Madrid. El surrealismo del artista belga René Magritte se apropió del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza en la primera gran retrospectiva del artista en España, que incluye desde sus obras más tempranas hasta la que creó en el otoño de su vida. La muestra, titulada La máquina Magritte, está integrada de 90 piezas procedentes de colecciones públicas y privadas, además de una serie de fotografías y películas caseras.
El espectador verá ante sí el cuadro dentro del cuadro. O el paisaje en otro paisaje, aún más inquietante y enigmático. Es el ingenio desbordado de Magritte, uno de los creadores del siglo XX que más se significó en la vanguardia del surrealismo en su lucha infatigable contra la automatización del pensamiento, de la creación.
La muestra destaca el componente repetitivo y combinatorio en la creación del pintor, cuyos temas obsesivos vuelven con innumerables variaciones de sus composiciones e imágenes provocativas, capaces de alterar nuestra percepción, cuestionar nuestra realidad preconcebida y suscitar la reflexión.
La exposición reúne 90 pinturas procedentes de instituciones, galerías y colecciones particulares de todo el mundo, con el apoyo de la Fundación Magritte, entre ellas algunos de los cuatros más simbólicos de la trayectoria del genio belga, como La alta sociedad, Tentativa de lo imposible o El sueño.
Se recorre la vida y la obra del artista belga, desde que en 1950 firmó junto a algunos amigos surrealistas, también belgas, el catálogo de productos de una supuesta sociedad cooperativa, La Manufacture de Poésie, que incluía artefactos destinados a automatizar el pensamiento o la creación; entre ellos, una “máquina universal para hacer cuadros”, cuya descripción prometía “un manejo muy simple, al alcance de todos,” para “componer un número prácticamente ilimitado de cuadros pensantes”.
Esa idea del aparato para pintar tenía precedentes en la literatura de vanguardia y entre los precursores del surrealismo, cuyos dispositivos ponían énfasis en el proceso físico de crear un cuadro, aunque con concepciones opuestas: en el primero, el dispositivo gira y lanza sus chorros de color en todas direcciones y el segundo se asemeja a una impresora de imágenes fotorrealistas.
El aparato descrito por los socios belgas es diferente: genera gráficos conscientes de sí mismos. “La máquina Magritte es una máquina metapictórica, que produce cuadros pensantes, pinturas que reflexionan sobre el propio arte”, explicó el comisario de la exposición y director artístico del museo madrileño, Guillermo Solana.
Magritte definía su pintura como un arte de pensar y que a pesar de su conocida oposición al automatismo como procedimiento central del surrealismo, “parece conferir un valor intelectual a la despersonalización y la objetividad de esa autorreproducción de su obra”. Por eso la máquina Magritte “no es coherente y cerrada como un sistema, sino abierta cual procedimiento heurístico, de descubrimiento; y es recursiva, porque las mismas operaciones se repiten una y otra vez, pero produciendo cada ocasión resultados diferentes”.
Con lo que, tras recorrer la exposición, se llega a la conclusión –en opinión de Solana– de que “toda la obra de Magritte es una reflexión sobre la pintura misma, reflexión que aborda con la paradoja como herramienta fundamental.
“Lo que se nos revela en el cuadro, por contraste o por contradicción, no sólo es el objeto, sino también su representación, el cuadro mismo. Cuando la pintura se limita a reproducir la realidad, el cuadro desaparece y sólo reaparece cuando el pintor saca las cosas de quicio: la pintura únicamente se hace visible mediante la paradoja, con lo inesperado, lo increíble, lo singular.”