Septiembre de 1996. El productor británico Nick Gold, el músico estadunidense Ry Cooder y el director de orquesta cubano Juan de Marcos González reviven a los dioses que estaban en reposo: graban Buena Vista Social Club, y el mundo desde entonces es mejor.
Los dioses: Ibrahim Ferrer aseaba calzado en las calles de La Habana; Rubén González reposaba su magra humanidad en una hamaca en el pórtico de su casa, sin piano. El mundo los había olvidado por completo. Los otros dioses pululaban por el Olimpo, hasta que tres mosqueteros (Nick Gold, Juan de Marcos González y Ry Cooder) encontraron cuadratura al círculo y entendieron los signos del oráculo.
Celebramos hoy el aniversario 25 del disco Buena Vista Social Club.
Disfrutamos, por lo pronto en Spotify y Apple Music, el álbum conmemorativo titulado Buena Vista Social Club (25th Anniversary Edition), que contiene más de dos horas de placer. El disco viene remasterizado por el experto Bernie Grundman y contiene 12 tracks inéditos, versiones alternativas, grabaciones de ensayos y llega en un paquete de maravillas: un libro de 64 páginas, con fotos, letras de las canciones y textos de expertos, entre ellos de Mary Farquharson y Eduardo Llerenas, los artífices de Discos CoraSon, y quienes trajeron a México a todos los músicos de Buena Vista Social Club y fueron sus representantes durante 20 años.
Están todos ustedes invitados a la celebración, hoy a las 19:00 horas en el siguiente link:
En esta transmisión, el productor del álbum Buena Vista Social Club, Nick Gold, platicará con Mary Farquharson y Eduardo Llerenas acerca del gozo de esta música. Será una conversación apasionante e incluirá, por supuesto, melodías.
A 25 años de la grabación de este referente, observamos puras cosas buenas: varias generaciones de músicos crecieron al amparo de esa impronta y generaciones de melómanos hemos bailado una y otra vez al escuchar este disco maravilloso que nos sabemos de memoria y lo volvemos a escuchar siempre como si fuera la primera vez.
Estamos frente a un fenómeno cultural y social, una revolución del gusto musical, de la manera de mirar el mundo. El mundo es mejor desde hace 25 años porque existe un disco que nos hace sonreír, bailar, nos pone de buenas.
Desde el inicial Chan Chán, de Compay Segundo con Eliades Ochoa, quien la había grabado antes con su Cuarteto Patria, como un regalo del autor de esta pieza: Francisco Repilado, conocido como Compay Segundo.
Y a propósito de Segundo: entre los muchos valores musicales, de primera, del disco que hoy festejamos, está el arte del canto: solo, a dúo, a coro, musitado, o, valor máximo: el canto con los instrumentos, como el Siboney que viene en la edición de aniversario, donde Rubén González canta con su piano de manera tan nítida que escuchamos al fondo que alguien en la sala está haciendo voces/musitando y luego silbando.
El canto es un arte en extinción. El canto cubano es una de las maravillas de ese arte. Y el canto en segunda es un arte que ya muy pocos saben y, por lo tanto, no practican: el que lleva la primera voz se encarga de la melodía, mientras quien hace segunda va unos compases atrás, medio compás atrás, hasta alcanzar el unísono, pero en otro tono, más alto o más bajo, para lograr una epifanía.
De esas epifanías está poblado el disco Buena Vista Social Club.
El Disquero dio a conocer en México hace 25 años ese álbum y ha seguido con devoción todos los que lo siguieron y gracias a la amistad entrañable con Mary Farquharson y Eduardo Llerenas me hice amigo entrañable de los músicos de Buena Vista Social Club: cada vez que llegaban a México de inmediato me buscaban y nos reuníamos para platicar largas horas o bien disfrutaba de sus sesiones de ensayo: la edición conmemorativa incluye algunos momentos grabados en ensayo y ahí escuchamos las conversaciones, las indicaciones técnicas, las maneras que tenían los dioses de ponerse de acuerdo para generar concordia: “un, dos, y dice, ¿cómo?” (expresión típica cubana), y luego escuchamos: “¿qué hace Rubén González aquí?”, y como respuesta lo escuchamos hacer cantar su piano.
