El escritor nigeriano Wole Soyinka, quien ganó el Premio Nobel de Literatura en 1986, recibió con beneplácito la noticia de la concesión este año de ese galardón a Abdulrazak Gurnah, otro africano negro, como prueba de que “las artes, y la literatura en particular, están bien y prosperan, una sólida bandera ondeó sobre realidades deprimentes”, en “un continente en penuria permanente: ¡Que la tribu aumente!”, declaró Soyinka a la agencia AP en un correo electrónico.
En Zanzíbar, la tierra natal de Gurnah, se recibió con entusiasmo la noticia. Quienes lo conocen, lo describieron como una persona modesta de voz suave.
“La reacción es fantástica. Muchos están felices, pero otros tantos no saben quién es, aunque los jóvenes están orgullosos de que sea de Zanzíbar”, manifestó Farid Himid, quien se describió como el historiador local cuyo padre había sido maestro del Corán del joven Gurnah. “No he tenido la oportunidad de leer ninguno de sus libros, pero mi familia habló de ello”.
Gurnah nació en 1948 en el archipiélago en la costa de Tanzania y se mudó a Inglaterra como refugiado a finales de los años 60. No solía visitar Zanzíbar, sostuvo Himid, pero de repente se ha convertido en el tema de los jóvenes en la región isleña semiautónoma, “y muchas personas mayores están muy, muy felices. También yo, como zanzibarí. Es un nuevo paso hacer que la gente vuelva a leer libros, pues Internet los ha relevado”.
Hamad Mbarouk Hamad, director del Centro de Artes Culturales en Zanzíbar, señaló que se sentía “orgulloso” por la noticia, aunque admitió que no ha leído ninguna de las obras del escritor. “Es famoso entre aquellos a los que les gusta estudiar. Para la gente común, no lo creo”, expresó Hamad.
Por su parte, las autoridades tanzanas calificaron la concesión del premio como una victoria para el país y para toda África. El académico Luca Prono aludió en el sitio web del Consejo Británico que en la obra de Gurnah, “la identidad es una cuestión de cambio constante”. Indicó que sus personajes “perturban las identidades fijas de los extranjeros que encuentran en los entornos a los que migran”.
Realidades deprimentes
Bashir Abu Manneh, director de su antiguo departamento universitario de Literatura Inglesa, destacó que “nadie que escriba hoy en día ha articulado tan bien los dolores del exilio y las recompensas de la pertenencia. Canterbury y Kent son a la vez su exilio y su hogar” y añadió que “lucha por la voz individual, por la justicia, por sentirse en casa en un mundo siempre cambiante”.
El premio sorprendió a numerosos críticos y editores, que ni conocían al autor. Su propio editor en Suecia, Henrik Celander, explicó a la prensa local que nunca había imaginado que conseguiría el Nobel.
(Con información de la Redacción)