Aunque el flujo de migrantes que se encuentra en nuestro país tiene orígenes diversos, los procedentes de Haití son, por mucho, los más numerosos, y son protagonistas de un drama humanitario en diversos puntos del territorio nacional.
La mayor parte de ellos se encuentran cercados en Tapachula, Chiapas; hay miles varados en la frontera, bajo los puentes que comunican Ciudad Acuña, Coahuila, con Del Río, Texas, y ayer se reportó que en las inmediaciones de Monclova decenas de haitianos caminaban por la carretera 57 con la intención de llegar a esa misma localidad fronteriza coahuilense.
Más allá de juicios sobre el desempeño de las autoridades migratorias mexicanas ante esta crisis, es claro que el país se encuentra desbordado por la llegada masiva de extranjeros procedentes diversas naciones de Asia, África y América Latina, un fenómeno cuya génesis está fuera del alcance de las autoridades nacionales, no solamente por las razones que obligan a miles de personas a dejar sus lugares de origen sino también por la inconsecuencia del gobierno de Joe Biden, el cual prometió como candidato presidencial una apertura migratoria que como mandatario ha sido incapaz de poner en práctica.
El gobierno de México, por su parte, ha sido claro e insistente en su propuesta a Estados Unidos de enfrentar de raíz el flujo migratorio procedente del llamado Triángulo Norte de Centroamérica, formado por Guatemala, Honduras y El Salvador, mediante la aplicación en esos países de programas sociales como Sembrando Vida, con el fin de generar fuentes de empleo, así como reducir la marginación social y las expresiones delictivas para evitar, con ello, que miles de personas se vean en la necesidad de huir del hambre y de lainseguridad.
Hoy parece urgente incluir en esa iniciativa, con carácter prioritario, a Haití, que entre las naciones de América Latina y el Caribe es sin duda la más golpeada por la miseria, las enfermedades, la inestabilidad política y, encima, por el efecto de fenómenos naturales devastadores; los más recientes, los terremotos de enero de 2010 y agosto de 2021, y los huracanes Sandy (2012) y Matthew (2016), que en conjunto causaron cientos de miles de muertes y dejaron sin vivienda y sin trabajo a millones de personas. Tomando en cuenta esas condiciones, no es de extrañar que el país más pobre del hemisferio sea el punto de partida de una emigración masiva.
Lo sorprendente, en todo caso, es que la comunidad internacional y particularmente las naciones de América no hayan emprendido una acción concertada de solidaridad que permita a la nación haitiana superar sus circunstancias más trágicas y acuciantes.
Pero, con la excepción de Cuba, que ha mantenido una ayuda constante a los haitianos, en especial en lo que se refiere a servicios médicos, y de Venezuela, que en sus tiempos de bonanza les surtió petróleo subsidiado, no ha existido ninguna iniciativa para ayudar a los haitianos a superar la terrible situación en la que han vivido desde que una insurrección de esclavos convirtió a Haití en la primera nación independiente de Latinoamérica y el Caribe.
En suma, hay sobradas razones para que México incluya a Haití en su propuesta de extensión de los programas sociales nacionales a otros países y que así lo plantee al gobierno de Estados Unidos.