Chilpancingo, Gro., “¡Que los indígenas se dediquen a la apicultura; que a ellos les piquen las abejas!”, decían despectivamente los conquistadores españoles sobre la población nativa. Esa circunstancia derivó en que 90 por ciento de los productores mexicanos de miel sean actualmente de pueblos originarios, narra Oziel Jiménez Silverio, con 38 años de experiencia en la cría de esos polinizadores.
Durante una visita a sus colmenas, en la comunidad de Tepechicotlán, en la zona rural de la capital, Jiménez Silverio señaló que aun cuando se han divulgado los beneficios de la apicultura en el comercio, la alimentación y en la salud, son pocos los que se dedican a esa actividad.
La mayoría de los paisanos, dice, cría caballos, vacas, cerdos o pollos, “es más rentable porque el cuidado de las abejas es temporal”; en tiempos de lluvia o frío las alimenta-mos por la carencia de néctar en el campo: preparamos jarabe con azúcar, se las colocamos en cada colmena.”
También hay que controlar la plaga de la varroa, “aquí la llamamos garrapata”. Los fungicidas y pesticidas dañan al mismo tiempo a las abejas.
La comercialización de miel, jalea real, polen, propóleo, veneno y cera enfrenta una situación difícil debido a que han llegado el mercado productos alterados a menor precio. “A la fructosa la ofrecen como miel de abeja; quienes no saben diferenciar la adquieren y la consumen”.
Para detectar una miel alterada hay que verla en un frasco trasparente y observar la mano que sujeta el envase: si los dedos se miran tal cual no es miel. O si la venden en carretillas que normalmente traen un panal, incluso con abejas, obsérvelo con cuidado. Si en la orilla del panal la miel se está acaramelando, no es cien por ciento natural”.
Jiménez Silverio explicó que el color de la miel la define el tipo de floración que circundan los apiarios. Una colmena produce de 40 a 60 kilos en cada cosecha, que se vende al público en 130 pesos, pero los acaparadores la compran a los productores en alrededor de 40 pesos.
Carlos Catalán Nájera es un nuevo productor, hace un par de años se dedicaba a la agricultura, a la orilla de su parcela había unas llantas que una colmena ocupó, debido a su temor de ser atacado, Carlos las quemó, aun así las abejas continuaron allí.
Carlos pidió asesoraría a Oziel y éste le recomendó que hiciera un apiario, aceptó y ahora se dedica a esto y el próximo mes de noviembre hará su primera cosecha.
Lo que hizo Carlos, recuerda, fue por ignorancia. “Cuando coseché la miel de esas abejas en las llantas tenía un sabor inigualable, nada que ver con la que luego compramos en el súper o mercados”, le dijo Carlos a Oziel.