Este 2021 se conmemoran cuarenta y cinco años de la muerte de Martín Luis Guzmán (Chihuahua, 1887-Ciudad de México, 1976), uno de los más perfectos y eficaces escritores en lengua castellana. Fue periodista, narrador y diplomático, y a él se deben títulos tan emblemáticos e insustituibles para las letras mexicanas como "El águila y la serpiente", "Memorias de Pancho Villa" y, de manera destacada, "La sombra del caudillo". Con este ensayo celebramos su trayectoria literaria y vital.
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El rigor intelectual
Nacido en Chihuahua en 1887 y muerto en Ciudad de México en 1976, Martín Luis Guzmán ha sobrevivido en las figuras del general Ignacio Aguirre y del joven Axkaná González. Escritor prolífico, El águila y la serpiente (Madrid, 1928) y La sombra del Caudillo (Madrid, 1929) son sus libros paradigmáticos. Sus Obras completas fueron reunidas en tres volúmenes por el Fondo de Cultura Económica. El primero incluye El águila y la serpiente, La querella de México, A orillas del Hudson, Otras páginas, Necesidad de cumplir las Leyes de Reforma, Pábulo para la historia y Crónicas de mi destierro. El segundo está compuesto por La sombra del Caudillo, Axkaná González en las elecciones, Javier Mina, héroe de España y México, Filadelfia, paraíso de conspiradores, Piratas y corsarios, Academia, Islas Marías y Maestros rurales. El tercero contiene Memorias de Pancho Villa, Muertes históricas y Febrero de 1913.
Guzmán formó parte del Ateneo de la Juventud y fue partidario del movimiento revolucionario de 1910, al lado de Francisco Villa. Ejerció el periodismo, dirigió y fundó múltiples periódicos a lo largo de su vida. Ernesto de la Torre consideró el de Guzmán “uno de los estilos más perfectos y eficaces de las letras escritas […] en lengua castellana”. La intención del escritor era “interpretar la vida de México.” Fue asesor de Francisco Villa. Tras la derrota de la División del Norte, se trasladó a Estados Unidos y a Europa. Retornó a México en 1920. Se opuso al anhelo de Álvaro Obregón de ser sucedido en la presidencia por Plutarco Elías Calles, y esa fue la causa de su exilio. Vivió en España de 1925 a 1936, donde dirigió los periódicos El Sol y La Voz. Regresó a México en 1936. “Madrid, en el ’36, era la ciudad en la que yo había vivido más tiempo seguido”, afirmó el autor doblemente exiliado.
“Yo lo que quiero es información, documentación de primera magnitud. Todo esto hay que hacerlo antes de que se dispersen muchos archivos que ahora están en magnífico estado, pues quiero ver si hay modo de aprovecharlos, y en esas gestiones ando”, dijo Guzmán a Rafael Heliodoro Valle en una entrevista publicada en mayo de 1936 en la Revista de la Universidad de México. También dijo durante la conversación: “Quiero que lo que me salga sea una obra, si no definitiva, no de apreciaciones superficiales de hechos, sino un verdadero relato histórico, una relación histórica. Esto lo he empezado hace algún tiempo, pero no he podido terminar algunos temas por la falta de documentos que en España es muy difícil obtener, y es que eso cuesta mucho tiempo, mucho dinero, mucha correspondencia, y aprovechando este viaje, he querido allegar todo lo que pueda, como documentación.”
La indagación histórica
Para Rafael Olea Franco –profesor e investigador de El Colegio de México–, la recreación explícita o disimulada de personajes históricos persevera en la narrativa identificada como Novela de la Revolución Mexicana, cuyo coloso fue Martín Luis Guzmán. Olea Franco analiza cómo aparece representado Álvaro Obregón en dos libros esenciales de Guzmán: El águila y la serpiente –crónicas sobre la Revolución en las que se alude a Obregón de modo explícito– y La sombra del Caudillo –novela en la que Obregón es indirectamente identificado con la figura aciaga anunciada en el título.
“En el primer caso se advierte el recelo que el militar despierta en el escritor, lo cual deviene en un estilo mordaz y descalificador, mientras que en el segundo predomina la severidad acusatoria. La figura de Obregón constituye un reflejo singular en ese vasto espectro de la narrativa de Guzmán, una obra vigorosa que conjuga magistralmente imaginación literaria y penetración histórica”, expresó Olea Franco.
“De tal suerte, podemos decir que Guzmán el escritor fue también un agudo politólogo que empleó la literatura como una forma de denuncia, pero sobre todo como una finísima herramienta de análisis”, aseveran Beatriz Alcubierre Moya y Jaime Ramírez Garrido, estudiosos de Martín Luis Guzmán.
“Los generales se vuelven personajes de Tácito y Plutarco”
José Emilio Pacheco escribió en su columna Inventario el 3 de enero de 1977: “Se ha dicho con justicia que El águila y la serpiente es para la Revolución lo que fue la Historia de Bernal Díaz para la Conquista. Se ha afirmado también que es la novela de los de arriba: el libro de los caudillos. El ausente es el pueblo en armas; el artista del Ateneo no llega a verlo sino como carne de cañón o material ridiculizable (los zapatistas en la ciudad de México). Pero entre la estética de la violencia y la fascinación de la carroña la prosa sin edad de Guzmán convierte en epopeya lo que narra, los generales se vuelven personajes de Tácito y Plutarco, la Revolución queda exaltada al rango de un pasado clásico.”
Sobre La sombra del Caudillo dice Pacheco que, en el libro, Guzmán: “mezcla con destreza acontecimientos de 1927 y 1924 y sólo añade un personaje imaginario: Axkaná González, destinado a ser el nexo de una trilogía que no llegó a escribirse y de la que sólo queda un relato, ‘Axkaná González en las elecciones’, aparecido originalmente como Aventuras democráticas (1931).”
Como la línea áurea en las pinturas clásicas
Para Margo Glantz, La sombra del Caudillo es “la novela política más coherente que se haya escrito en México.” La escritora confiesa: “pienso que nadie ha logrado, con tan acabada perfección literaria, dar cuenta de un fenómeno en el momento mismo en que posiblemente era liquidado, y a la vez definir una retórica que, ella sí, se ha mantenido activa hasta este momento. Además, al recrear con precisión novelesca un acontecimiento histórico mexicano, Guzmán determina, imitando a los trágicos griegos, cuáles son los usos y abusos del poder.”
Continúa: “Nunca ha estado Guzmán-Axkaná más cerca del ideal: el pelotari es la imagen moderna del discóbolo, no puede haber nada más bello para un ateneísta: vislumbrar por fin la forma y el movimiento encadenados, la presencia definitiva, palpable, concreta, del héroe, el mito hecho realidad, ‘la maestría heroica’, la belleza irreal. Éste es uno de los momentos fundamentales del texto, juega casi el mismo papel que la línea áurea en las pinturas clásicas.”
El ingreso a la Academia: un viajero fatigado
En el discurso leído el viernes 19 de febrero de 1954 en la ceremonia de ingreso de Martín Luis Guzmán a la Academia Mexicana de la Lengua, el autor de La querella de México apela a un espacio que podría resultar acogedor: “Bien pudiera deciros, al acogerme hoy a vuestro reposo, que no vengo de las aulas ni de las bibliotecas, sino del trajín de la calle; pero acaso sea más exacto y justo que me recibáis como a viajero, ya un poco fatigado por los embates de un vivir ardiente, que ha avanzado hasta aquí después de recorrer con los latidos de su corazón los caminos históricos de México, ásperos aunque luminosos.”
La esencia de Martín Luis Guzmán
En una entrevista de permanente actualidad sostenida con Emmanuel Carballo en 1958, publicada en las páginas de este suplemento hace dos décadas, el 17 de junio de 2001, Martín Luis Guzmán revela el origen de su literatura, su proceso creativo, sus hábitos de escritura. En cada pregunta Carballo extrae la esencia de la escritura de Guzmán:
–¿Por qué escribe usted?
–Un impulso interno me movió a escribir a los trece años. Ese mismo impulso me sigue dictando las páginas de mis libros, como hace más de medio siglo.
–¿A qué horas escribe?
–Escribo generalmente por la noche y en las altas horas de la madrugada. Solamente en el silencio está uno consigo mismo. El momento en que la inteligencia se decanta y el estilo adquiere tajante desnudez llega, en mí, a las cinco de la mañana. Se deja atrás, después de ocho horas de labor, todo lo superfluo y queda solamente lo esencial, como el trozo estricto de acero desprovisto de la escoria del metal. En estas horas de silencio hasta el pequeño ruido me perturba, sobre todo en ciertos pasajes. Abandono la máquina de escribir y tomo el lápiz. Con lápiz he escrito, por ejemplo, casi todas las Memorias de Pancho Villa, varios capítulos de El águila y la serpiente: “Una noche en Culiacán”, la primera parte de “La carrera en las sombras” y “La fiesta de las balas”, así como otras cosas.
–¿A qué se debe que algunos textos los escriba a máquina y otros a lápiz?
–A nada en especial. Obedezco un impulso. Buena parte de mi obra la he escrito a máquina. En ciertos momentos me duele escribir así. Abandono la máquina y casi sin sentirlo escribo a lápiz.
–¿Cómo define usted su estilo?
–Creo ser un escritor reflexivo. Mientras no veo una cosa, un personaje, una escena, no los puedo describir. Cuando me refiero a ideas y no a hechos no consigo expresarlas hasta que las reduzco a una especie de diagrama. Cada vez que releo mis obras me gustan menos, quisiera modificarlas. Soy un inconforme constante conmigo mismo. Nunca he quedado satisfecho de ninguno de mis libros.
–¿Cuáles son los influjos más visibles de su obra?
–En mi modo de escribir lo que mayor influjo ha ejercido es el paisaje del Valle de México. El espectáculo de los volcanes y del Ajusco, envueltos en la luz diáfana del Valle, pero particularmente en la luz de hace varios años. Mi estética es ante todo geográfica. Deseo ver mi material literario como se ven las anfractuosidades del Ajusco en día luminoso, o como lucen los mantos de nieve del Popocatépetl. Si no, no estoy satisfecho.
–Se ha referido a los estímulos externos; dígame, ahora, cuáles son los autores que le ayudaron a descubrir y practicar su estilo.
–Desde muy niño me cautivaba la prosa de Rousseau y no puedo decir que las de muchos autores griegos y latinos porque desconozco esas lenguas, pese a los desvelos de Henríquez Ureña porque aprendiese el segundo. A través de traducciones me apasionaban Tácito y Plutarco. Al lado de estos autores debo mencionar (si no la lista sería incompleta) a Cervantes, Quevedo, Granada y Gracián. En lengua inglesa la cita de William Hazlitt es obligatoria. Esos son mis maestros en cuanto a la prosa.
El final
Una de las descripciones más acertadas de La sombra del Caudillo proviene del crítico literario Juan Bruce-Novoa. Aseveró sobre la novela “en la que no hay salvación”, sobre el libro “pesimista”: “Es un Eterno Retorno, pero como Vico, en descenso.”
Beatriz Alcubierre Moya y Jaime Ramírez Garrido escribieron: “El 22 de diciembre de 1976, en su oficina de la colonia Juárez, Martín Luis Guzmán murió rodeado de sus apuntes, diccionarios, pruebas de su revista Tiempo. Hoy sus restos descansan en la cripta familiar del Panteón Francés de la Ciudad de México donde, en honor a su padre, se lee: ‘La patria no siempre recuerda y honra las virtudes de sus hijos’.”
Concluyo con el sentido de abandono, destierro y exilio que caracterizó parte de su vida, manifestado en un párrafo perteneciente a una carta enviada a Alfonso Reyes –incluida en el epistolario Medias palabras. Correspondencia 1913-1959– que condensa su universo: “Me está llevando el demonio de desesperación y de ahogo porque veo que mi vida se me escapa y no hice aún ni haré ya parte al menos de lo que yo esperaba de mí. Me siento abandonado de todos, sin esperanza de ninguna ayuda, sin contactos de ninguna especie confortante.”.