Los albergues para migrantes ubicados en la Ciudad de México se encuentran rebasados desde hace más de una semana ante la imparable llegada de haitianos, quienes confluyen en la capital del país provenientes de las fronteras norte y sur. Desde el río Bravo, se registra una oleada de personas que retornan a México para evitar que las autoridades estadunidenses las deporten a su país de origen, mientras desde el Suchiate ingresan a territorio nacional grupos provenientes de Centro y Sudamérica. Esta situación, que ya es insostenible, no hará sino empeorar en los próximos días, tanto por la política migratoria vigente en Estados Unidos como por el creciente flujo de tránsito registrado en la zona fronteriza de Panamá y Colombia, donde en estos momentos hay 19 mil personas en espera de continuar viaje hacia el norte, y a donde arriban 30 mil nuevos migrantes cada mes.
Los orígenes de esta afluencia masiva de haitianos hay que buscarlos, por una parte, en el grave deterioro de las condiciones políticas, económicas y de seguridad que la nación caribeña experimenta desde hace décadas, y que se ha recrudecido por los desastres naturales ocurridos este año. Por otro lado, la llegada de gobiernos derechistas a Brasil y Chile, aunada a la prolongada crisis económica que padece el gigante sudamericano, pusieron fin a los programas de acogida lanzados en años anteriores, y orillaron a los haitianos que se encontraban ahí a buscar nuevos horizontes.
Más allá de las causas, lo cierto es que la creciente presencia de ciudadanos haitianos en México configura ya una crisis humanitaria y un desafío de Estado. Para añadir complejidad a la tarea, los encargados de los centros de acogida reportan que, a diferencia de los migrantes centroamericanos (quienes, en su abrumadora mayoría, sólo se encuentran de paso hacia Estados Unidos), hasta 90 por ciento de los haitianos han expresado la intención de permanecer en nuestra nación. Por ello, es urgente que las autoridades encaren este reto y elaboren un plan de contingencia para subsanar la actual falta de capacidad administrativa, logística y financiera para gestionar la estadía de esta cantidad de personas, brindarles un alojamiento digno en el corto plazo y garantizar su plena integración a la sociedad mexicana en el largo.
Lo anterior implica asumir una nueva realidad en la cual México es no sólo país de tránsito, sino también de llegada, y renunciar a cualquier tentación de usar la política inhumana de Washington hacia los migrantes como pretexto para aplicar medidas análogas con quienes llegan a territorio mexicano.
En este escenario, debe abogarse por que los principios de gobierno enunciados por el presidente Andrés Manuel López Obrador al inicio de su gestión se traduzcan en una política emergente para abordar una problemática que era ciertamente imprevisible hace tres años, pero que amerita toda la atención de las autoridades. Soslayar las necesidades de los migrantes haitianos sería inaceptable desde una perspectiva ética y humanitaria, y además supondría el riesgo de que los refugiados sean convertidos en carne de cañón para la delincuencia organizada.