Ayer las plataformas Facebook, Instagram y WhatsApp –las tres propiedad del megaconsorcio que encabeza el estadunidense Mark Zuckerberg– quedaron fuera de servicio durante varias horas, lo que ocasionó problemas de distinta magnitud a miles de millones de usuarios de todo el mundo: desde la interrupción de sus comunicaciones privadas hasta pérdidas en negocios que dan a tales plataformas un uso preponderante en sus actividades. Al parecer, el desastre se originó en una falla de configuración que generó una suerte de onda de choque en la programación de los servidores de las tres redes sociales y que contaminó incluso al servicio de mensajería Telegram, que es ajeno al imperio de Zuckerberg pero que experimentó sobrecargas debido al éxodo de usuarios de WhatsApp.
Los técnicos no son los únicos problemas de Facebook, Instagram y WhatsApp. La popular red social se ha visto afectada también por señalamientos de inmoralidad empresarial, especialmente los que formuló el domingo pasado Frances Haugen, quien fue gerente de producto en el equipo de Integridad de Facebook y que ha venido denunciando el nulo interés de la empresa por la seguridad de sus usuarios, la cual ha privilegiado en todo momento la obtención de ganancias; por ejemplo, mediante la instalación de algoritmos que dan prioridad a los mensajes de odio y desinformación por sobre los demás, dado que éstos tienden a generar más tráfico lucrativo para la red social.
Unas semanas antes, The Wall Street Journal dio a conocer una investigación que subraya el impacto negativo de Instagram entre las adolescentes que emplean ese servicio, debido a que las hace sentir mal con respecto a su imagen corporal y propicia sentimientos de soledad, ansiedad, tristeza y trastornos alimenticios.
Más grave aún, esa investigación concluyó que los directivos de Facebook no se preocupan por prevenir, detectar ni erradicar perfiles de usuario empleados en actividades delictivas tales como incitar a la violencia, reclutar sicarios para grupos criminales y enganchar mediante engaños a mujeres para hacerlas víctimas de tráfico de personas y explotación sexual. Estas gravísimas omisiones ocurren principalmente en países de Asia, África y América Latina, donde la red social aún se encuentra en expansión.
Por si no fuera suficiente, ayer mismo, mientras los servidores de las tres plataformas se encontraban fuera de línea, diversos medios especializados informaron que en un foro de piratas informáticos se ofertaba la venta de datos privados (nombre, correo electrónico, número telefónico, ubicación geográfica, género e identidad de usuario) de mil 500 millones de usuarios de Facebook a razón de cinco mil dólares por cada millón de registros.
Aun antes del magno percance tecnológico experimentado por esta triada de servicios, las acciones de las empresas de Zuckerberg experimentaron una caída catastrófica cercana a 5 por ciento –equivalente a una pérdida de 6 mil millones de dólares–, con lo que se constituyeron, además, como un elemento tóxico para los mercados financieros internacionales.
Es claro, en suma, que las plataformas que dominan Internet –entre las que se cuentan también las de Google, Apple y Twitter– padecen una alarmante orfandad ética y que entre el músculo tecnológico y monetario de los grandes conglomerados informáticos y su capacidad de regulación interna hay un abismo peligroso para el mundo en general y no sólo por las caídas en sus sistemas.