Se repitió esta semana el ritual oficial. Ni las autoridades ni los portadores de banderitas se dieron por enterados del vacío que ahora enfrentan. Cuando se oye de nuevo “Los héroes que nos dieron patria”, mucha gente se pregunta: ¿A quien se la dieron? ¿Y en qué consiste esa “patria”?
Es preciso reconsiderar por completo el episodio que ahora llaman Primera Transformación. Tiene razón la notable intelectual mixe Yásnaya Aguilar: “La creación del Estado mexicano tras la independencia no es la interrupción del orden colonial, sino su perfeccionamiento”. ( El País, 6/8/21). Necesitamos que esto se haga explícito y forme parte de la conciencia general. De otro modo, la “conmemoración patriótica” es un insulto que apenas disimula su sello colonial.
Hace 500 años los españoles invadieron territorios de los pueblos, no de México. La gran mortandad del primer siglo no fue por matanza o combate. Murieron nueve de cada 10 personas de las que aquí vivían porque no pudieron resistir los virus que trajeron los españoles, que sus cuerpos desconocían. Muchas de ellas llegaron a preguntarse si debían continuar viviendo, si hasta sus dioses habían muerto. Hubo suicidios colectivos.
El desánimo que cundió en los pueblos por esa tragedia hizo posible la dominación, pero no dejaron de ser lo que eran ni de luchar. Se ganaron así el respeto de los españoles, que al final del periodo colonial llamaban Repúblicas de Indios a los espacios en que los pueblos se gobernaban a su manera y mantenían sus modos propios de vida.
Al empezar el siglo XIX formaban aún la inmensa mayoría de la población. Cuando se desató el conflicto con la corona española lucharon para deshacerse de ese yugo, no para inventar un país. Los criollos y mestizos, por su parte, buscaban sobre todo heredar el régimen de dominación. La Constitución que escribieron en 1824 tiene el sello religioso y espiritual de España, desde el primer artículo, y muestra la exclusión colonial de los pueblos: los menciona una sola vez, como tribus extranjeras.
Se dice bien que son 500 años de resistencia indígena. Pero no se dice que por 300 años se resistió la dominación española y en los últimos 200 se resiste al Estado mexicano. Lejos de ser una oportunidad de liberación, la llamada Primera Transformación fue para los pueblos originarios la imposición de un yugo atroz que perdura hoy.
La Segunda Transformación fue peor. Con la misma actitud extranjerizante de la primera Constitución, que tenía sello español pero imitaba a Estados Unidos, Benito Juárez quiso “liberar” a los pueblos del arreglo comunal, para que tuvieran pequeñas propiedades como los granjeros estadunidenses. También dio a Estados Unidos derechos a perpetuidad en el Istmo de Tehuantepec, mediante una vía férrea que partía en dos el país. Como otros muchos sueños de don Benito, le tocó a Porfirio Díaz realizar éstos. En 1907 inauguró el ferrocarril del Istmo. En cuanto a los pueblos, aplicó las Leyes de Reforma para organizar un despojo sin precedentes. En vez de pequeñas propiedades indígenas se crearon haciendas de criollos y mestizos, y puso a su servicio, como peones semiesclavos, a casi todos los indígenas.
La que ahora llaman la Tercera Transformación hizo concesiones a los pueblos indígenas cuya participación había sido decisiva en la Revolución, como la de crear una forma de tenencia de la tierra que reconocía los territorios que tenían antes de la creación del Estado mexicano. No era lo que ellos esperaban, pero representaba un compromiso del Estado mexicano. Se ha cumplido tarde y mal. El presidente Cárdenas, por ejemplo, entregó la mitad del país a pequeños propietarios y ejidos, pero no reconoció una sola hectárea de los pueblos indios. No sabía cómo hacerlo. Los primeros actos al respecto se hicieron hasta 1947.
La Cuarta Transformación quiere llevar más lejos los sueños de don Benito. Prolonga la obsesión de partir el país en dos y entregará a las corporaciones, respaldadas por sus gobiernos, el control de una franja del Istmo de Tehuantepec. Y persiste el ataque a los pueblos. El director de Fonatur definió explícitamente el carácter del megaproyecto a su cargo al declarar que es genocida, que busca desaparecer a los indígenas. En la tradición que fundó el sistema educativo, se trata de desindianizarlos. Cuando ellos exigen: “Nunca más un México sin nosotros”, se quiere prescindir de ellos. El atentado se observa todos los días, al imponerse destructivamente el megaproyecto contra la voluntad de las comunidades. La agresión llegó esta semana al extremo de atacar directamente a los zapatistas, que son símbolo y ejemplo de la resistencia, y asesinar a uno de ellos.
Los pueblos apelan hoy a elementos constitucionales y legales que respaldan sus reivindicaciones y no cejarán en su lucha. No están dispuestos a desaparecer, a dejar de ser lo que son. Si en el estado de excepción no declarado en que de hecho vivimos el gobierno persiste en ignorar sus reivindicaciones, recurrirán a la resistencia directa, esa resistencia que lleva ya 500 años. Y no se detendrá.