Ciudad de México. El cineasta chileno-español Alejandro Amenábar (Mar adentro, Los otros, Mientras dure la guerra) prueba suerte por primera vez en la ficción televisiva. Basada en el cómic de Paco Roca y Guillermo Corral El tesoro del cisne negro, la serie de Movistar La fortuna es un hecho real: la recuperación por parte de España del tesoro de un barco ibérico hundido siglos atrás que fue recuperado por un cazatesoros estadunidense.
–¿De qué manera hizo suya esta historia inicialmente ajena? ¿Cómo fue transpolar ese lenguaje tan específico del cómic en estos seis capítulos de La fortuna?
–Cuando leí la historieta, desde su primera página lo que me atrapó fue su concepto de aventura. Obviamente se trataba de una andanza especial, de despachos, de burocracia. Pero luego tenía un elemento ético, poseía humor, había una historia de amor. Me pareció que era la manera perfecta de entrar en un género por el cual nunca había transitado, el de aventuras combinado con otros. Es esa mezcla que hay en el cómic y que he intentado desarrollar un poco más en la serie, lo que lo hacía un proyecto especial.
–¿La gran aventura es algo que a ti desde pequeño te ha llamado la atención?
–Creo que cuando uno es niño precisamente le gustan las aventuras. Lo que pasa es que en mi carrera, generalmente doy un giro al guion de un proyecto a otro. Definitivamente el plan que hago no tiene nada que ver con el anterior. Y después de haber hecho una película con la carga de responsabilidad que sentía cuando hice Mientras dure la guerra, debía hacer algo más púdico. Y La fortuna, aparte de ser un proyecto de aventuras, permitía explorar las dos realidades: la latina o mediterránea si quieres y la otra, la estadunidense. Y resultaba muy fácil empatizar con el personaje protagonista, quizás porque también empecé joven aún era pardillo. Tuve una responsabilidad muy fuerte antes de terminar la carrera y pronto crucé el charco y entré en contacto con el mundo de Hollywood, lo cual parecía la representación de David y Goliat con todos estos personajes.
–Algunos cineastas han dicho que hay más libertad filmando en una plataforma que para un estudio o productora potente. ¿Cómo ha sido su experiencia particular con Movistar?
–En realidad, la serie me ha permitido no hacer ningún ejercicio de síntesis, que a mí sí me gusta. Pues no disfuto perder el tiempo ni hacérselo perder a la gente. El formato de largometraje de dos o tres horas, es suficiente para contar una historia. Pero es verdad que al desarrollar esta serie nos dimos cuenta de que todo encajaba con los ritmos y tiempos. Luego en cuanto al grado de libertad artística y la creatividad, todo ha funcionado bien. Y es que a lo largo de mi carrera, afortunadamente siempre he hecho los proyectos que he querido. Y aquí la sensación ha sido exactamente la misma, en el que teníamos por un lado a Movistar y por el otro a AMC Studios (estadunidense). El apoyo ha sido constante y el grado de libertad durante el rodaje total.
–Has contado para ello con varias estrellas internacionales. Sin embargo, le has dado el protagónico a Álvaro Mel, que incursiona aquí en la actuación.
–Bueno, había algo de eso en la propia experiencia del protagonista. Y eso de que asuma una responsabilidad Álvaro, siendo muy joven y prácticamente no tiene nada de fogueo delante de las cámaras… me dijeron que era un influencer, y no sabía en aquel momento ni lo que era eso. Vivo completamente apartado del mundo de las redes. Y, de hecho, fue lo primero que le pregunté. Que me explicara qué era ser influencer. Y ahí te das cuenta de que, a pesar de que no ha sido una persona que haya estudiado interpretación, es alguien muy interactivo y acostumbrado a estar frente a la cámara para captar la atención de sus followers. Eso ha hecho que fuera un cómplice perfecto porque era capaz de enfrentarse a un actor como Clark Peters, ya veterano, en inglés y darle la réplica, pues tenía esa cosa kamikaze de quien recién empieza en esto, pero lo hacía con una seguridad como si lo hubiese estado rodando toda la vida.
