Es imperativo, racional y humano poner fin al embargo comercial de Estados Unidos a Cuba, por mucho el más prolongado y desfasado de la historia, exigencia del mayor consenso mundial y continental, tal como se patentizó en la Asamblea General de la ONU, el pasado 23 de junio, y como se manifestó en la sexta Cumbre de la Celac, en la Ciudad de México, este fin de semana.
En aquella ocasión, hace tres meses, en el máximo organismo mundial custodio de la paz y la fraternidad de los pueblos, 184 países, incluido México, votaron de manera abrumadora en contra del bloqueo, el fin de esas medidas coercitivas y unilaterales, y la normalización de las relaciones comerciales. Sólo dos votos se emitieron en contra de esa resolución (Estados Unidos e Israel) y tres abstenciones (Ucrania, Brasil y Colombia).
La ONU calificó al bloqueo de medida flagrantemente violatoria de los derechos humanos, a la luz de las difíciles condiciones sanitarias y económicas generadas por la pandemia que aún padece el mundo, y sobre todo América Latina, la región proporcionalmente más afectada.
Ahora, como segundo punto de su agenda, sólo después de la causa común en la atención del Covid-19 en la Declaración Ciudad de México, por abrumadora mayoría, los países que forman la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños se pronunciaron por terminar con el bloqueo comercial que ha dañado la economía e inhibido las posibilidades de desarrollo de Cuba, uno de los miembros de esa comunidad.
Ningún país del mundo ha resistido los efectos de un bloqueo económico por más de seis décadas. Cuba rebasó esa cifra en 2020. A los efectos nocivos y acumulados del embargo en la balanza comercial, la economía real y sobre todo en la calidad de vida de la población, se sumaron los daños sanitarios y económicos de la pandemia sanitaria que afectó, el año pasado y lo que va del actual, a todo el planeta, pero mucho más a los países en proceso de desarrollo.
Se trata de una medida coercitiva ya sin ningún fundamento político y mucho menos de seguridad nacional para Estados Unidos, pues se aplicó en un tiempo de bipolaridad y demarcación territorial como un movimiento, ya de suyo cuestionable, de un ajedrez geopolítico que desapareció con la caída del muro de Berlín en 1989, y que dividía al mundo en dos bloques –el capitalista y el socialista–, con un tercero formado por los países que se resistían a un alineamiento explícito o implícito.
En ese marco histórico, el gobierno estadunidense, con Dwight Eisenhower como presidente, aplicó en 1960 un embargo comercial al país que enarbolaba la bandera del socialismo en el continente, primero prohibiendo las exportaciones a la isla y, dos años después, ya bajo la presidencia de John F. Kennedy, prohibiendo también las importaciones provenientes de ese país.
Un estado económico de excepción, de reducción radical del intercambio comercial con la mayor potencia exportadora y el mayor mercado mundial, en su momento destino principal de las exportaciones cubanas y la fuente mayor de sus importaciones, que ha afectado las bases de la economía local, en la industria, la agricultura y los servicios, especialmente los vinculados con el sector turismo.
En cálculos de la cancillería cubana, solamente de abril de 2019 a diciembre de 2020 el bloqueo produjo daños por 9 mil 157 millones de dólares a precios corrientes, y en el último lustro las pérdidas superaron 17 mil millones de dólares; las acumuladas en las más de seis décadas desde que se decretó el embargo ascienden en su balance a casi 150 mil millones de dólares.
Esto significa dos años enteros de su producción global de bienes y servicios, pues el producto interno bruto anual de Cuba hoy día asciende a 77 mil millones de dólares. Las medidas restrictivas, salvo periodos reducidos, han incluido a los alimentos y las medicinas, es decir, prácticamente todas las ramas de la economía, luego de que, hasta antes de la revolución cubana, las tres cuartas partes de las exportaciones tenían como destino a Estados Unidos y 70 por ciento de las importaciones provenían de ese país. Ese intenso intercambio comercial, a contraluz, ilustra el tamaño del daño generado a la economía cubana, mismo que no ha sido puntualmente aquilatado por quienes subestiman o no se explican la dimensión del golpe a la estructura económica y el tejido social de ese país hermano.
En suma, el bloqueo ha sido históricamente una afrenta moral al pueblo cubano y el principal obstáculo para su desarrollo económico, pero más aún en las actuales condiciones de especial adversidad, en que el subcontinente y Cuba luchan por reposicionar sus economías luego de la crisis sanitaria. En el ángulo positivo, es un tiempo propicio también para un golpe de timón en los nuevos equilibrios mundiales, con un gobierno estadunidense sensible a las nuevas realidades, y en cuya agenda figura la observancia y la exigencia de respeto universal a los derechos humanos.
Una gran noticia para el pueblo cubano, y para las fuerzas progresistas de todos los países que luchan contra los últimos vestigios del neocolonialismo, sería la eliminación del embargo comercial, económico y financiero irracionalmente prolongado desde 1960.
* Presidente de la Fundación Colosio