Definitivamente, nunca fue monedita de oro pero, además, con el agravante de que tampoco nunca le interesó llegar a serlo. Esto, sin embargo, no debe asombrarnos: los seres que son rectilíneos, de una pieza, suele decirse, son así: se quiebran, pero no se doblan. Son tozudos, inamovibles, tercos y persistentes.
Evidentemente las virtudes y deficiencias de esta manera de vivir son múltiples y diversas. Positivas o perjudiciales, según las condiciones de cada caso. En el que nos ocupa, la situación se tornaba conflictiva en extremo, porque la personalidad a la que nos referimos era singularmente ambivalente y, además, se desenvolvía en un conglomerado nada normal.
El “no monedita de oro” se desenvolvía en una comunidad de ideas y de ideales, de principios y fines compartidos. En estos dos extremos, la identificación era plena y la entrega sin taxativas pero, a la hora de la definición de estrategias y, más aún, de las tácticas cotidianas, cada cabeza era varios mundos.
Ser monedita de oro era verdaderamente imposible y más aún cuando una de las principales tareas era procurar que la cotidiana labor de múltiples y muy variados seres humanos se desarrollara, a diario, con eficacia (es decir, con la capacidad, talento y rigor profesional para cumplir cotidianamente las metas propuestas) y también con eficiencia (cuando el adjetivo eficiente se transforma en verbo, o sea, en acción, los recursos humanos se potencian y potencializan, se optimizan y acrecientan).
Pero eficacia y eficiencia, aunque no sean siameses, han de caminar estrechamente unidas para lograr la cristalización de un proyecto, de una idea o, un paradigma, en su acepción, obviamente, de ejemplo o modelo.
Pues resulta que el “no monedita”, aun a riesgo de su linchamiento, contribuyó con la capitana de la nave, la cual tiene 37 años de navegación ininterrumpida por mares generalmente procelosos y… ahí la lleva. ¡Qué difícil brega ésta, de no buscar una tranquila ribera en la cual terminar un azaroso viaje, sino aceptar que navegar y mantenerse a flote es el destino!
La no monedita de oro, llamada Josetxo Zaldua Lasa, trabajó 25 años de su vida en esta vocación, misión, compromiso llamado La Jornada. Colaborador, crítico extremo, nunca dejó de entender que las decisiones finales le correspondían a la directora, a la que sirvió con lealtad y atingencia.
Jamás se calló una crítica, pero tampoco se arrogó una decisión de autoridad. Este último año, el amigo Josetxo no tenía ya posibilidad física de asistir a las oficinas de su periódico, pero con necedad, insistía en hacerlo.
La directora, entre cariño, broma y autoridad, tuvo que decirle: “He dado instrucciones de que no te dejen pasar”. Se vieron, sonrieron apenas, y él sólo musitó: “Obedezco bajo protesta”. Y ya no regresó a donde siempre estará presente.
Recuerdo que había una dividida opinión sobre Josecho (para mí así escrito y pronunciado). Existía un sector que lo calificaba como un “pinche españolete”. Esto sí le calaba hondo y reclamaba: “que me digan pinche, está bien, pero ¿por qué español, si yo soy orgullosamente vasco?
En lo personal, conmigo era rudo y afectuoso; por ejemplo, me decía: “Escribe como hablas. No retuerzas, ni te pierdas. No te traduzcas, platica con letras”. Un día escribí una columneta que le llegó tanto que me hacía contarla oralmente siempre que comíamos con otras personas.
Ya no tengo tiempo para repetirla ahora, en su recuerdo, lo haré en la próxima columneta. Hasta muy pronto, Josecho.
Twitter: @ortiztejeda