El domingo pasado el ultraderechista Jair Bolsonaro conmemoró sus primeros mil días ocupando el sillón presidencial brasileño. De hoy en adelante le quedan unos 478 más.
¿Logrará Brasil sobrevivir?
Para celebrar, Bolsonaro desfila por todo el país inaugurando obras. Lo hizo con una agencia de Banco Federal y la pavimentación de míseros 10 kilómetros de carretera.
Lo que importa es, rompiendo toda la legislación electoral, intensificar su campaña anticipada para los comicios presidenciales de octubre del año próximo. Las perspectivas, en todo caso, son las peores: su gobierno es rechazado por 53 por ciento de la población, su aprobación ronda apenas 25 por ciento y todas las encuestas indican una clara victoria de Luiz Inácio Lula da Silva. Y más: Bolsonaro perdería frente a todos los demás candidatos anunciados hasta ahora.
Luego de haber convocado manifestaciones el pasado 7 de septiembre, fecha nacional, que pedían, entre otros detalles, el cierre del Supremo Tribunal Federal y del Congreso, ahora se muestra más calmado.
Es el resultado de la durísima respuesta que recibió del presidente de la Corte Suprema y del igualmente duro diálogo trabado con uno de sus integrantes, así como de la alarma disparada por el ex presidente Michel Temer, que llevó una carta pacificadora que Bolsonaro firmó sin titubear. O divulgaba una carta de disculpas, o las consecuencias serían tremendas no únicamente para él, sino para todo el país.
Ocurre que si ya no ataca a las instituciones citadas, amenazando una ruptura, continúa esparciendo absurdos sobre la pandemia, dirigidos al bloque de sus seguidores más radicales, calculados en alrededor de 11 por ciento de la población.
Así, vuelve a recordar que no se inmunizó porque –insiste– las vacunas contra el Covid-19 son experimentales, y defiende con vehemencia el uso de medicamentos que no sólo se ha demostrado resultan ineficaces para tal efecto, sino que, lo peor, pueden provocar efectos secundarios que llevan a los pacientes a la muerte.
Asegura que los cubrebocas no sirven para nada y manifiesta que su uso obligatorio no es más que una muestra de las tendencias dictatoriales de gobernadores y alcaldes.
Por otra parte, incentiva la compra de armas; asegura que la inflación no es culpa del gobierno federal y afirma que la situación económica en la nación es de las mejores del mundo, en decir, hace amplia propaganda de lo que nadie ve.
Mientras, la realidad palpable que sacude al país es cada día más angustiante. En varias capitales, Río de Janeiro, entre ellas, se multiplican las filas en las puertas de las carnicerías y pollerías en busca de huesos o patas de pollo. El número de personas viviendo en las calles se duplicó en menos de dos años. Las escenas de gente revolviendo el contenido de botes de basura en busca de restos de comida se vuelve cada día más cotidiano.
Son casi 15 millones de personas que cayeron en situación de extrema pobreza, acorde con los conceptos de sociólogos y economistas, lo que puede traducirse como pura miseria. Vale recordar que en tiempos del presidente Lula da Silva, Brasil había salido del mapa mundial de la pobreza.
Asimismo, existen otros 14 millones y medio de desempleados, 19 millones que padecen hambre, alrededor de 34 millones que a duras penas logran tener algún trabajo precario. Y, al menos, 600 mil muertos por la pandemia.
Todo ello agravado por el hecho de que la canasta básica experimentó un aumento promedio de 30 por ciento en los pasados 12 meses.
En sólo mil días Jair Bolsonaro acentuó la miseria, el hambre y el desem-pleo. Esparció angustia por doquier. Logró liquidar la esperanza, al menos en relación con lo que todavía queda de su mandato presidencial.
Sus continuas muestras de inestabilidad contribuyeron a alejar a los inversionistas de todas partes, devaluando la moneda brasileña y ocasionando con ello otro golpe a la inflación, más miseria y más hambre.
El sector industrial se contrajo de manera alarmante. Las exportaciones brasileñas se reducen, y en el campo, el llamado agronegocio, crea pocos puestos de trabajo si se compara con los que generan la industria y los servicios, o mejor dicho, creaban.
La demora injustificable para adquirir antígenos para hacer frente al Covid, paralela a su permanente campaña para incentivar la falta de confianza en su eficacia, son considerados factores cruciales para el cuadro económico y social que se traduce en más desempleo.
Mentiroso contumaz e incurable, por estos días Bolsonaro expresó una de las dos o tres verdades proferidas por él desde su llegada a la presidencia.
Recordó que nada está tan mal que no pueda empeorar. Olvidó mencionar sus cotidianos esfuerzos para que eso ocurra.