Nada hay definitivo. Aferrarse a algunos signos puede nublar la mirada y el entendimiento. Y no hay que olvidar que de confusiones está híperpoblado nuestro particular camino del infierno.
Más que empedrado de “buenas intenciones”, el sendero adoptado por los dirigentes del partido y del Estado, lamentablemente coreado y seguido por su oposición de manera bizarra, pero no por ello menos servil, se ha implantado como una interminable serie de paradojas y dilemas sin solución aparente.
Ni fácil ni cierta la encrucijada nuestra de cada día. Dilemas encriptados que hacen cada vez más difícil e incierta la salida, entre otras razones, porque con el vaciamiento de la política democrática, celebrado como festival pagano al corto plazo, toda convocatoria a pensar complejamente la coyuntura no se admite, se rechaza airadamente y sumariamente se descalifica en el altar de los medios, los órganos colegiados o los corredores del poder.
¡Fuera datos y diagnósticos! dicen los publicanos apoderados del templo de la representación; vengan ya, sin dudarlo, las soluciones que la ocurrencia auspicia y la pasividad imperante consagra. Todo estriba en no saltar por la borda de la nave del presente continuo que, ese sí, como lo enseñó Norbert Lechner, es la esencia del neoliberalismo. Poco margen para la política y el programa cuando no se asume la complejidad de la realidad y se le quiere tratar con simplismos y ocurrencias.
De aquí la desazón, el desaliento y el coraje que producen acciones inopinadas como la emprendida recientemente por el Presidente y su fiscal en contra de un grupo de científicos, investidos de conspiradores y criminales por sus perseguidores oficiales. No, no es cierto que quienes protestamos por este acoso queramos trato especial para los imputados. Nadie ha proferido descalificación alguna contra el debido proceso, al contrario: lo que se denuncia ante la opinión pública es su negación jurisdiccional y, de inmediato, el acompañamiento estruendoso del Presidente desde su púlpito sin la menor consideración de lo grave del acontecimiento, no sólo por lo atrabiliario de la conducta de los fiscales, sino por sus graves implicaciones sobre el mundo de la ciencia y la investigación que, pese a todos los pesares, se ha podido construir en México. Con el concurso comprometido de muchos de los 31 señalados, o como deba decirse.
No hay gobernanza para los temas y problemas cotidianos que llegan al Estado y a quienes lo acompañan desde el coro del poder. Lo grave y alarmante es que nada parece conmoverlos, llevarlos a hacer un alto y meditar los pasos dados, recapitular y enmendar. Acto genuino y desprendido del poder mismo que parece serle hoy ajeno.
Tal vez fue inventada la escaramuza, lanzada como un juego un tanto siniestro desde el Estado para fines de ejemplaridad urbana, en este caso usando a un grupo destacado de científicos. Pero hasta hoy tiene pocos visos de enmienda, por lo que es posible esperar (y temer) que de ópera bufa el país pase a otro drama, uno donde se despliegue una “gobernanza” anclada en la soberbia y la vanidad de los ganadores.
Con todo, no resulta fácil imaginar un descalabro republicano de la magnitud del profetizado por muchos en el sentido de una regresión autoritaria en todo el sentido de la palabra. Uno también puede seguir apostando por la pluralidad de fondo y forma de nuestra sociedad, la que, a pesar de sus despropósitos, está presente y viva en el seno mismo del partido gobernante al que, por cierto, todavía le falta un trecho para demostrar que gobierna y que tiene con qué enfrentar el desafío de la sucesión presidencial.
Por lo pronto, si de gobernanza hay que hablar, asumamos la necesidad de interiorizarla en nuestro discurrir histórico con fines de ilustración, impensable sin un pensamiento histórico maduro que asimila las enseñanzas para evitar seguir tropezando con la misma piedra. Ejercicio primario de una política ilustrada que no tiene nada que ver con los pastiches con los que se nos invita a pensar(nos) como producto histórico y artífices de quién sabe cuántas transformaciones.