El martes de la semana pasada compareció ante el Congreso de Estados Unidos una ex funcionaria de Facebook. En sus declaraciones señaló que altos ejecutivos de esa empresa han ignorado sistemáticamente las advertencias sobre el daño que miles de mensajes enviados por los usuarios de Facebook e Instagram hacen a la democracia, a niños, jóvenes y a la sociedad en general. Los mensajes de odio y desinformación son habituales en ambas plataformas, esto ha contribuido a graves sucesos, como los ocurridos el 6 de enero en Estados Unidos, y en países como Etiopía y Myanmar. Añadió que los mensajes enviados en contra de la vacunación han causado desorientación y dudas sobre la necesidad de recibir la vacuna. La conclusión de la comparecencia la ofreció un senador cuando señaló que el señor Zuckerberg es el diseñador del algoritmo y jefe de la caja negra en que se ha convertido Facebook.
Lo que omiten esos juicios es que el problema de fondo no necesariamente es la libertad o irresponsabilidad con la que se conduce uno de los ejecutivos más exitosos en la comunicación por Internet, sino la permisividad que los propios legisladores han concedido, no sólo a Facebook, sino a las corporaciones y empresas en todas y cada una de las ramas industriales, financieras, comerciales y de servicios. Ejemplos abundan: el desastre del sistema financiero e inmobiliario en 2008, o los constantes fraudes y abusos que las compañías de comunicación cometen en contra de los usuarios. Lo mismo se puede argumentar sobre las compañías de aviación, de energía eléctrica y del petróleo.
Se pueden enumerar los mismos descarríos hasta el infinito, pero lo que no se puede negar es que en el fondo el problema reside en el Frankenstein que se ha construido al amparo del “libre mercado”. Es evidente que cuando Adam Smith habló de libre mercado nunca imaginó que la irresponsabilidad de quienes han sido sus usufructuarios llegara a los excesos que una y otra vez se cometen en su nombre.
Las admoniciones que hoy hacen los responsables de construir y hacer cumplir las leyes en contra de corporaciones y empresas, incluidos sus más connotados presidentes, directores y gerentes, continuarán siendo estériles mientras no se entienda que ha sido el “libre mercado” sin taxativas el responsable de la barbarie económica que ahora tratan de juzgar. No deja de ser extemporáneo e hipócrita el reclamo por haber sido ellos mismos los que ponderaron esa barbarie.