En diciembre de 2016 el Congreso Nacional Indígena (CNI), con la participación destacada del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, resolvió formar un Concejo Indígena de Gobierno (CIG) integrado por concejales representativos de los pueblos originarios de México, con el propósito de participar en las elecciones a la Presidencia de la República de 2018, a través de una representante que portaría la voz del CIG y, por medio de éste, de los pueblos originarios de México participantes en el CNI.
Los propósitos de esta inusitada propuesta política eran múltiples y poco tenían que ver con la agenda electoral; se trataba de visibilizar la problemática y la lucha de los pueblos indígenas y de las mujeres ante los ojos de la sociedad, desde una clara perspectiva de izquierda anticapitalista y poniendo énfasis en la defensa de la naturaleza y la vida, pues se entendía el sombrío escenario que vivirían en los siguientes años México y el mundo, producto del enloquecido curso impuesto a la humanidad en su conjunto por la criminal dinámica del capitalismo.
En una multitudinaria asamblea realizada en mayo de 2017 en la Universidad de la Tierra de San Cristóbal de las Casas, el CNI constituyó al CIG y eligió por unanimidad como vocera del mismo y como aspirante a la Presidencia de la República a la médica tradicional nahua María de Jesús Patricio, mejor conocida como Marichuy, con una trayectoria de décadas en la lucha por el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios y de las mujeres.
En octubre de ese año la vocera, siempre acompañada por una delegación del CIG, inicio en tierras zapatistas un largo recorrido que la llevaría a los lugares más recónditos de la geografía nacional. El propósito formal: recabar un millón de firmas para aspirar a una candidatura independiente a la Presidencia de México. El despropósito político: colocar en la agenda nacional a los pueblos originarios, sus grandes carencias y sus resistencias por seguir existiendo siendo ellos mismos.
El periplo de la vocera se convirtió en un gran proceso de acercamiento, de educación y de organización de pueblos y comunidades a lo largo de todo el país. Fue también la ventana por la que se expresaron las mujeres de dichos pueblos y de otros sectores de la sociedad.
Tan accidentada travesía, que puso al desnudo la profunda corrupción del sistema político imperante, fue acompañada por la directora de cine Luciana Kaplan y un reducido pero efectivo equipo de producción, con la finalidad de registrar tan novedosa iniciativa por medio de un documental que diera fe de esta hazaña de cara a una sociedad profundamente opresiva, racista, patriarcal y machista.
Este afortunado trabajo dio lugar en 2020 al estreno de la película La vocera, un filme con gran calidad estética y una cuidada edición que, a través del recorrido de Marichuy y el CIG, escudriña en la vida cotidiana, en los problemas, en los sueños, en las pesadillas y en las luchas de los pueblos indígenas, poniendo la directora un significativo énfasis en la condición y en la visión de sus mujeres.
Este año la productora de La vocera, Carolina Coppel, dentro de la mejor tradición de las artes escénicas comprometidas con la ardua tarea de sembrar transformaciones sociales radicales, se propuso llevar a las comunidades que visitó Marichuy la proyección del filme en pantalla grande. De este modo, un equipo de cine itinerante orquestado por Ecocinema recorrió, en cinco rutas diseñadas y organizadas por Paola Stefani, productora de impacto del documental, la inmensidad de este país, tratando de emular los pasos que el CIG caminó unos años antes.
Una primera ruta recorrió la península de Yucatán hasta llegar al Totonacapan veracruzano, pasando por Chiapas y el istmo de Tehuantepec; una segunda ruta recorrió el centro de México, iniciando en el valle de Toluca y concluyendo en Puebla; la tercera cruzada serpenteó por el occidente, llegando a comunidades de Nayarit, Jalisco, Colima y Michoacán; la ruta cuatro comprendió vastas regiones del norte, desde Tijuana hasta la Tarahumara, finalmente, un último peregrinar incluyó a Milpa Alta y Xochimilco.
De este modo, La vocera ha sido más que un recordatorio de aquel capítulo, ha sido otro pretexto para continuar el arduo trabajo de concientización y organización de las comunidades indígenas a partir de sí mismas; hoy bombardeadas por las políticas extractivistas del gobierno en turno y sus rapaces megaproyectos que, como el Tren Maya, el Corredor Interoceánico Salina Cruz-Coatzacoalcos o el Proyecto Integral Morelos, buscan reordenar territorios, fronteras y poblaciones de acuerdo a los intereses geopolíticos y económicos de los grandes consorcios trasnacionales.
Los dos recorridos de La vocera han sembrado vida y esperanza en un país profundamente marcado por la injusticia, la violencia, la muerte y la corrupción. Luego entonces, la cosecha se antoja promisoria.