Nacido en Elizondo, fotógrafo de Egin, Josetxo Zaldua Lasa se refugió en Ipar Euskal Herria al ser acusado de pertenecer a ETA. En los años 80 dio el salto a México, donde desarrolló su carrera periodística, siempre vinculado al diario La Jornada, del que fue miembro del equipo fundador y coordinador general de edición.
No es fácil escribir un único obituario a quien ha vivido intensamente varias vidas. Con Josetxo Zaldua se va un periodista de raza que recorrió Latinoamérica durante los convulsos años 80 y principios de los 90, con el campo base en la Nicaragua revolucionaria.
Lo hizo como corresponsal de La Jornada, periódico del que formó parte del equipo fundador y del que fue pilar durante el último cuarto de siglo, ya en México, formando una tremenda dupla con su directora, Carmen Lira. A veces, juntas dos volcanes y emerge un periódico imposible que sólo México podía alumbrar.
Hizo periodistas, los forjó. Muchos lo disfrutaron y algunos, probablemente, lo sufrieron. Ni que decir tiene que es uno de los grandes culpables de que quien esto escribe se dedique al oficio y, paradojas, tenga que acabar escribiendo el obituario a su tío. Con 19 años me sacó de una facultad enterradora de vocaciones para enseñarme que sí, que el periodismo se podía parecer a eso que intuía. En cada país latinoamericano que he visitado he encontrado una puerta fácil de abrir. La llave siempre era él.
Con Josetxo Zaldua Lasa se va también un militante vasco. Fotógrafo de un Egin recién parido, en 1978 tuvo que esconderse tras ser señalado como responsable de una acción fallida de ETA.
Una huida rocambolesca, digna de aquellos años y de su protagonista, con cambio de ropa en un confesionario incluido, le acabó llevando a Iparralde. Desde allí voló, años más tarde, a México, donde esperaba, desde los años 40, parte de la generación anterior de la familia. Baztaneses universales.
Fiel a su propia historia, ni renegó de nada ni comulgó con todo. Entre sus hazañas, llevar La Jornada a ser prácticamente el único diario en preguntar directamente a Aznar sobre las torturas a militantes vascos. Entre sus honores, provocar las protestas de Garzón y Savater por su cobertura del conflicto vasco. No ahora, sino hace más de dos décadas.
Pagó con creces el exilio. Fueron tres décadas sin poder regresar a casa, sin poder despedirse de su padre. Años de maletas veraniegas y contrabando de resbalones de Malkorra de orilla a orilla del Atlántico. Juró que no le pasaría lo mismo con su madre y volvió. La profundidad de la paz que le dio sólo él la conoce.
Con Josetxo Zaldua Lasa se van también varias vidas clandestinas que nunca conoceremos y el recuerdo de una infancia feliz en Elizondo, que quiso dilatar negándose a venir a Iruñea cuando la familia migró a la capital.
Así era, terco y cabezón, faltaría más. Parecía más interesante pelar la pava con las hijas de los soldados americanos de Gorramendi, porque por supuesto, se puede ser antimperialista y querer ligar con las hijas de militares gringos.
Voluntad de hierro, pasión ilimitada e intuición asombrosamente felina. No sé cuantas vidas fueron las que vivió Josetxo, seguro más de siete. En algunas sufrió, sin duda, pero estoy seguro de que gozó en todas ellas.
No en vano, sabía que las contradicciones no deben ser gestionadas, verbo aburrido y burocrático donde los haya, sino disfrutadas. Para ello, también hay que decirlo, México se antoja mejor país que el nuestro.