Kandahar, Afganistán. En Kandahar, cuna de los talibanes en Afganistán, casi no se ven mujeres en las calles desde el regreso al poder de los fundamentalistas. Pero Fereshteh, Fauzia y otras compañeras intentan vencer sus miedos para poder seguir trabajando o estudiando.
Fereshteh y Zohra tienen casi la misma edad, 23 y 24 años, y el mismo temor: que un talibán se les acerque por sorpresa y les lance ácido al rostro, para que se les pasen las ganas de ir a clase.
Desde su regreso al poder a mediados de agosto, los talibanes no han atacado físicamente a las mujeres que estudian o trabajan en Kandahar (sur), según varios testimonios. Y el último ataque con ácido contra colegialas o estudiantes en la misma ciudad se remonta a más de doce años.
Pero el recuerdo de los años 1990, cuando los talibanes impedían a las mujeres trabajar, estudiar o salir solas o sin burka, bastó para que estas últimas desertaran las largas y polvorientas avenidas comerciales de Kandahar.
Las pocas mujeres que se ven en las calles son como sombras con burkas, que apresuran el paso entre las tiendas, con las bolsas de compra en la mano.
"Antes estábamos contentas de venir a trabajar, ahora nos angustia", dice a la AFP Fereshteh Nazari, directora de la escuela para niñas Sufi Sahib de Kandahar.
"En la calle, los talibanes no nos dicen nada, pero se ve que nos miran de reojo".
"No vamos a ninguna parte"
En la escuela en la que trabaja, "la mayoría de los padres ya no envían a sus hijas de más de 10 años a clase" porque ya "no se sienten seguros". Ese día, 700 niñas fuero a clase, frente a las 2.500 que iban antes.
"Aparte de las compras, que hacemos muy rápido, ya no vamos a ninguna parte, volvemos a casa muy rápido", confirma Fauzia, una estudiante de medicina de 20 años, que prefiere no dar su verdadero nombre por razones de seguridad.
Los hombres, en cambio, se toman su tiempo para charlar durante horas en la acera, en restaurantes o bares de "shisha".
Zohra, una estudiante de matemáticas que tampoco quiere comunicar su verdadero nombre, decidió dejar de ir a clase, al igual que varias de sus amigas, tras los rumores de posibles ataques con ácido. Prefiere no correr riesgos. "Para mí, la vida es más importante que cualquier otra cosa", dice.
Pero otras no pueden permitirse ese lujo, como Fereshteh y sus compañeras profesoras, que esperan sus sueldos, congelados desde la caída del gobierno anterior, hace casi dos meses.
"Puede que acabemos teniendo que pedir limosna en el mercado", suspira la joven directora, una morena de grandes ojos negros resaltados con kohl, que lleva un pañuelo negro bordado con lentejuelas brillantes sobre el pelo.
"Ya no tenemos dinero. Mi marido se quedó sin trabajo y yo debo alimentar a nuestros dos hijos", explica una colega de Fereshteh, que prefiere no dar su nombre, y que como muchas mujeres en Afganistán dice estar "deprimida".
"Es problema de ellas"
Fauzia también está en apuros. Huérfana, se encarga de dar de comer a sus cuatro hermanos de entre 13 y 17 años. Hasta agosto, trabajaba en una emisora de radio local, donde daba voz a anuncios publicitarios.
Pero después de tomar la ciudad, los talibanes "publicaron mensajes en Facebook diciendo que no querían más música ni voces de mujeres en las ondas", dice uno de los responsables de la emisora. "Dejamos de hacerlo, y es una pena porque las voces de las mujeres funcionan mejor para atraer la atención del público", añade.
Desde entonces, Fauzia ha dejado su currículum por toda la ciudad, especialmente para puestos de profesora. Pero todo parece estar estancado. "Me dicen que espere", señala. Pero se está desesperando, porque "los talibanes no dicen nada más".
Oficialmente, los fundamentalistas niegan querer volver al régimen extremista de los años 1990. "No hemos prohibido nada a las mujeres", afirmó el mulá Noor Ahmad Saeed, uno de los líderes talibanes de la provincia de Kandahar.
"Si no se sienten seguras o no vuelven al trabajo, es problema de ellas", apuntó, indiferente. Los talibanes, que seguirán "las reglas del islam" por encima de todo, "todavía están estudiando" el asunto, añadió, sin dar más detalles.
Fauzia ve cómo aumenta la presión social, incluso en su propia casa. "Mi hermano pequeño me dice que me tape la cara, que no vea más a mis amigos, que no vaya a ningún sitio excepto al colegio", cuenta.
En el patio de la escuela, una de las alumnas de Fereshteh, Shahzia, de 12 años, echa de menos al anterior gobierno, que había promovido la educación de las niñas. "Queremos libertad", dice, pero en realidad "tendremos que hacer lo que nos digan, si no nos meteremos en problemas".