En 1991, Silvio Rodríguez comenzó a grabar un disco en México que no vería la luz sino hasta 30 años después. Ese álbum era de alguna forma resultado de una exitosa gira que el cantautor cubano había estado haciendo junto al grupo de jazz-rock-fusión de raíces afrocubanas llamado Diákara. Durante décadas, el ciclo que cerrarían esas canciones quedó truncado, aunque el proyecto nunca salió de la mente del trovador.
Silvio Rodríguez con Diákara comenzó a ser grabado en un estudio ubicado en avenida Miguel Ángel de Quevedo en Coyoacán. “Llegamos allí algo cansados, con deseos de llegar a nuestros hogares, ya que acabábamos de terminar un periplo por ciudades aztecas. Fueron apenas tres o cuatro sesiones matutinas en las que alcanzamos a grabar 10 temas, gracias al entrenamiento de la gira. En una mañana puse ocho de las voces que aquí se escuchan. Las otras dos conseguí ponerlas 20 años después, en los estudios Ojalá de La Habana, cuando retomé este trabajo para al fin publicarlo”, explicó el cantautor.
Junto a Diákara, Rodríguez había ampliado sus posibilidades musicales. La agrupación era liderada por Oscarito Valdés, uno de los percusionistas más destacados de la isla, aunque también era integrada por músicos que hoy día son referentes en sus respectivos instrumentos: Ramón Valle en el piano; Roberto Vizcaíno en la percusión afrocubana; Ahmed Barroso en la guitarra; y Diego Valdés, en el bajo eléctrico.
“La razón que durante 30 años me ha animado a volver una y otra vez a este trabajo ha sido su calidad musical. Diákara fue un grupo excepcional que en pocos meses consiguió una solidez y originalidad notables”, destacó Silvio Rodríguez.
Con algunas grabaciones todavía pendientes, y ante las limitaciones en la tecnología que por aquella época padecía Cuba, el disco quedó inconcluso. Silvio Rodríguez, por su parte, comenzó a ahorrar dinero con la intención de convencer al Estado de invertir en nuevos estudios. El músico pudo comprar una multipista de 24 canales, que la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales estuvo usando durante varios años, pero los contratiempos no pararon ahí.
“Estos registros han pasado por muchas tribulaciones y han generado no pocas aventuras. Originalmente fueron grabados con reductores de sonido muy específicos, equipo que se conectaba a las grabadoras que se usaban entonces. En Cuba no existía esa tecnología y siempre que reproducíamos las cintas escuchábamos un desagradable gis en primer plano. Esto nos hizo ver la necesidad de buscar lo que nos faltaba, para mezclar con la mayor calidad posible”, expuso.
“Un día nos hablaron de un flamante estudio, en otro país, que ‘tenía de todo’. Nos pusimos en contacto, pero carecían del reductor de sonidos. Sin embargo, nos prometieron alquilarlo en un tercer país y que lo tendríamos cuando llegáramos. Entonces hablé con Chucho Valdés, que debía poner el piano en Venga la esperanza, ya que estábamos usando su arreglo, y le propuse que viajara con nosotros a culminar la grabación”, contó el músico.
El pianista cubano, entusiasmado con la propuesta, pospuso sus compromisos para viajar con la agrupación. “Pero la alegría de nuestra llegada se desvaneció cuando en el estudio nos dijeron que aún no tenían el equipo prometido, aunque lo esperaban para el día siguiente. Aquella conversación se repitió, idéntica, durante 10 días consecutivos hasta que, al onceno, ya sin recursos para continuar allí, tuvimos que regresar a Cuba con nuestras cintas de dos pulgadas sin tocar. Lo bueno de aquellos 11 días fueron las vacaciones que disfrutaron los grandes talentos que me acompañaron”, recordó el cubano.
“Después de 30 años sin cejar en la realización de este proyecto, al fin lo puedo dedicar a la memoria del fundador de Diákara –uno de los más grandes bateristas que ha dado Cuba–: Oscarito Valdés (Jr.). A él, en su eternidad, agradezco el haberme invitado a inaugurar juntos esta rica experiencia”, concluyó el cantautor.