo un faro guía de cómo enfrentarlas.
Hijo del ex rector de la UNAM Luis Garrido Díaz; lector audaz desde niño –a instancias también de su madre, Elena Platas–; formado en la Facultad de Derecho y la Sorbona; discípulo –o más bien colega– de Maurice Duverger; seguidor moral –o más bien amigo epistolar– de Julio Cortázar, académico del Instituto de Investigaciones Sociales, Garrido fue un enciclopédico ilustre, sapiente de diversas ramas (desde los sistemas políticos de cualquier país hasta entrañables curiosidades del cine italiano y el futbol barcelonés), cuyo brillo se realzó porque, aunado a una humildad amable, lo expuso en favor de las mejores causas. Empero, siempre vio en actores a ras de suelo a sus más claros maestros. Orgulloso, blandía como referentes al EZLN, los estudiantes de la UNAM en 1999, los campesinos de Atenco y la resistencia civil de 2006. Luis Javier fue un gigante que increpaba a los de arriba y aprendía de los de abajo.
En La Jornada, Garrido publicaba sus textos los viernes (porque a juicio del Aguilar Camín de otros tiempos, “ese día había más difusión”), en un formato original de 10 puntos breves. Sus decálogos, así, eran disecciones precisas del momento histórico y también consignas férreas para tomar las calles contra abusos. Acaso por ello el salinismo trató de censurarlo –junto a El Fisgón y Magú–, condicionando al diario un pago legal sólo si se corría a esos colaboradores, a lo que el entonces director Carlos Payán dignamente se negó.
De Garrido sobresalieron siempre su firmeza crítica, su quirúrgico saber y su visión premonitoria. Tres timbres al respecto:
Auditorio Carlos Lazo de CU, 10 de noviembre de 1998. En un homenaje a su padre, Luis Javier resaltó el valor de la UNAM y, frente al rector Francisco Barnés, advirtió que la defendería sin ambages “si desde el poder se pretendiera privarla de su vocación pública”, cuestión que él preveía desde años atrás, cuando fue delegado en el Congreso Universitario. Cuatro meses después, el Consejo Universitario aprobó el proyecto privatizador que suscitaría el movimiento estudiantil de 1999, del que Garrido fue firme abogado y al cual se debe que ya nadie siquiera insinúe que la UNAM deba privatizarse, cuestión abonada en 2007, cuando fue candidato a rectoría y otros aspirantes secundaron sus ideas por una universidad pública. Luis Javier leyó bien el panorama porque miró con ojo crítico las tesis del poder y con solidaridad las de la pluralidad estudiantil movilizada.
Enero de 2007. Calderón aparece vestido de militar. Garrido auguró: la añagaza de la “guerra contra el narco” es gesto de sumisión del presidente espurio a Washington, cuyo costo social será alto. Después, en 2011, ante la emisión de una serie televisiva llamada El equipo, destinada a glorificar a García Luna, reviró: “Quien más vanagloria se hace, más corrompido está”. Hoy, García Luna está preso y la guerra de él y su jefe aún sangra porque sí fue una farsa sumisa.
Abril de 2011. Garrido había redactado poco antes los principios de Morena como movimiento. Sin su firma, el documento rebosa su estilo: se inspira en gestas mexicanas –sobre todo indígenas– y clama por derechos sociales y soberanía. Y está expuesto en 10 puntos, como acostumbra. Entonces Garrido comenta: “Morena sacudirá al sistema de partidos, y si se aboca a la recuperación de soberanía, será referente en Latinoamérica”. Hoy Morena vive aristas cuestionables, pero sus claros democráticos validan el augurio: en 2018 fue el partido más votado en la historia, reconfiguró la competencia partidista y apuesta por la soberanía.
¿Qué diría Garrido hoy? Sin duda encabezaría una lucha ingente contra el poder de facto de las derechas. Pero también haría lo propio para correr a la izquierda la transformación: hablaría en pos de migrantes y defensores de territorio; develaría entretelones de la lentitud de la FGR, y reivindicaría la condición de movimiento, más que partido, de Morena, para desplazar al oportunismo y ver a la izquierda altermundista, como el EZLN, si no como aliado, al menos como luz ética.
El 9 de noviembre Garrido celebraría su octogésimo aniversario y en febrero evocaremos la primera década de su ausencia física. Que su partida aún duela prueba que, aun con su brillo permanente en la memoria colectiva, su voz en lucha siempre hará falta.
* Académico de la Universidad de Hradec Králové, República Checa. Autor del libro Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional.