Ciudad de México. La semana pasada, a partir del martes 21, una doble oleada de migrantes haitianos, la mayoría con la intención de documentarse y permanecer en el país, empezó a moverse desde el norte y desde el sur hacia la Ciudad de México. En poco menos de cuatro días los albergues que gestionan organizaciones religiosas y defensores de migrantes llegaron a su límite de cupo y ahora se ven rebasados.
Magdalena Silva, religiosa josefina que gestiona el albergue para familias migrantes Cafemin, asegura que estos nuevos flujos no van solamente en tránsito ni se van a ir en dos o tres meses.
Para esta defensora “esta es una nueva crisis migratoria, lo quieran admitir las autoridades o no”.
Asegura: “Lo que el gobierno se niega a ver es que aquí no hay soluciones fáciles; debe haber una revisión a fondo de la política migratoria para resolver la emergencia. Lo cierto es que esta población en movimiento no tiene asidero en su vida. No pueden estar en su país de origen, ni en el de tránsito ni en el de destino. ¿Qué hacemos con ellos? ¿Los mandamos a la luna?”.
El celular de la hermana Magda no deja de sonar. Esta vez le llaman de otro albergue, Casa Tochan. “¿Te caben todavía cuatro personitas? Son dos parejas, cada una con un niño. Yo ya no puedo acomodar a nadie mas. Tengo gente hasta en la azotea”, le preguntan. Responde como siempre: “Mándamelos”.
La Casa de Acogida y Formación para Mujeres y Familias Migrantes también está muy arriba del cupo para recibir migrantes, esta vez haitianos procedentes en su mayoría de Chile o Brasil. Como todos los refugios en la Ciudad de México, este recinto, uno de los mas grandes, está rebasado desde el pasado jueves, cuando empezaron a confluir en la capital las dos grandes oleadas de solicitantes de refugio desde la frontera norte y la frontera sur.
Y así están todos los demás albergues gestionados por comunidades religiosas o de la sociedad civil.
“A cada rato tocan la puerta. Entre ellos se ha corrido la voz. Saben que pueden acudir a nosotros y no vamos a rechazar a nadie. Tenemos cupo para 100. Nos han llegado 160. Sé que cuando llegue a 200 voy a tener que cerrar”. Por lo pronto, ya no hay espacio en las habitaciones. Empiezan a desplegar carpas y colchonetas. Al menos una tercera parte son niños. Pese a todo, el lugar está limpio, en orden. Entre el creole haitiano que hablan entre ellos suena también el portugués y el español con acento chileno.
En el centro cultural La Resistencia están pensando hacer acopio de tiendas de campaña para instalar a los grupos en las calles. En Casa Tochan, con cupo para 40, ya tienen 80. En Casa Fuentes tienen 20 camas; más de 70 albergados. En la Arquidiósesis hay también más de 70 y capacidad para alojar a 30. El Programa Casa Refugiados empezó ubicando a los solicitantes de asilo en hoteles. Pero del martes a la fecha el número de duplicó, se triplicó. Para alimentarlos se hacen malabares.
Esto apenas está empezando
La red de albergues, algunos religiosos, otros de la sociedad civil, temen llegar en cualquier momento a un punto crítico. “Y esto apenas está empezando”.
“No era necesario que llegáramos a este punto de crisis. La ciudad sí tiene capacidad de responder a estas oleadas de migrantes como lo hizo en 2018”, cuando una serie de caravanas centroamericanas cruzaron todo el territorio nacional, pasando un periodo de descanso y reorganización en el macroalbergue que se abrió en la ciudad deportiva “El Palillo” en la Magdalena Mixhuca, gestionado por la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México.
Cafemin integra, junto con otros 27 albergues para migrantes en el sur, centro y norte de México la Red de las Organizaciones Defensoras de Migrantes (REDODEM) que documenta día a día lo que pasa con el flujo migratorio que transita por el territorio nacional. “Y tenemos reportes de que esta llegada a la Ciudad de México es apenas el principio. Por ejemplo, en Palenque hay muchos grupos de haitianos y otras nacionalidades buscando moverse hacia el norte. Y en la frontera norte, después de la disolución del campamento bajo el puente fronterizo Ciudad Acuña-El Río (llegó a contar con 15 mil personas) y ante la amenaza de ser deportados por el INM, muchos vienen de regreso hacia el centro”.
De acuerdo a esos reportes, la hermana Magda señala difencias en las experiencias de los flujos que transitaban en 2017 o 2018. “Eran caravanas mas grandes. Llegaban cansados físicamente. Agotados. Ahora es distinto: vienen correteados, golpeados. En el camino viven humillaciones, les quitan sus pertenencias, les rompen documentos y pasaportes. Tenemos muchos testimonios que así lo reportan”.
Magdalena Silva conoce a fondo las rutas y las dinámicas de las caravanas migrantes, a las que acompaña desde que se auto-organizó la primera desde Tenosique, Tabasco, con la idea de llegar a Villahermosa y que, de manera espontánea, ya con mas de 1,500 caminantes, llegó hasta el Ángel de la Independencia.
El gran comedor techado de este albergue es presidido por la simbólica cruz de ese primer Vía Crucis que encabezó el padre Tomás González, del refugio “La 72”.
Otro cambio dramático es que, a partir de la Reforma de la Ley para la protección de niños y adolescentes, mucho más menores son detenidos. “Aquí lo vemos seguido. Nos llegan camiones repletos. He visto cómo los bajan, como si vinieran presos, agarrados del cuello. Llegan espantadísimos. Los agentes nos dicen que los tratan así ´para protegerlos´”.
Cafemin tiene por el momento bajo su cuidado a 15 chamacos hondureños, cuatro salvadoreños y seis guatemaltecos, adolescentes no acompañados detectados en la ruta migrante.
En días pasados, la jefa de gobierno de la Ciudad de México Claudia Sheinbaum declaró que no veía necesario abrir albergues para los grupos de haitianos. “No va a ser muy larga su permanencia en la Ciudad”, dijo.
La hermana Magda no lo ve así. “No van a ser dos o tres meses de estadía sino mucho mas. De los que están llegando aquí, mas del 90 por ciento reporta su voluntad de quedarse. Muchos vienen de iniciar sus trámites de refugio ante la COMAR en Tapachula. Por ley, esta gestión no debería tardar más de 45 días. Pero Comar está rebasada y tarda cuatro, seis y a veces más meses en dar una respuesta. Así se gestó la crisis de Tapachula. Sin salida, sin respuestas institucionales y acumulando decenas de miles de desplazados, el éxodo se movió hacia el norte, hasta el Río Bravo.
El campamento de más de 15 mil personas estacionado en la frontera llamó la atención mundial cuando la gente empezó a cruzar el río. Después de la respuesta represiva de Estados Unidos y los vuelos de deportacion estadunidenses y mexicanos, la gran masa emprendió el regreso hacia la capital.
A esto se suma otra dificultad. Por ley, Comar establece que el solicitante a refugio debe esperar la resolución de su trámite en el estado donde lo interpuso. Si abandonan la entidad se declara “abandono de proceso”.