La reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), con todos sus acuerdos positivos, mostró que los países de América Latina y el Caribe (ALyC) están lejos aún de poder invitar a Estados Unidos (EU) a oírnos como países soberanos; la subordinación al imperio es vivida como una de alta conveniencia por las élites económicas y políticas de la mayoría de los estados de ALyC. Hay necesidades acuciantes en el presente que decidieron el carácter pragmático de los acuerdos. México ya había asumido, parece claro, durante el procesamiento de los acuerdos, que las cosas son como están. No estuvo nunca en el horizonte de la Celac acordar nada sobre la Organización de Estados Americanos (OEA), menos aún su indispensable defunción, aunque los decires públicos del Presidente animaron la idea de esa posibilidad. México parece encaminado a vaciar de contenido y significado a la OEA, dotando de estructura y amplias tareas a la Celac. Un reemplazo indispensable.
Falta aún la respuesta del presidente Biden, si es que un día la hay. Por lo pronto la posición de México respecto de Cuba fue de inmediato rechazada por el nuevo embajador de EU en México, Ken Salazar: “EU respeta la posición mexicana respecto de Cuba, pero no nos distraigamos en temas que no son de nuestra agenda. EU continuará buscando hacer de Cuba un país democrático”; palabras más, palabras menos, fue el cubo de agua fría que nos vertió encima el imperio.
ALyC lo muestra a las claras: sus sociedades no han logrado imprimir su voz y sus necesidades en la configuración institucional de su poder político. El sistema colonial cruje y sus articulaciones rechinan, pero sigue vivo y actuante. EU, su cabeza indiscutible, continúa con su solipsismo insuperable: sólo yo existo… Esto es así, frente a sus colonias que por el mundo abundan, pero ahora hay además una leve repulsa de sus socios/subordinados muy enfadados (algunos países de la Unión Europea). Y ahí están sus archienemigos, China y Rusia, frente a los cuales padece trastorno de pánico agudo.
EU vive una decadencia prolongada. Por eso, durante los lustros de su declive, ha aparecido frente a todos como un imperio torpe. Ocurre lo que está a la vista: la conformación de su gobierno padece serios problemas de legitimidad, desde hace mucho tiempo. De ahí el invento del eterno “enemigo externo” que en el pasado fue un bipartisan agreement (acuerdo histórico en la actualidad imposible de reconstruir). Mantuvo ese enemigo, con alguna credibilidad, mientras existió la Unión Soviética. Pero después de su extinción ese enemigo hubo de ser “construido”.
Apoyado en la obtusa idea de que contaba con el derecho de imponer a todos su voluntad, inventó la “guerra contra el terrorismo”, y todo lo que hizo fue desastre. En los albores del mileno decidió arrogarse el control del Golfo Pérsico, para “mantener la preeminencia global de Estados Unidos… y [para] conformar el orden de seguridad internacional de acuerdo con los principios e intereses estadunidenses”, según lo explicó el think tank de derechas Project for the New American Century. La crisis del 11-S, ocurrida después de la confección de ese proyecto, dejó las cosas a modo para que EU aprobara la “Autorización para el Uso de la Fuerza Militar contra los Terroristas”, poniendo en marcha una guerra global indefinida y perpetua, que terminó con su esperpéntica derrota en Afganistán. Los “terrroristas islámicos”, según esto, representaban una amenaza existencial para EU. Por tanto, Bush, Obama y Trump asesinaron a una larga lista de líderes de Medio Oriente, mataron a extensas capas de la sociedad civil y provocaron un desbarajuste espantoso, lloviendo como nunca sobre mojado en el mundo del Islam. “Al final, Bin Laden ganó”, escribió con su sarcasmo de siempre Michel Moore, en un ensayo con el que festejó: “pero no podría haberlo hecho sin toda nuestra ayuda”.
El futuro entre EU y sus amigos y sus enemigos será de verse. Pero es el nacionalismo hosco de Trump el que está transformando al Partido Republicano en una organización subversiva y antidemocrática de derecha profascista, que promueve sin descanso reivindicaciones supremacistas, autoritarias y xenófobas, como lo muestran a toda hora sus propios medios nacionales. El principal amago terrorista que sufre EU es interno: son los republicanos y su inefable GOP (Grand Old Party) quienes produjeron ya una inestabilidad sistémica, aumentada considerablemente a partir del pasado 6 de enero con su experimento golpista y su asalto al Capitolio. El american dream vive sangrante, malherido de manera irreparable. Las ataduras coloniales mantenidas groseramente por EU, cada vez parece más factible, no serán deshechas por los países periféricos, serán soltadas por las grietas de su propia inestabilidad política.
Aunque en la reunión de la Celac, Luis Lacalle Pou y Mario Abdo (Uruguay y Paraguay) provocaron vergüenzas en sus países, fue altamente significativo que ALyC al menos haya podido unirse para hacer frente a los poderes económicos de las farmacéuticas y sus gobiernos.