El relanzamiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac, sexta Cumbre, Ciudad de México, 18 de septiembre) tras cuatro años de inactividad, fue posible gracias a la voluntad de un reducido grupo de jefes de Estado, interesados en articular un bloque continental de integración y cooperación sin Estados Unidos y Canadá.
La última cumbre había tenido lugar en República Dominicana (enero de 2017) y cuando Donald Trump tomaba las riendas del poder en Estados Unidos. Tres años después, un clon de Trump, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, se retiró del organismo: “La Celac da protagonismo a regímenes totalitarios” (sic), dijo su ex canciller Ernesto Araujo.
Con Joe Biden, nada cambió para la Celac y su propósito central: acabar con la OEA, un organismo supervisado por Washington en la llamada guerra fría, y la opción favorita reservada a los gobernantes defensores de su soberanía: plata o plomo.
Último capítulo de la política imperialista de Washington en AL y el Caribe, el historial de la OEA puede rastrearse, mes a mes, en la Cronología de las intervenciones extranjeras, minuciosa compilación de fichas comentadas por el periodista argentino Gregorio Selser (tomo IV, 1946-90, 700 páginas, Camena, UACM, 2010).
Los cuatro años de Trump y su pandilla tuvieron su réplica en el continente: triunfos democráticos en México (2018), Argentina (2019) y en Bolivia (2020), luego del golpe urdido por la OEA un año antes en La Paz, junto con Luis Almagro, su impresentable secretario general.
Y, ya con Biden, el ajustado triunfo en Perú de una coalición popular liderada por un humilde maestro de los Andes (2021). Cosa que condujo a la desarticulación del Grupo de Lima de la OEA, que no le preocupó hacer el ridículo para reconocer a un imbécil que se autoproclamó “presidente de Venezuela”, en un florido parque de Caracas.
La sexta cumbre contó con la presencia de seis “dictadores”, que así le dicen las derechas a los gobernantes elegidos por sus pueblos: Andrés Manuel López Obrador, Alberto Fernández, Luis Arce, Nicolás Maduro, Miguel Díaz-Canel, Pedro Castillo, y Ralph Gonsalves, primer ministro de San Vicente y Granadinas (110 mil habitantes, 387 kilómetros cuadrados). Y el resto, “democráticos” también, aunque verdugos de sus pueblos, como el colombiano Iván Duque y el chileno Sebastián Piñera.
Como fuere, el cónclave fue posible gracias a la visión de un gobernante de mirada ancha, y sin mezquindad ideológica. Por esto, en el 238 aniversario del natalicio del Libertador (quien vale recordar, se reconocía como “hispanomericano”), López Obrador convocó el 24 de julio a los cancilleres de la Celac en el emblemático Castillo de Chapultepec, donde dijo:
“Es ya inaceptable la política de los últimos dos siglos, caracterizada por invasiones para poner o quitar gobernantes al antojo de la superpotencia; digamos adiós a las imposiciones, las injerencias, las sanciones, las exclusiones, los bloqueos […] Iniciemos en nuestro continente una relación bajo la premisa de George Washington, según la cual ‘las naciones no deben aprovecharse del infortunio de otros pueblos’ […]
“[…] La propuesta es, ni más ni menos que constituir algo semejante a la Unión Europea, pero apegado a nuestra historia, a nuestra realidad y a nuestras identidades. En ese espíritu, no debe descartarse la sustitución de la OEA por un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie…”
Ahora bien: ¿cuenta la Celac (33 países), con la “masa crítica” necesaria para acabar con la OEA? Puede que no, “por ahora”, tal como adelantó el líder de la revolución bolivariana Hugo Chávez, siete años antes de las elecciones presidenciales que ganó en 1998, para luego ser relegido en 2000, 2006 y 2012, y promediando en las cuatro más de 58 por ciento de los votos.
Artero pretexto para la infame Carta Democrática de la OEA, aprobada en Lima el tenebroso 11 de septiembre de 2001. ¿Y qué dice la carta? Palabras más, palabras menos, el documento dice que un candidato puede ganar democráticamente en elecciones libres, pero que puede devenir en “dictador”. ¿Y a quién toca interpretarla? ¡Qué esperábamos!… A los intelectuales fifí y periodistas chayoteros que en México, por ejemplo, califican de “dictador” a López Obrador.
Para otra ocasión, lo que a nuestro juicio impide que la unidad latinoamericana pueda concretarse en un gran bloque político. Me refiero a la subordinación ideológica y cultural a la leyenda negra anglosajona del siglo XVI en adelante y que a las izquierdas y derechas por igual, condujo a remar en círculo, desde 1810.
Cerramos, entonces, con las palabras del guerrillero vasco Francisco Xavier Mina (1789-1817), aquel “Che Guevara” que luego de luchar exitosamente en España contra la invasión napoleónica, desembarcó el 25 de abril de 1817, en Soto la Marina, poniéndose a las órdenes de los patriotas mexicanos: “Esta tierra fue dos veces inundada en sangre por españoles serviles, vasallos abyectos de un rey; pero hubo también españoles liberales y patriotas que sacrificaron su reposo y su vida por nuestro bien”.