–¿Éste es tu trabajo más ambicioso?
–Creo que a nivel presupuestario y complejidad de producción, mi proyecto más grande fue Ágora. Desde reconstruir Alejandría, cargarse la elaboración de toda la biblioteca… fue apoteósico. Desde luego este programa no se queda ni en la antesala, porque evidentemente es uno de los planes más ambiciosos en producción que he hecho. Y sobre todo lo que tiene es la diversidad, estando tantos días seguidos en una locación, más los tiempos difíciles que vivíamos con el país medio confinado, hacía aún más extraño ese viaje. Mi posición como director ha sido que toda esa variedad tanto de actores, como locaciones y demás, tenían que conjugar tanto la energía de Stanley Tucci como con Álvaro Mel. Sabiendo qué partes se iban a rodar tanto en inglés como en español, porque las secuencias se iban a mezclar. Pues hemos tenido que afrontar todos los problemas y buscar soluciones sabiendo que parte de la serie se rodaría en Espana y otra, en Estados Unidos.
–Pregunta indiscreta: ¿Cuánto costó esta gran producción?
–Pues no estoy seguro, pero creo que han sido cerca de 18 millones de euros. Eso lo saben bien los que manejan los números.
–Aquí tocas un tema muy interesante que se refiere al descuido que se tiene a los propios patrimonios. ¿Qué puede aportar esta serie para tratar de cambiar este asunto?
–La serie siempre está enfocada en el espíritu de aventura, para entretener al público. Y, efectivamente, se habla de un valor histórico que no se mide por su valor económico, sino que también representa al país, los precios. Ahí, claro, se habla del patrimonio cultural. Me pareció muy interesante contar la historia de estos héroes. Que son los protagonistas románticos, en el sentido que están defendiendo una causa noble como es la del rescate de La fortuna.
–Vemos también en la serie Stanley Tucci, quien interviene con todo lo que es el pillaje del tesoro, la piratería… ¿Cómo se ve eso?
–Sí, está claro que en esta historia hay héroes y antihéroes, porque hay varios tipos de piratas también. Todos de alguna manera acaban siendo corsarios. En las series hay bucaneros buenos, malos y peores. Y en el caso de ésta, que no aparece en el cómic, la hemos incorporado porque queríamos hablar también del lado de la inocencia, de alguien que ha tomado conciencia y elige finalmente el buen camino. También hay un momento en el que hemos resaltado el discurso final de Jonas, en el juicio, donde se habla de una serie de valores que suenan muy románticos y que yo defiendo. Y en estos tiempos, tan feos y tan malos, los protejo más que nunca.
–Las plataformas son el presente, pero ¿seguirán siendo el futuro o pasará como con la burbuja inmobiliaria?
–El formato no es el fin, lo que a mí me define es la historia, el tener algo que contar, algo que transmitir. Porque es mi manera de comunicarme con el mundo y públicamente. Por lo que no sé a dónde me llevara el próximo proyecto. No suelo sobreponer un plan a otro. Ya pensaré en el siguiente. No me veo en una serie de larga duración. Estos seis episodios me han hecho muy feliz como director. Pero es una situación incierta a todos los niveles, si hacer cine o series, porque también es una etapa insegura para el futuro del cine y de las series, porque vamos a ver lo que esta batalla entre plataformas acabará provocando en el mundo de la ficción.
–Es decir, crees que las plataformas le van a restar terreno al cine…
–Bueno ya lo han hecho durante la pandemia, al no haber actos multitudinarios y el cierre de los cines. De hecho, la gente ha consumido más ficción en sus casas. Entonces, al menos el confinamiento, lo ha logrado. Creo que la experiencia de las salas va a volver. No sé si será una batalla perdida, pero, si defiendo el cine, porque a la hora de que te cuenten una historia privilegio la inmersión. Y con la cantidad de estímulos que tenemos alrededor en casa, es muy difícil de lograr concentrarse. La sala de proyección te obliga a apagar los móviles, estás en un espacio a oscuras, rodeado de un montón de gente que a lo mejor va a reír o a llorar contigo. Y es un punto que le da más fuerza a este viaje mágico.