Interrumpir un embarazo es una experiencia que históricamente acompaña a mujeres de las diversas culturas. Hablemos del aborto entre los grupos étnicos de México.
Un texto de Elena Azaola publicado en 1980, en el libro de Luisa María Leal sobre El problema del aborto en México, al cual me referí en colaboración anterior (https://cutt.ly/9ExiKeX) resume una recopilación bibliográfica de la escasa literatura antropológica sobre el aborto en áreas indígenas del país, que existía en esa década.
Azaola, actual integrante del Consejo Consultivo Ciudadano para la Política de Población del Conapo, alerta sobre la importancia de reconocer por principio que los conceptos sobre la vida, la reproducción o la muerte deben analizarse desde el contexto cultural de cada etnia y no desde perspectivas occidentales. Al revisar textos de López Austin, de Aguirre Beltrán y de Margarita Nolasco, se encuentran múltiples referencias a las hierbas que se utilizaban para estimular la regla de la mujer, así como para provocar el aborto y atraer los fetos muertos. Existían los tepillaliliquio o “abortadores” que lo mismo proscribían unas hierbas para hacer fértiles a las mujeres, que otras para provocarles aborto, el cual se practicaba a pesar de estar proscrito. Todos los grupos indígenas de México conocen alguna práctica abortiva y la usan en algún momento, aunque es más común en algunos grupos. Hace 40 años, antes de que se difundieran las campañas de planificación familiar, en los pueblos originarios se sabía más sobre el aborto que sobre los anticonceptivos. Se recurría a yerbas como gobernadora, ruda, toloache, epazote, barbasco (materia prima de los anticonceptivos hormonales modernos) por sus efectos anticonceptivos y abortivos, aun cuando podrían intoxicar y ser venenosas.
Entre algunas de las creencias sobre el aborto están las de los otomíes del Valle del Mezquital, pensaban que frente a un aborto espontáneo está el riesgo de que el monstruo Zozkafi robe el feto, se lo lleve a los montes y por eso es tan brusca la interrupción de la gestación. Para los totonacas de Puebla el embrión está dotado de alma y todo feto debe ser enterrado en el cementerio; y una vez abortado, la madre puede hacer rencarnar al feto en el cuerpo de una nueva mujer embarazada. Para los tzeltales y tzotziles de los altos de Chiapas la esterilidad es un castigo sobrenatural, la consideran un acto del demonio, que transformado en mono viene por la noche a cambiar el feto de una madre a otra y en su lugar deja a algún perro, puerco, rana o serpiente. Entre los rarámuris la esterilidad es un castigo producto del embrujamiento y es causa suficiente para la separación del matrimonio, entre otras cosas porque tener hijos facilita la llegada de los padres al cielo. Para los purépechas la familia numerosa es meta ideal del matrimonio, en tanto que las mazatecas recurren a la corteza de los árboles llamados apompo y jícaro al cual añaden una planta llamada gachupina y trozos de cebolla como abortivos. Entre los chihantecos de Oaxaca circulan rumores de muchachas que no tienen hijos por los efectos de algunas yerbas. Las mayas de Yucatán se muestran propensas a aceptar los métodos anticonceptivos de la ciencia moderna y reconocen que cuando fracasan, recurren al aborto. Los mazahuas usan el chilacayote para inducir el aborto.
Lo que se constata en esa rápida revisión es que en la mayor parte de los grupos indígenas el aborto no es deseable y se estima la esterilidad como un castigo sobrenatural, mientras la fertilidad ha sido y es centro de cultos y ritos especiales. Esto no significa que no se practicara el aborto, sino que no forma parte de las regulaciones de conducta social aceptadas, y que se practica sin que la comunidad lo celebre. Tantas referencias a plantas y remedios abortivos no pueden ser más que un indicador de la amplia existencia de esas prácticas. El valor especial que se da a la fertilidad y a la reproducción bien podría ser una manera de asegurar la permanencia del grupo étnico así como de preservar su cultura.
Seguramente estos relatos de hace 40 años hoy serían diferentes, toda vez que en estas décadas pasadas, en los años 70 se desarrolló el Plan Nacional de Planificación Familiar, el cual ha logrado reducir las tasas de fecundidad de manera sustantiva. Hoy más de 60 por ciento de mujeres que hablan lengua indígena utilizan métodos anticonceptivos modernos y tienen tres hijos en promedio; y 6 por ciento de ellas declara haber experimentado un aborto en las encuestas (estimaciones del Conapo con base en la Enadid, 2018). Se trata de una práctica que siempre muestra subregistro por el estigma relacionado; ahora habría que difundir la reciente decisión de la SCJN que impide encarcelar a quienes aborten.
Hoy que en el Conapo estamos arrancando la Campaña para la Prevención del Embarazo de Niñas y Adolescentes Indígenas y Afromexicanas (https://enapea.segob.gob.mx/), consideramos importante que todas cuenten con las herramientas para decidir sobre su cuerpo. La maternidad voluntaria es una fuente de libertad y es un factor de movilidad social de las mujeres, del fortalecimiento familiar y del tejido social.
La vida sexual y reproductiva está normada en las sociedades con regulaciones sobre lo que puede y no puede hacerse, las cuales muy pocas personas están dispuestas a acatar. En múltiples ocasiones, el aborto sigue siendo un secreto entre mujeres.
* Secretaria del Conapo
Twitter: Gabrielarodr108