Antonio Guterres, secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), lanzó una fuerte advertencia a los líderes mundiales al inaugurar el debate anual de alto nivel de la Asamblea General de ese organismo. Para el jefe de la diplomacia global, es necesario hacer sonar la alarma porque “estamos al borde del abismo y actuando en el sentido equivocado; el mundo nunca ha estado tan amenazado o tan dividido”.
Guterres sostuvo que “enfrentamos la cascada de crisis más grande de nuestras vidas” por la confluencia del cambio climático, la pandemia, así como las amenazas a la paz y a los derechos humanos. Para conjurar esta crisis multidimensional, dijo, es urgente un nuevo contrato social que permita superar seis brechas: la de la paz entre y dentro de los países, la del clima, la existente entre pobres y ricos, la brecha de género, la de confianza entre gobernantes y gobernados, y la generacional.
Los datos que sustentan la existencia y profundidad de tales brechas resultan demoledores. Por citar sólo dos casos, el abismo entre ricos y pobres es tal, que mientras los multimillonarios hacen turismo espacial –que para colmo, tiene un altísimo costo ambiental–, más de 800 millones de personas pasan hambre; por su parte, la doble división generacional y de confianza política es tal, que 60 por ciento de los jóvenes se sienten traicionados por quienes dicen representarlos.
Pero acaso la más lacerante de estas desigualdades es también la que sería más fácil de remediar con un mínimo de voluntad, sentido común y ética: aquella que ha marcado las posibilidades de supervivencia de los habitantes del planeta ante el Covid-19 de acuerdo con su riqueza personal y la del país en que viven. Por ello, Guterres no dudó en calificar de “obsceno” y de ser “una acusación moral del estado de nuestro mundo” el que una mayoría más rica ya esté vacunada –y, cabe agregar, ya esté recibiendo incluso terceras dosis, sin que haya comprobación científica de su utilidad– cuando más de 90 por ciento de la población africana sigue esperando por su primera dosis.
Lo denunciado por el secretario general es nada menos que un extravío civilizatorio, a resultas del cual la humanidad se enfila a una catástrofe irreversible en material ambiental, al tiempo que se asfixia en una pandemia para la que no hay siquiera una fecha tentativa de solución. Paradójicamente, el mejor indicador de la exactitud de este diagnóstico, cuyo origen último se achacó a la ausencia de solidaridad, se halla en el vacío que el discurso de Guterres mereció en los medios, enfocados en resaltar la “nueva era” de la diplomacia anunciada por el presidente Joe Biden, y que no consiste sino en la enésima redición del intransigente imperialismo estadunidense.