Ha sucedido que por razones de horario traslapados y otras complicaciones, no he podido ver lo nuevo del cine español en la sección oficial del festival donostiarra. La excepción ha sido La hija, la más reciente realización de Manuel Martín Cuenca cuyas anteriores Caníbal (2013) y El autor (2017) me resultaron muy satisfactorias.
En esta ocasión el cineasta ensaya el thriller sicológico sobre una adolescente (Irene Virgüez Filippidis) que, auxiliada por un tutelar (Javier Gutiérrez), escapa de una especie de reformatorio porque está embarazada de un novio preso en la cárcel. Resulta que aquél y su esposa Adela (Patricia López Arnaiz) no han podido tener hijos y desean adoptar al bebé de la chica, ofreciéndole refugio en su remota cabaña en la sierra andaluza.
Esos son los elementos con los que juega Cuenca para ofrecer un estudio de contrastes. ¿Quiénes son más delincuentes? ¿La pareja bien acomodada o la pareja joven y desvalida? El realizador no ofrece una solución fácil al dilema y emplea su habilidad narrativa para ir apretando la tensión dramática. (Por estrenarse antes en Toronto, La hija se exhibió aquí fuera de concurso).
Sin duda, una de las secciones más atractivas del festival es la llamada Perlak (antes, Perlas de otros festivales), donde se pudo ver The Power of the Dog (El poder del perro), la más reciente película de la neozelandesa Jane Campion, quien no había realizado nada hace 12 años, y obtuvo con ella el premio a la mejor dirección en el pasado festival de Venecia.
Situada en Montana en 1925 (aunque toda fue filmada en la tierra natal de Campion), la bella imaginería del filme sugiere un western, pero se trata más bien de un melodrama ranchero con más elementos de un Tennessee Williams, digamos, que los de un John Ford. En esencia, trata sobre la diferencia entre dos hermanos, Phil (Benedict Cumberbatch), un vaquero rudo y machista, y George (Jessie Plemons), un gentil y urbano hombre de negocios que maneja el rancho de los Burbank.
El segundo decide casarse con la viuda Rose (Kirsten Dunst), cuyo joven hijo Peter (Kodi Smit-McPhee) es flacucho y amanerado. Eso provoca la sorna de Phil, quien no se cansa de humillar a su cuñada, una borracha de buró, aunque entabla una curiosa relación con el muchacho, la antítesis de su código de conducta. Con sutileza, la cineasta indaga qué hay detrás de ese código que lo hace tan abusivo y amargado.
Ciertamente, la oferta del festival ha llamado la atención del público local, que ha agotado la mayoría de las entradas. Y eso ha sido todo un tema. Con sólo 50 por ciento del aforo en cada recinto del circuito, los boletos han sido difíciles de conseguir para los acreditados. Uno tiene privilegios por ser prensa, pero una vez hecha la selección no se admiten cambios. Entonces es la muerte de la espontaneidad, una cualidad esencial en esto de escoger películas entre opciones muy diversas. Además, la asignación de lugares es al azar. Ya me ha tocado ver varios títulos sentado en la segunda fila, casi pegado a la pantalla. La tortícolis es inevitable.
Twitter: @walyder