Los espejos que recubren las paredes de la tintorería “Almanza” producen efecto de mayor amplitud. Se reflejan en ellos las prendas colgadas en los percheros y las dos trabajadoras que atienden el negocio: Nelly, frente a la máquina de coser, se ocupa de las composturas; Guadalupe, la más joven, acciona la plancha de vapor y atiende a clientes y proveedores.
Nelly: –Me está entrando un sueñecito que no veas. Voy a prender el radio a ver si con la música me desapentonto.
Guadalupe: –Mejor luego, ¿no?
Nelly: –Seguro que te duele la cabeza. Es natural: te malpasas mucho, a veces no comes.
Guadalupe: –Es que aquí no me da tiempo.
Nelly: –El caso es que llevas días con jaqueca (ve a su compañera frotarse las sienes). ¿Qué sucede?
Guadalupe: –Siento náuseas. Espérate un momentito.
II
Guadalupe ocupa la silla de Nelly mientras ésta, parada frente a ella, solícita, la toma de las manos.
Nelly: –¿Por qué estás así? ¿Qué pasa?
Guadalupe: –No sé qué hacer; te juro que no sé.
Nelly: –¿Acerca de qué?
Guadalupe: –De esos niños. Tan chiquitos y ya se quedaron huérfanos. Primero falleció de Covid el padre y después la mamá se contagió por atender al marido.
Nelly: –¿De qué niños me estás hablando?
Guadalupe: –Son hijos de una vecina de mi prima Teresa. Cuando sus padres murieron, se los llevó a su casa.
Nelly: –¿Cuándo te enteraste?
Guadalupe: –El martes. Aprovechando que salimos un poco más temprano pasé a ver a Teresa y allí estaban los niños.
Nelly: –¿Ya son grandes?
Guadalupe: –No. Tendrán cuatro, cinco años. Él se llama Dante y ella Fabiola. Son lindos, pero están muy flaquitos y no hablan. Se ve que tienen miedo. Tere me dijo que ahorita están bien en comparación con los primeros días. Entonces se la pasaban todo el tiempo agarrados de la mano, llore y llore junto a la puerta, esperando a que sus papás fueran a recogerlos.
Nelly: –¿Teresa no les dijo...?
Guadalupe: –No hallaba cómo explicárselos, pero ya lo hizo. Los niños no le creyeron, o a lo mejor no entendieron, y siguen esperando.
Nelly: –Supongo que tendrán familia.
Guadalupe: –Aquí no. Parece que sus abuelos viven en Lagos, pero Teresa no sabe ni sus nombres, así que no hay manera de comunicarse con ellos.
Nelly: –¿Tu prima se va a quedar los niños o a dónde piensa mandarlos? Por lo pronto dile que se asesore con alguna autoridad, no vaya a ser que la acusen de tenerlos secuestrados.
Guadalupe: –Lo único que le falta a la pobre Tere es que la tachen de secuestradora (se frota las sienes). Siento como si fuera a estallarme la cabeza.
Nelly: –Ahí quédate. Voy a la farmacia a ver qué me recomienda Ray, él sabe mucho de medicinas.
III
Nelly: –¿Mejor?
Guadalupe: –Gracias a tus pastillas. ¿Cuánto fue?
Nelly: –¡Olvídalo! Voy a meter la caja en tu bolsa. Ray me dijo que te tomaras otras dos antes de acostarte. Eso te ayudará a dormir.
Guadalupe: –Ojalá. Desde que los vi, aunque no quiera, pienso todo el tiempo en Dante y en Fabiola. ¿Qué va a ser de ellos? Ahorita los apoya Teresa, pero ¿por cuánto tiempo más podrá hacerlo?
Nelly: –¿Le preguntaste?
Guadalupe: –Sí. Me contestó que iba a llamar al DIF o a alguna de las Aldeas Infantiles para ver si le reciben allí a los niños o le recomiendan algún lugar seguro donde puedan estar juntos.
Nelly: –Eso lo veo difícil. Lo más seguro es que acaben separándolos. Será como si volvieran a quedarse huérfanos. Díselo a tu prima para que mejor se quede con los niños.
Guadalupe: –Tere y yo nos tenemos mucha confianza, pero no puedo pedirle que se eche esa responsabilidad encima, y menos ahora: el hermano ya no puede seguir ayudándola. A ella le iba más o menos bien lavando y planchando ajeno, pero con esto de la pandemia tiene muy pocas clientas.
Nelly: –No, pues así ¿cómo va a mantener a dos niños?
Guadalupe: –Por eso me pidió que la ayudara llevándome a Dante y a Fabiola a mi casa. Ahorita estoy sola, mi cuarto no es grande, pero allí al menos estarán juntos. Que te separen de un hermano así nada más es algo horrible.
IV
Nelly: –No puedo ni imaginármelo.
Guadalupe: –Yo lo sé. Cuando enviudó, mi abuela Encarnación quiso que mi hermana Otilia se fuera a vivir con ella mientras se acostumbraba a estar sola. Al poco tiempo mi abuela la autorizó a regresarse con nosotros, pero como a eso del mes Otilia nos dijo que quería volver al lado de la abuela.
Nelly: –Ya me imagino lo que sufrieron tus padres y tú.
Guadalupe: –Después de que éramos tan unidas no sabía cómo vivir sin mi hermana, pero como que a ella eso no le importó. Te juro que fue algo espantoso.
Nelly: –¿Volvieron a verse?
Guadalupe: –Sí, algunas veces, pero ya nunca pude sentirla como a una hermana. Mira, olvidemos eso y dime, ¿qué te parece que me lleve a los niños a vivir conmigo?
Nelly: –Tú sabes tu cuento. Si crees poder, está bueno, nomás piensa en una cosa: con el tiempo te vas a encariñar con ellos. ¿Qué pasará el día que aparezcan los abuelos y los reclamen? Te aseguro que vas a sufrir mucho.
Guadalupe: –Sí, como el día en que mi hermana volvió a irse. Yo esperaba que al menos por esa vez me dijera que iba a extrañarme, que seguiría queriéndome, pero no dijo nada. Me avergüenza reconocerlo, pero aún le guardo rencor a causa de su silencio.