La celosa secrecía con la que el profesor Jorge Ayala Blanco resguarda el vocablo que presidirá cada volumen de su serie ensayística conocida popularmente como el “abecedario del cine mexicano” provoca, con bastante frecuencia, que sus lectores fervientes, alumnos y gente que le rodea, suelan proponerle distintas acepciones para titular cada una de sus obras. Especialmente aquellas letras con pocas entradas en el diccionario como la k o la ñ.
Así, le llegaron términos como kafkiano, kamikaze, ñoño, ñáñara, obediencia, ojetez, promesa, pretensión o pendejez. Era de esperarse que para su más reciente libro, el 17 del proyecto, aparecido apenas en agosto de este segundo año de crisis sanitaria por el Covid-19, se le exigiera que la p, casi literalmente, apareciese como “La pandemia”.
Pero no fue así, porque el volumen se encontraba prácticamente terminado al inicio del confinamiento y los títulos que aparecen analizados fueron estrenados durante 2019, el de la jauja en la cartelera nacional con 350 millones de boletos vendidos, 216 películas mexicanas producidas, 101 estrenadas y vistas por 34.6 millones de personas, representando 9.2 por ciento del total de ingresos.
En realidad, explica el crítico y analista fílmico, será el siguiente libro, que enarbolará la letra q como estandarte –actualmente ya corregido y próximo a imprimirse–, el que analice las películas que se estrenaron durante la pandemia.
Retrasos y reorganizaciones
El retraso en la salida del 16 de la serie, que escribió entre mayo de 2018 y abril de 2019, que comenzó a circular en diciembre de 2020 y no en enero, no fue a causa de la irrupción del virus, sino por la transformación del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) en la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas (ENAC) de la UNAM, lo que obligó a modificar la estructura interna, formar un consejo técnico y a formar una comisión editorial mixta y ya no sólo con miembros de la comunidad interna, para que se aprobara la publicación de La orgánica del cine mexicano (ENAC-UNAM, 2020), en un transcurso “casi desesperante” de tiempo. El siguiente libro, La potencia del cine mexicano (ENAC-UNAM, 2020), se terminó en mayo del “fatídico” 2020, y apenas los últimos 17 capítulos del libro fueron redactados ya durante la cuarentena.
“Pensé que el confinamiento iba a estragar un poco la posibilidad de ver películas y fue al contrario. Descubrí que podía dar clases al mismo nivel, incluso aprovechando la plataforma Zoom, y ejercer todas las funciones que necesito para sobrevivir y hacer este tipo de libros que se consideran como una investigación en la escuela, lo cual me parece formidable porque en unas cuantas semanas pude terminarlo.
“A partir de que cayó la guillotina empecé la q, que son todas las películas que se estrenaron durante los meses más gruesos de la pandemia, con los cines parados pero con un manejo absolutamente formidable de las plataformas, lo que me sigue proporcionando materiales extraordinariamente ricos y ya es para mí una especie de responsabilidad, de obligación escribir sobre las películas que han sido desdeñadas por todo mundo”, explicó el autor.
Dado que ya ha escrito 83 capítulos de la r, le restan 17 ensayos para liberarlo para su publicación, así que en enero próximo festejará sus 80 años de vida con la aparición de ese par de nuevos libros del abecedario.
“Eso sería mi mejor regalo, insisto, seguir haciendo lo que siempre he hecho, aunque te cueste un poco de más trabajo pero pues se tiene toda la experiencia acumulada, sobre todo que nada empañe la libertad, relató gozoso.
Orgánicas y habitables
Haber titulado a este volumen como la orgánica semeja hacer un ensayo sobre las películas consideradas “como un organismo vivo, autónomos a su propio creador o a la industria misma, algo que se va a habitar, esa es la idea”. En él, además de presentar La negrada, de Jorge Pérez Solano, en portada, analiza filmes como Hasta los dientes, de Alberto Arnaut; El buquinista, de Gibrán Bazán; Hipnosis para ser feliz, de Víctor Audiffred; La camarista, de Lila Avilés; Cerulia, de Sofía Carrillo; Sueño en otro idioma, de Ernesto Contreras; Roma, de Alfonso Cuarón; Tormentero, de Rubén Imaz; Cómprame un revólver, de Julio Hernández Cordón; Resurrección, de Eugenio Polgovsky; Estrellas solitarias, de Fernando Urdapilleta o Nuestro tiempo, de Carlos Reygadas.
“Más allá del reflejo de la realidad en la película, importa su funcionamiento, el imaginario de cada una, que puede coincidir o no con la trayectoria de un cineasta o de la época. La amplitud del contexto referencial se corresponden a cada parágrafo. Ya que escribo en plano-secuencia, esto me permite intercalar toda una serie de referencias dentro de una misma perspectiva.
“Hay películas que permiten un mayor número de enfoques, lo mínimo que hago son cinco, pero las películas más ricas llegan a ocho y hasta diez. Una cosa importante es que en ningún momento mi juicio va a favor o en contra de la cinta, nunca digo si es buena o mala. El lenguaje mismo que estás empleando y la naturaleza o el índole de la película que estás glosando es lo que podríamos llamar el juicio crítico y eso me permite una mayor libertad”, advirtió el ensayista.
Un término fecundo
Respecto a La potencia del cine mexicano (ENAC-UNAM, 2021), explica que si cada película es finalmente un organismo o mecanismo, también funciona por medio de sus potencialidades. Esa es la razón por la que después de la orgánica sigue la potencia, un término que considera infinitamente más rico: por un lado es el poder de la película pero por otro incluye lo que está ahí de una manera potencial, también lo que está potenciando e inclusive lo ubérrimo de la producción nacional actual.
“A la hora de estarlo manejando, el término potencia me pareció uno de los más ricos que he manejado en todos mis libros. Creo que es uno de los tres más fecundos porque tiene una capacidad enorme de aristas semánticas. Mediante esos cambios de significado del término mismo, descubrí que encontraba una enorme libertad al acercarme a las películas a través de sus potencialidades”, indicó.
Con un fotograma de La paloma y el lobo, de Carlos Lenin Treviño, el libro contiene ensayos sobre Sanctorum, de Joshua Gil; Asfixia, de Kenya Márquez; Arcángel, de Ángeles Cruz; Chicuarotes, de Gael García Bernal; Disparos, de Rodrigo Hernández Tejero y Elpida Nikou; ColOZio, de Artemio Narro; El diablo entre las piernas, de Arturo Ripstein; Esto no es Berlín, de Hari Sama, Familia de medianoche, de Luke Lorentzen; El guardián de la memoria, de Marcela Arteaga; La historia negra del cine mexicano, de Andrés García Franco; Rencor tatuado, de Julián Hernández, o La revolución y los artistas e identidad tomada, de Gabriel Retes.
“¿Qué acaba con un escritor, con un crítico, con un ser humano? Sus compromisos, a veces o casi siempre bastardos. Seguir escribiendo en condiciones casi ideales y sacar partido al confinamiento, ya no pierdo tiempo en cruzar la ciudad para dar una clase de tres horas, simplemente me conecto. Lo mismo hago con las películas, me levanto a las cinco de la mañana y escribo hasta las ocho, que son mis horas de trabajo, y en esas tres horas puedes desarrollar las mejores intuiciones, lo que se te ocurrió a lo largo del día con jornadas de trabajo que van más allá de cualquier horario, por supuesto, es tu vida personal”, finalizó.