En una escena estremecedora de Noche de fuego (2021), primer largometraje de ficción de Tatiana Huezo ( Tempestad, 2016), realizadora salvadoreña radicada en México, la adolescente de 14 años Ana (Marya Membreño), corre por las calles de su pueblo en la sierra de Guerrero en un intento por evitar el insecticida tóxico que desde un helicóptero se esparce sobre la región para desalentar el cultivo ilícito de la amapola. En realidad, los cárteles de narcotraficantes corrompen a las autoridades para desviar los vuelos de los sembradíos y arrojarlos sobre otras áreas de la población. A esta amenaza continua se suma otra, más inquietante aun, y que mantiene en alerta a las familias del pueblo. Se trata del secuestro de mujeres jóvenes para el negocio paralelo de trata de blancas que practica el crimen organizado. Rita (Maryra Batalla), una mujer cuyo marido ha emigrado a Estados Unidos, ha venido protegiendo a su hija Ana (Ana Cristina Ordoñez González, a los ocho años), enseñándole a refugiarse en una suerte de sepulcro abierto en la tierra, cubierto con un petate, ante la eventual irrupción de narcos en busca de jovencitas. Parte de esa estrategia de defensa ante los secuestros consiste en cortar el cabello a las adolescentes, alegando una higiene contra piojos, pero en rigor para hacerlas menos atractivas. Una apariencia andrógina y descuidada protege a esas posibles víctimas de un asedio constante y peligroso. La solución ideal, aunque inalcanzable, sería que la joven Ana pudiera algún día reunirse con su padre en el extranjero y sustraerse así al terror cotidiano que vive el pueblo, pero eso es algo al momento irrealizable. Todo este entramado de astucias y simulaciones obligadas, escapa a la comprensión de la joven, quien sólo ve incomprensión y dureza en el esfuerzo desesperado de la madre por mantenerla a salvo de una calamidad siempre al acecho.
En su primera incursión en el terreno de la ficción (a partir de la novela estadunidense Prayers for the stolen, de Jennifer Clement), la documentalista Tatiana Huezo elige dividir el relato de Noche de fuego en dos partes, mismas que corresponden a dos etapas de la vida de un mismo personaje, Ana en su niñez y en su adolescencia. Desde su punto de vista (a la vez azorado, inquieto y rebelde) se contemplan las acciones nerviosas de la madre, los movimientos sigilosos y brutales de las bandas criminales, las faenas en el campos de amapola de quienes sobreviven con el mismo cultivo que envenena sus vidas, los rumores sin fin que el pueblo esparce en torno a la última joven secuestrada, y el clima de inseguridad y zozobra que vive toda la comunidad, y que para cualquier forastero resulta a estas alturas algo inimaginable. Con trazos breves, la película muestra las maneras en que algunos personajes consiguen escapar penosamente a este infierno. Una niña en el pueblo tiene la deformación congénita de un labio leporino que al desfavorecerle el rostro irónicamente la protege del negocio de trata de blancas. Por otro lado, el joven Margarito (Julián Guzmán Girón), pretendiente de Ana, garantiza su sobrevivencia y la de su familia dejándose reclutar por el crimen organizado. El clima que describe Noche de fuego es similar al de Las elegidas (2015), el segundo largometraje de David Pablos, o al de la cinta Heli (2013), de Amat Escalante. Tatiana Huezo toma sin embargo distancias con un registro predominantemente realista, y como antes lo hiciera en Tempestad evita la exposición de una violencia gráfica o cualquier asomo de sensacionalismo. Incluso se permite momentos de un lirismo insospechado, como el juego infantil de escondites bajo una sábana blanca que semeja un largo sudario. Con una estrategia artística que consiste en manejar con destreza elipsis narrativas y saltos temporales, y contrastar el instinto lúdico y los miedos infantiles con el malestar y desasiego de los adultos, la realizadora crea una atmósfera perturbadora y siniestra. La cineasta transita así del cine documental al relato de ficción con una soltura sorprendente, como si ambas formas de expresión fueran en definitiva efectivos vasos comunicantes para dar cuenta de una realidad social extremadamente compleja.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional, 15:15 horas, y en Cinemex, Cine Tonalá, Casa de Cine y Cinemanía Loreto.