El gobierno de la 4T, durante sus tres primeros años, ha dedicado esfuerzos sin cuento a levantar piedras y encontrar debajo de cualquiera, sin falta, la corrupción neoliberal. Ahí donde ha mirado, ha aparecido un absceso purulento. No hay palabras para nombrar la dimensión, la cuantía, el alcance, los modos, el número de personas involucradas en actos de envilecimiento y deshonestidad. Probablemente pueda afirmarse que no hay otro país en el mundo con mayor corrupción descubierta y encubierta, procreada por Carlos Salinas y sus sucesores, adueñados de las instituciones del Estado.
Los gobiernos emanados de la revolución ganaron fama a diestra y siniestra por su dedicación a crear generaciones sexenales de millonarios, pero los emanados del neoliberalismo alcanzaron cotas estratosféricas de corrupción de unos “servidores” públicos que sólo se servían a sí mismos. Era mentira vil que fueran servidores. Además, involucraron a extensísimas capas de individuos particulares y empresarios que se enriquecieron junto con los “servidores”, en toda clase de actividades disfrazadas de públicas, fusionadas a fondo con las particulares y privadas.
Con seguridad, no sabremos nunca lo necesario sobre el cúmulo de la corrupción sin fin. Sexenio tras sexenio, el gobierno, con los recursos públicos, los de todos los mexicanos, compró el consenso neoliberal, armándolo con los empresarios y la más amplia capa intelectual del país. Además, como en todas partes, el discurso del “yo soy el arquitecto de mi propio destino” forjó al individuo neoliberal con aspiraciones de un consumo siempre por encima de las posibilidades de cada uno. Todo era cuestión de esforzarse un poco más. La sociedad de los de arriba, los riquísimos millonarios, el PRI, el PAN y el PRD, más los privados, medio adinerados o con aspiraciones, todos con acceso a los fondos públicos, configuraron a la derecha mexicana neoliberal, en el poder durante cinco interminables sexenios.
Con el triunfo de Morena, esa derecha neoliberal se enfrentó súbitamente a un escenario social y político tan inesperado como extraño a su índole sustantiva. No sólo porque la derrota electoral fue absoluta, aplastante, definitoria, sino porque ese fracaso hizo convergencia con una circunstancia global de fin de época del neoliberalismo que, con la pandemia, sonó a las trompetas del apocalipsis: sí había fin para tanto mal; el neoliberalismo no era para siempre, sí había una historia después de sus horrores.
En los años 70 y siguientes, la derecha fue dueña de un proyecto de vida y de sociedad de consumo sin término para los de arriba, soñada y para siempre. Nunca se reconocieron neoliberales, pero los “principios” de ese adefesio los tienen adheridos como su propia piel. Hoy la derecha neoliberal no tiene proyecto en ninguna parte del planeta, pero en México menos aún, debido al alcance del triunfo electoral de AMLO.
El síntoma mayor de esa derecha sin proyecto es Trump y sus intentonas de hacerse del poder por cualquier medio, profiriendo sin parar mentiras grotescas y tratando de construir trampas aberrantes. Las derechas del mundo, las mexicanas a todas luces, se volvieron trumpistas. Poblaron las redes sociales donde farfullan torpezas y jerigonzas cotidianas, sin atinar a decir una palabra que anuncie un proyecto de futuro. En el porvenir, al neoliberalismo sólo le aguarda la tumba. Ciertamente no será mañana, pero su futuro es como el camino del final de los elefantes. Ahí van, andando a paso lento.
Las izquierdas tienen muchos, demasiados proyectos futuros. Ese es su problema. Sin acordar un proyecto inteligente, que surja desde abajo y para los de abajo, sólo coadyuvarán a hacer más lento el camino del neoliberalismo hacia la muerte.
En Estados Unidos los republicanos del Senado están dispuestos a bloquear el paquete de gastos presentado por Biden y los demócratas, una medida que precipitaría una doble crisis, fiscal de cierre del gobierno, y un impago sin precedentes de las obligaciones de la deuda estadunidense. Puede ser el anuncio de la cancelación de la recuperación esperada, lo que afectaría a todo el planeta. La derecha sin proyecto puede hundir a la economía mundial en un colapso. Un crac que empeorará las crisis migratorias en todas partes. El único proyecto de las derechas es poner piedras en el camino a cualquier intento de acción en favor de los desfavorecidos de la vida. En los años 80 y 90 el mundo sonreía a las derechas con la muerte de la URSS, el avance de la globalización, el triunfo de Internet y la financierización de la economía mundial; todo era esperanza color de rosa. Hoy están en el infierno.
Los proyectos de las izquierdas tienen que volverse caminos efectivos de futuro, para el largo plazo, pero urgentemente también para el corto plazo. La colaboración internacional entre las izquierdas de todos los tonos es imprescidindible. La voluntad de cooperar y acordar con flexibilidad pero con máxima verdad, no puede esperar.