La técnica vocal de Ibrahim Ferrer y pianística de Rubén González resisten el análisis musicológico más riguroso. En el caso de Ibrahim: su fraseo, su respiración, sus inflexiones, su manera de sostener la voz flotando, vibrando, danzando en el aire. En el caso de Rubén: sus cualidades de pianista de concierto: control exacto y dominio perfecto de las dinámicas, los equilibrios, mano izquierda, mano derecha, secciones de improvisación, adornos, remolinos, recovecos. Es como si Serguei Rachmaninov hubiera nacido en La Habana.
¿Usted, hermosa lectora, amable lector, es de quienes lloraron cuando Omara Portuondo termina llorando luego de cantar a dúo con Ibrahim Ferrer la pieza Silencio (que están durmiendo/ los nardos y las azucenas/ no quiero/ que sepan mis penas/ porque/ si me ven llorando/ morirán) y él enjuga con sus hermosos dedos largos negros las lágrimas de ella? Yo tampoco.
La mirada de niño de Ibrahim, las travesuras de Rubén tocando escalas en el piano que terminan más allá de donde termina el teclado y él sigue tecleando el aire, Compay y Eliades abrazados como hermanos, las miradas amorosas de Omara, la boina tipo Che Guevara de Juan de Marcos González, el tres (suena a tres pero en realidad es una guitarra sexta con cuerda adicional para poder lograr el sonido de ambos instrumentos) de Eliades, el contrabajo de ensueño de Cachaíto, los timbales mágicos de Amadito Valdés, la trompeta enamorada de Manuel Guajiro Mirabal, el trombón de Jesús Aguaje Ramos, las congas anacondas de Miguel Angá Díaz, el violín de Pedro Depestre, el laúd, ay, el laúd de Barbarito Torres y la expresión que todos nos sabemos de memoria y que viene en el disco, cuando él, el laudista, hace un solo de antología: “¡se volvió loco, Barbarito! (pausa musical) … hay que ingresarlo”.
Un manicomio, eso se volvió el mundo con la aparición, hace 25 años, del disco Buena Vista Social Club. Un manicomio donde todos vivimos locos de felicidad y bailamos y cantamos y reímos y gozamos.
Bailemos, gocemos, disfrutemos de este disco y de esta música que es patrimonio cultural de la humanidad, cobijo de penas, ahogo de angustias, paño de lágrimas, hombro de bondades, espalda de Atlas, piernas de bailarina, salud de los enfermos, refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, arca de la alianza, estrella de la mañana, conga de cuero de gacela, música de El Cantar de los cantares, tus pechos dos gacelas gemelas, tu canto una luciérnaga en la oscuridad, causa de nuestra alegría, motivo de gozo, sonrisa en medio del rostro bañado en sudor de tanto bailar y cantar y reír y gozar.
Gozar, gocemos, celebremos, invita Ry Cooder: “the joy of Cuban music”, celebremos el amor. Honremos el amor de Juanica y Chan Chán, quienes “en el mar cernían arena/ como sacudía el jibe/ a Chan Chán le daba pena” porque el cariño que te tengo no te lo puedo negar, se me sale la babita, yo no lo puedo evitar.
Celebremos, bailemos la rumba y el son, la guaracha y el montuno, el bolero y el danzón, el sonido guajiro, el bamboleo mulato, miren que ahí nos llaman Pío Leyva con su encantadora voz y le hace segunda el primera voz Manuel Licea, Puntillita, mientras Manuel Galbán los acompaña con su guitarra y, escuchen, pongan atención, mi gente, cosa buena: está sonando El cuarto de Tula (que al escribir esto rebasaba ya los 51 millones de escuchas en Spotify), que cogió candela/ se quedó dormida/ y no apagó la vela, y ahora suena una pregunta ontológica: “¿Y tú, qué has hecho de mi pobre flor?” y nos vamos con El carretero, y a la Orgullecida le cantamos un Murmullo y nos vamos ahora De camino a la vereda y amamos con Amor de loca juventud y bailamWos y reímos y gozamos…
Hoy estamos de fiesta: celebramos el cumpleaños 25 de un clásico: el bienaventurado disco Buena Vista Social Club.
¡Cosamágrande!