La sexta Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), celebrada en México, ha constituido un indudable éxito del presidente Andrés Manuel López Obrador y de la diplomacia mexicana. Y es que sólo un gobierno prestigioso y respetado por su gran apoyo popular, su independencia en política exterior y el espíritu de concordia con que trata los conflictos, como el actual de México, gozaba del liderazgo necesario para asumir la presidencia pro tempore de la organización de 32 miembros y relanzarla hacia su pleno funcionamiento en una región con líderes tan heterogéneos ideológicamente. La deferente y amistosa recepción al presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, para hablar como invitado de honor en el acto central por la Independencia de México y los magníficos discursos pronunciados por él y su anfitrión López Obrador, así como la sorpresiva llegada del mandatario venezolano, Nicolás Maduro, crearon un ambiente muy auspicioso para el inicio de la cumbre. Ellos tres contribuyeron mucho, además, a darle sustancia popular y rumbo, junto con sus homólogos Luis Arce (Bolivia), Pedro Castillo (Perú) y los primeros ministros de San Vicente y las Granadinas y Dominica, Ralph Gonsalves y Roosevelt Skerrit.
La Celac llegó a estar en terapia intensiva a consecuencia de las posiciones monroístas de rechazo a la unidad, la integración y la solidaridad nuestroamericanas de gobiernos como los de Mauricio Macri, Pedro Pablo Kuczynski, Jair Bolsonaro, Iván Duque y otros impresentables de la región, en el mejor de los casos indiferentes a esos objetivos. Bolsonaro llegó al extremo de sacar a Brasil de la organización. Recuérdese cómo, junto al traidorcete Lenín Moreno, disolvieron la Unasur y hasta retiraron la estatua erigida a Néstor Kirchner de la que fue su sede en Quito.
En esa situación, las cumbres anuales de la Celac dejaron de celebrarse en 2017 y ha sido, sin duda, la llegada de gobiernos populares a México (2018), Argentina (2019), el restablecimiento de la democracia en Bolivia (2020), así como la firme unidad entre los gobiernos del Alba-TCP, lo que creó el ambiente propicio para su relanzamiento contundente, fruto de un consenso labrado pacientemente durante meses por México. Cabe recordar que es clave en el funcionamiento de la Celac “la unidad en la diversidad”, enfatizar en lo que une y no lo que divide entre gobiernos abiertamente de derecha y gobiernos populares, de izquierda o socialistas, que están llamados a cooperar y trabajar juntos en muchos asuntos de interés común. En el proceso de rescate de la Celac, México puso en el centro el enfrentamiento a la pandemia, la producción de vacunas en la región y su entrega a los países más necesitados y el proyecto de una agencia espacial latinocaribeña, ya aprobada. Con la misma dedicación, consiguió lograr el consenso sobre una Declaración final de 44 puntos sustantiva, respetuosa de los distintos puntos de vista, la tradición y el acervo documental de la organización y sus antecesores: el Grupo de Río y las cumbres de América Latina y el Caribe celebradas en México (2010) y Caracas (2011), esta última la fundacional, presidida por Hugo Chávez.
La Declaración de Ciudad de México es un magnífico documento, que toma en cuenta las cuestiones ya señaladas, se inscribe reiteradamente en el cumplimiento por los estados miembros del derecho internacional con arreglo a la Carta de la ONU y otros instrumentos fundamentales del derecho internacional. En ese sentido, se pronuncia “por la igualdad soberana de los estados, la solución pacífica de controversias, la cooperación internacional para el desarrollo, el respeto a la integridad territorial y la no intervención en los asuntos internos de los estados. Reafirma su compromiso con la defensa de la soberanía y del derecho de todo Estado a construir su propio sistema político, libre de amenazas, agresiones y medidas coercitivas unilaterales en un ambiente de paz, estabilidad, justicia, democracia y respeto de los derechos humanos”.
En un contexto como el ya apuntado es totalmente natural que se produzcan actos de provocación digitados desde Washington como las difamatorias diatribas de los presidentes de Uruguay y Paraguay contra Cuba, Venezuela y Nicaragua, a quienes Maduro y Díaz-Canel pusieron en su sitio pero sin darles oportunidad a desviar la reunión de su curso. La cumbre abordó también la cuestión del cambio climático, acordó un fondo común para atender desastres naturales, que ese fenómeno está acrecentando y, entre otras, adoptó una enérgica resolución especial que pide a Estados Unidos el levantamiento del bloqueo a Cuba. Sentó, en fin, las bases para que la nueva presidencia que se elija llegue a trabajar sobre sólidos fundamentos. Tiene gran significación el cálido mensaje dirigido por el líder chino Xi Jinping, que anuncia una nueva etapa en las relaciones del gigante asiático con la Celac.
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