Sin tiempo para morir significa la quinta y última vez que Daniel Craig interpreta a James Bond. A su vez, es la 25 película de la franquicia oficial, cuyo estreno se retrasó 18 meses a causa del Covid-19. No cabe duda de que el actor británico ha sido la elección más acertada para interpretar al agente 007 después del emblemático Bond de Sean Connery. (Antes de eso hemos tenido que pasar por el Bond geriátrico de Roger Moore, el Bond amargado de Timothy Dalton y el Bond pachuquillo de Pierce Brosnan).
De aspecto duro, Craig volvió a encarnar a Bond como un matón, sin embargo, a lo largo de sus cinco participaciones, también se enfatizó su lado vulnerable y emotivo. Eso alcanza su apogeo en Sin tiempo para morir, dirigida por el estadunidense Cary Joji Fukunaga (primero no europeo en hacerse cargo). Con un guion conflictivo en el que participaron cuatro escritores, incluyendo la premiada guionista y actriz Phoebe Waller-Bridge, el resultado habla de las diversas manos contratadas para el proyecto (Danny Boyle, se recordará, renunció al mismo).
Así, la película peca de incoherencia si bien se centra en la trama de siempre: un villano megalómano (en este caso, un tibio Rami Malek) que quiere doblegar al mundo. Pero para llegar al inevitable enfrentamiento final y destrucción de su cuartel general, la narrativa toma desviaciones relacionadas con la vida amorosa del héroe, nuevamente encarnada por Madeleine (Léa Seydoux). Resulta que ella tiene una nena, Mathilde (Lisa Dorah-Sonnet), cuyo padre podría ser Bond, nada menos. Ver al agente con licencia para matar interactuando tiernamente con la niña provocará retortijones entre los fans de la serie que prefieren su tradicional encarnación machista y misógina. Craig no tiene empacho en mostrar su corazón de pollo.
A la mezcla se le ha añadido una agente negra llamada Nomi (Lashana Lynch), que ha heredado el número 007, tras la jubilación de Bond. El personaje no sirve de mucho y está allí sólo como una respuesta socarrona al clamor popular de que el próximo Bond debe cambiar de raza y de género.
En el camino, la película pierde lo esencial de la franquicia: el sentido del espectáculo violento que ha sido su marca registrada. Quizá una única secuencia, la situada en Cuba, responde al espíritu lúdico al que estamos acostumbrados. Gracias al apoyo encantador de la cubana Ana de Armas, esa fiesta/masacre se convierte en una memorable coreografía de disparos y madrazos. (Por desgracia, De Armas no vuelve a aparecer y es un desperdicio de personaje).
Como despedida de Craig, Sin tiempo para morir hace referencia a los estandartes de la franquicia–-la música de Hans Zimmer hace constantes alusiones a los típicos acordes del gran John Barry; la guarida del villano evoca los diseños elegantes de Ken Adam–, pero apunta hacia el futuro. Si bien no revelaré la resolución final, baste decir que todo señala una especie de resurrección en la siguiente entrega.
Con 163 minutos de duración, se trata de la película más larga de la franquicia. Y eso se resiente. A diferencia de Casino Royale (2006) y Skyfall (2012), para mi gusto las mejores del Bond de Craig, la última entrega divaga entre las repetidas declaraciones de amor del héroe y la enésima matanza de secuaces anónimos.
Sin tiempo para morir ( No time to die)
D: Cary Joji Fukunaga/ G: Neal Purvis, Robert Wade, Cary Joji Fukunaga, Phoebe Waller-Bridge, basado en un argumento de Purvis, Wade y Fukunaga, a su vez basado en personajes creados por Ian Fleming/ F. en C: Linus Sandgren/ M: Hans Zimmer/ Ed: Tom Cross, Elliott Graham/ Con: Daniel Craig, Léa Seydoux, Rami Malek, Lashana Lynch, Ralph Fiennes/ P: Albert R. Broccoli Eon Productions, B25, Cinesite, Danjaq. Reino Unido-Estados Unidos, 2020.
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