Bugobi. Cuando el Covid-19 provocó el cierre de escuelas en Uganda, Livingstone Musaala renunció a su trabajo de profesor de matemáticas para dedicarse a construir féretros asequibles para los enlutados vecinos de su pueblo.
La elección le valió críticas y reproches, incluso desde su propia familia que le acusa de aprovecharse de la dramática situación en su pueblo Bugobi, unos 140 km al este de la capital Kampala.
"Entre todas las ideas de negocio, ¿tú escoges vender féretros, como si desearas la muerte de la gente?" le reprochó un familiar, recuerda el profesor de matemáticas.
Privado de su salario, Musaala rápidamente se dio cuenta que podía fabricar ataúdes a precios considerablemente más bajos que las desorbitadas cantidades exigidas por la mayoría de carpinteros ante la explosión de la demanda causada por la pandemia.
"No fue una decisión fácil, pero la gente me lo reconoce ahora", explica este padre de dos niños, con 28 años.
Sus vecinos de Bugobi ya no deben recorrer largas distancias para encontrar féretros a precios razonables.
"En el pico de la pandemia, los negocios iban bien, vendíamos diez ataúdes por día", explica el nuevo ebanista, que vende sus productos por entre 150 mil y 450 mil chelines ugandeses (41.7 a 125 dólares).
Su éxito llevó a una treintena de profesores en su misma situación a unirse a él. Y también como él, la mayoría no quieren volver a enseñar aunque las escuelas reabran.
El sistema escolar en jaque
Esta desafección amenaza el sistema escolar de este país del este de África, ya muy castigado por las consecuencias económicas y sociales de la pandemia.
Unos 15 millones de alumnos dejaron de ir a la escuela tras el cierre de la educación del gobierno en marzo de 2020. Algunas asociaciones temen que esto haya provocado un incremento de los embarazos en adolescentes y del trabajo infantil.
Al no tener ingresos, algunas escuelas se transformaron en hoteles o restaurantes. Otras se hunden bajo la deuda, incapaces de reembolsar sus préstamos desde hace meses, lo que hace incierta la paga de los profesores que retomen su actividad.
De media, un profesor en una escuela privada de Bugobi gana entre 98.5 y 255 dólares al mes.
"Entre la educación y la carpintería, me quedo con la carpintería porque se paga bien", dice a AFP Godfrey Mutyaba. "Me encanta enseñar pero dado mi pobre salario, no volvería", añade.
Livingstone Musaala también ha decidido que no volverá a dar clases. Aunque la pandemia esté a la baja tras un rebrote en junio y julio, seguirá como carpintero.
Su objetivo es diversificar su oferta con la fabricación de muebles. "El Covid-19 me ha enseñado que hay vida fuera de la enseñanza", asegura.