La última semana ha sido rica en noticias en Estados Unidos. Por lo menos tres temas han ocupado la primera plana de los principales diarios del país.
Se han publicado decenas de libros en torno a la gestión del ex presidente Donald Trump; entre ellos, Peril (Peligro), de los periodistas Bob Woodward y Robert Costa, que tal vez sea el más significativo. Relata una historia que pondría los pelos de punta a cualquiera debido al peligro de que un desequilibrado emocional sea quien conduzca los destinos del país más poderoso del orbe. Quizá la parte que evidencia con más claridad dicho riesgo es el capítulo donde se narra la entrevista con el jefe de la oficina que coordina todas las ramas las fuerzas armadas, el general Mark Milley. Ante el temor de que en un arranque de locura, Trump decidiera atacar a China, tuvo que asegurar a su similar de esa nación que Estados Unidos no lo haría sin una declaración de guerra de por medio. Milley fue más allá al comprometerse a informarle con anticipación en caso de que se tomara esa decisión. Cuando Nancy Pelosi, líder de la Cámara de Representantes, le preguntó a Milley acerca de la posibilidad de que el presidente cometiera ese despropósito, el general respondió que él se interpondría a tal medida. Cuando también le planteó su preocupación de que el mandatario pudiera haber perdido la “estabilidad mental”, él le respondió que tenía la misma inquietud. En unas cuantas líneas quedó plasmado un evento que hubiera ocasionado una guerra con China, cuyas consecuencias es imposible adivinar.
En el mismo contexto de despropósitos, se informó sobre las investigaciones de lo que se calificó como intentona de golpe de Estado, cuando el 6 de enero una turba alentada por las proclamas de Trump invadió la sede del Congreso. Cada vez está más claro que Estados Unidos estuvo al borde de una crisis, cuyo desenlace era difícil de adivinar, cuando el primer mandatario intentó borrar de tajo la tradición democrática y el respeto a las instituciones. Hubiera bastado que algún comandante del ejército secundara las fantasías de su jefe nato para provocar una crisis constitucional inédita en los dos últimos siglos. Cuando un desequilibrado se junta con otros, el resultado puede ser desastroso. Kubrick así nos lo dejó ver en su película Doctor Strangelove o Cómo aprendí amar la bomba.
Para rematar una turbulenta semana, cabe reflexionar sobre el grave problema que enfrenta el Partido Demócrata. Una división en el seno de sus legisladores, entre moderados y progresistas, ha impedido que lleguen a un acuerdo sobre el paquete de infraestructura propuesto por el presidente Biden (cualquier símil con el New Deal de Roosevelt no es coincidencia). Los primeros insisten en que el costo es muy elevado y es necesario que la parte correspondiente al gasto social y de mejoramiento del medio ambiente se separe de la de infraestructura, y, en cambio, que se vote primero el paquete de infraestructura y después el de gasto social. Los progresistas insisten en la necesidad de que se voten en forma conjunta. Aseguran, no sin razón, que los republicanos intentan sabotear el gasto social y el de atención al medio ambiente como lo han hecho sistemáticamente. Ambos programas, el de infraestructura y el de apoyo a las clases populares junto con el de medio ambiente, son parte sustancial de la agenda del presidente Biden. Los republicanos pretenden evitarlo con el argumento de que no son de urgente necesidad y sí de un costo muy elevado. La alianza de facto de dos senadores “moderados” del Partido Demócrata con el Partido Republicano ha llevado las discusiones a un callejón sin salida. Las negociaciones continúan, pero en el horizonte no se ve un acuerdo que rompa el impasse.
En medio de la turbulencia una noticia, menos mala, fue que se logró un acuerdo temporal sobre la elevación del límite de endeudamiento. A mediados de este mes habrá una nueva negociación para saber si se autoriza definitivamente o se reanuda la inestabilidad que pudiera dar al traste con la economía.