El 20 de septiembre, dirigentes de Morena, gobernadores y legisladores del partido, publicaron (¿expidieron?) una especie de proclama dirigida al pueblo de México, a militantes y simpatizantes de la Cuarta Transformación nacional. Al redactar el texto, los firmantes que tratan a la citada transformación como si fuera una organización con militantes, la identifican a veces como partido y se entiende, pero no está explícito que es Morena y otras veces como “transformación” y proponen, así se entiende, consolidar una alianza popular y para ello presentan lo que denominan un acuerdo político. El acuerdo está “conformado” por varias acciones enumeradas del uno al cinco.
En el primer punto expresan la importante intención del acuerdo: ganar la consulta del próximo año, es decir, que no se revoque el mandato y que más bien se ratifique al presidente Andrés Manuel López Obrador para que continúe e impulse la transformación por la que votamos y que, a pesar de obstáculos, sigue adelante.
El punto dos tampoco es, estrictamente hablando, una acción; se trata más bien de una reafirmación de que Morena sea, siga siendo, el instrumento de la lucha del pueblo y convidan a que toda persona que desee, se afilie al partido. Debieron decir toda persona que desee y que se sujete a los estatutos y acepte los principios del pensamiento de Morena, su doctrina o ideología. En el punto tres, se declara que la fuerza de Morena es el pueblo organizado y se invita a “retomar el diálogo casa por casa” para constituir comités en defensa de la 4T integrados por protagonistas del cambio verdadero.
El punto cuatro descubre una de las intenciones de los convocantes; volver a posponer hasta agosto del año próximo, las asambleas estatutarias, es decir, se continuará en la irregularidad y se envían nuevamente al futuro, la organización tan evidentemente necesaria del partido; lo urgente hace que se posponga lo importante. No hay comités, asambleas, congresos; hay nombramientos desde el centro y “apertura” a quienes ante el triunfo inminente y después de triunfo se acercaron al movimiento para darle el apoyo que le negaron por décadas.
Estos apoyos o estás respuestas a la “apertura” han sido buenas algunas veces, pero otras muchas son ofensivas para los militantes fieles desde antes de la fundación del partido.
El punto quinto quizás sea el mejor o la mejor, ya no sabe bien qué es lo que se enumera; se trata de una propuesta de capacitación. Sin duda fundamental, puesto que tanto tiempo sin democracia y sin un verdadero juego de partidos, los ciudadanos frecuentemente confunden la política con la grilla. A quienes estamos en el movimiento y en el partido desde sus inicios nos interesa mucho que sea lo que sea, se consolide y quizá debe decirse mejor se organice como un partido sólido desde abajo y no a partir de decisiones del centro.
De abajo hacia arriba, al revés del barrido de las escaleras para efectos de eliminar la corrupción; la estructuración del organismo político debe empezar a partir de comités distritales, municipales y en seguida seccionales, integrados por vecinos convencidos y cuidando mucho que no se cuelen sin una verdadera convicción, los perseguidores del poder, que caen siempre como por casualidad, no a la hora de la siembra, sino a la hora de comer; cuando ya otros consolidaron organización y prepararon triunfos.
Uno de los teóricos más reconocidos en el tema de los partidos políticos, Robert Michels, en un texto ya clásico, escrito en 1915, su libro Los partidos políticos, advierte que el riesgo mayor de los partidos, especialmente cuando alcanzan el poder, es su burocracia; cuando decaen los liderazgos a los que les dedica el primer tomo de su obra y se adueñan de los hilos del poder partidista los burócratas, los dueños de los archivos, los que expiden credenciales y los que elaboraron nombramientos, a los que les dedica buena parte del segundo tomo.
La advertencia, a partir de lo que estamos viviendo es clara, en la capacitación que se propone en el desplegado “Alianza popular para continuar con la transformación de México”, la lectura de los clásicos, estudiosos de los partidos, como Robert Michels, debe ser primordial; si me preguntaran diría que el programa debe ser: nación; Estado; partido en la parte teórica; en la parte operativa, un programa que ya está descrito en la campaña del actual Presidente y en los libros que ha escrito.
La verdad, a pesar de la redacción del desplegado, la intención es positiva; a mitad del camino del sexenio es evidente que nadie debe bajar la guardia, “adormilarse”, en ninguna de las estructuras sociales en proceso de transformación, pero el partido es indispensable. Como se decía desde el gobierno legítimo, sólo el pueblo salva al pueblo y sólo el pueblo organizado, democráticamente, en un partido estructurado, puede proyectar al futuro el gran esfuerzo del actual Presidente y de los militantes que han colaborado, en las buenas y en las malas.