Marli Fumagalli analiza cada precio mientras deambula entre los puestos de un mercado de São Paulo. Recién en la segunda ronda empieza a comprar con una fórmula: “Menos carne vacuna, más verduras y mucha creatividad”.
La subida más aguda de los precios en los alimentos respecto a la ya elevada inflación general se volvió un desafío cotidiano para los brasileños más vulnerables. Muchos, como Marli, ajustaron su dieta para afrontar los gastos crecientes.
“Estoy siempre en rojo... sólo da para comprar carne de segunda y hacerla rellena para que sea copiosa”, cuenta esta mujer de 69 años que intenta estirar su pequeña pensión para alimentar a su madre y a sus dos hijas.
Los precios al consumidor se dispararon 9.68 por ciento en 12 meses hasta agosto, pero los alimentos acumularon todavía más, casi 14 por ciento en ese periodo, según datos oficiales.
“La inflación que afecta el costo de los alimentos presiona los presupuestos de las familias desde 2020, especialmente las de menores ingresos”, dice Joelson Sampaio, profesor de la Escuela de Economía paulista de la Fundación Getulio Vargas.
Según sus estimaciones, desde abril 27.7 millones de brasileños (12.98 por ciento de la población) están por debajo del umbral de pobreza, ubicado en un sueldo de 261 reales mensuales (49 dólares). En 2019 la cifra era de 23.1 millones de pobres (10.97 por ciento).
En el mercado, el puesto de José Guerreiro ofrece cada vez menos cortes vacunos. “Intento eludir las subidas cambiando de proveedores, pero sucede lo mismo... es una bola de nieve”, lamenta mientras cuenta todo lo que sustituyó por pollo.
Las carnes rojas triplicaron el efecto en la inflación general con incrementos de 30.7 por ciento. Eso explica que haya sido uno de los principales productos relegados en la lista de compras, aunque el país tiene más ganado que cualquier otro y es el principal exportador mundial.
Según una reciente encuesta del instituto Datafolha, 85 por ciento de los brasileños redujo el consumo de algún alimento este año y 67 disminuyó el de las carnes rojas. Además, 46 bajó la ingesta de lácteos y alrededor de 35 por ciento hizo lo mismo con el arroz y frijoles, esenciales en la cocina nacional.
“La primera actitud de los consumidores es sustituir, la segunda es reducir y la última es descartar”, dice Sampaio.
Una encuesta de la Red Penssan de fines de 2020 reveló que 116.8 millones de brasileños sufrían algún tipo de inseguridad alimentaria y 19 millones pasaban hambre en este país de 213 millones de habitantes.
Afp