Hay asuntos harto difíciles de discernir cuando de cuestiones políticas se trata. El resultado de la forma en que se resuelven suele ser determinante para definir el destino de un gobierno.
Algo así está sucediendo en estos días en Estados Unidos en la disputa entre los sectores más progresistas y los moderados del Partido Demócrata. Un senador, Joe Manchin, pudiera ser el pivote y artífice involuntario de la forma en que la disputa se resuelva. Pero lo que es más importante aún radica en la forma en que el partido se posicione entre el electorado en las próximas elecciones, la de 2022, en las que estará en disputa la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado y la elección presidencial de 2024.
El panorama pudiera dividirse en dos grandes cuadros. En uno de ellos se escenifica la disputa por la aprobación del megapaquete de 3.5 trillones de dólares que el presidente pretende que se apruebe para su programa de infraestructura que deberá realizarse en los próximos 10 años, periodo que obviamente trascenderá su estancia en la Casa Blanca. La otra tiene que ver con la aprobación de la propuesta de reforma electoral, cuya esencia es la defensa del voto garantizando que el ideal democrático se sobreponga a los draconianos cambios que el Partido Republicano ha impuesto con el fin de perpetuar su poder en varios estados de Estados Unidos.
¿Porque Manchin es el eje o pivote de ambas propuestas? En el caso del paquete para infraestructura se ha sumado a los senadores republicanos quienes se oponen al proyecto del presidente por considerar que es excesivo e incluye algunas partidas que no necesariamente están dentro de los cánones clásicos de lo que se conoce como infraestructura: la protección del ambiente, la ampliación de comunicaciones por Internet y el apoyo a la educación, entre ellas.
Sin el voto de Manchin, quien por añadidura preside la Comisión de Energía y Recursos Naturales, los demócratas quedarían en minoría y, por tanto, perderían la votación en el Senado.
Por otro lado, el senador Manchin sí está dispuesto a apoyar la propuesta del respeto al voto y su papel es clave en el avance de esta reforma a la que los republicanos se oponen férreamente. La propuesta está diseñada para contrarrestar los excesos en los que ha caído el Partido Republicano que ha modificado las normas electorales en un puñado de estados con la clara intención de coartar el voto de los distritos electorales donde viven negros, latinos y pobres, quienes mayoritariamente votan por el Partido Demócrata.
Se ve difícil que el Partido Demócrata pueda sacar adelante ambas reformas tal como están diseñadas. En el caso de la propuesta de infraestructura, no se descarta que sea modificada en alguno de sus componentes para acomodar las demandas de sus opositores, más aún porque la mayoría del electorado no tiene una clara opinión sobre el mismo. Por el otro lado, el electorado sí está consciente de la necesidad de asegurar una reforma que garantice el derecho al voto, lucha que los demócratas han dado por años. La reforma pudiera significar un aumento sensible en el número de votantes, lo que probablemente redundaría en una ganancia neta a su causa.
A estos asuntos se agregan otros dos no menos delicados: el de la disputa sobre la necesidad de elevar el nivel de endeudamiento que, de no aprobarse, tendría el funesto resultado de caer en una moratoria de pagos, y el de la aprobación del presupuesto federal, cuyo rechazo significaría la paralización del gobierno. Ambos tendrían consecuencias difíciles de prever en un país que trata de salir de la crisis que la pandemia ocasionó.
El presidente y el liderazgo demócrata tendrán que aquilatar la importancia de llevar hasta sus últimas consecuencias la defensa de cada propuesta y el juicio que el electorado haga sobre el inminente enfrentamiento. De su respuesta dependerá el juicio del electorado en las próximas elecciones.