Madrid. El novelista Sergio Ramírez cumplió su primera semana de exilio forzado con un sinfín de muestras de solidaridad, apoyo y homenajes espontáneos. A su paso por España para presentar su nueva novela, Tongolele no sabía bailar (Alfaguara), el escritor reconoce que no ha tenido mucho tiempo de pensar en la biblioteca que dejó huérfana en su país, en su casa, en sus ríos, en los atardeceres de Nicaragua que ya no verá más.
El régimen de Daniel Ortega ordenó su detención y lo acusa de gravísimos delitos a raíz de la publicación de su novela más reciente, en la que narra, en clave de ficción, los asesinatos de estudiantes en julio de 2018 por parte de las autoridades de su país.
Ahora reflexiona dónde va a vivir, si en México, Costa Rica o España, donde estos días ha recibido el apoyo de las instituciones culturales y literarias más importantes, así como de las autoridades públicas, desde el presidente del gobierno, el socialista Pedro Sánchez, hasta el líder de la oposición, el conservador Pablo Casado.
En entrevista con La Jornada, Ramírez reconoció que su país vive sometido a una “tiranía” con tintes “fascistas”.
–¿Piensa que la novela será liberada en algún momento por el gobierno de Nicaragua?
–No, eso ya no tiene retroceso, porque la orden de retención del libro en la aduana se dio primero, y luego, cuando comencé a hacer la campaña de promoción de la edición mexicana, obviamente el tema saca a flor la situación del país, y eso hizo que en algunas entrevistas volviera a hablar de la situación en Nicaragua. Me parece que eso fue agudizando la situación hasta culminar en la orden de captura.
–¿Cuándo empezó a sentir que su situación de libertad peligraba en Nicaragua?
–En julio, cuando me llamaron a declarar a la fiscalía en el caso contra Cristiana Chamorro, porque nunca había ocurrido que me hicieran una cita judicial de ese tipo. Hasta entonces, la política respecto a mí era el silencio absoluto. Cuando recibí el Premio Cervantes no dijeron nada, era como si no existiera. Entonces, llamarme ante un fiscal cambiaba todo; fue cuando sentí que me volvía vulnerable, a lo mejor porque estaba atravesando unas líneas rojas marcadas por ellos mismos, sobre todo cuando empezaron las detenciones de los candidatos presidenciales o cuando detuvieron a Dora María Tello, heroína de la revolución.
–¿Cree que ahí hubo un salto cualitativo en la represión del régimen de Ortega?
–Sí, desde luego, y cuando detuvieron a Hugo Torres, que él mismo había librado de la cárcel a Daniel Ortega. Mi conclusión en ese momento fue que en cualquier momento me podían meter en otra lista. Es curioso, porque me pusieron en esa lista por expresarme, por hablar, por criticar, no por líder político o candidato, porque ellos saben que no participo de la política activa. Entonces, mi orden de detención y la retención del libro se trataba simplemente de un atentado directo contra la palabra libre, contra la expresión, no contra el que actúa políticamente en un momento en el que estaban cerrando el círculo para la anulación de las elecciones a través de meter presos a todos los candidatos de oposición.
–Cuando escribe el libro, pero sobre todo cuando lo publica, ¿es consciente de que va a provocar todo esta persecución?
–Sí, pues, cuando uno escribe un libro y toca temas sensitivos, sabe que va a provocar reacciones. Sin embargo, cuando uno está en la mitad del camino de escribir un libro lo más importante que hay que evitar es la autocensura.
Hoy o mañana, el libro sería motivo de persecución
–¿Alguna vez dudó o pensó en autocensurarse?
–Tal vez, cuando terminé el libro, pensé que a lo mejor no era conveniente que saliera en ese momento, sino el año que viene, cuando ya hubieran pasado las elecciones. Pero mi reflexión final fue que ahora o mañana este libro es explosivo y va a ser motivo de rechazo y persecución.
–¿No sé si ha podido asimilar en estos días su nueva condición de exiliado forzado? ¿Cómo se siente?
–Ésas son cosas que uno nunca termina de procesar. Recuerdo que en la lucha contra Somoza se dictó una orden de prisión en mi contra y contra los miembros del Grupo de los Doce, por terrorismo y asociación ilícita para delinquir. Sin embargo, dentro de la táctica o estrategia, elegimos regresar a Nicaragua y afrontar estas órdenes y lo que viniera. Pero en ese momento decidí seguir adelante y volver a Nicaragua, pero no lo hice por valentía, sino simplemente administrando mi propio temor en el que entré en una especie de túnel de vacío.
“Cuando iba a las reuniones clandestinas del Frente Sandinista no pensaba en eso. Entonces, ahora tampoco lo hago, a pesar de que las circunstancias no son las mismas. Lo único que sé es que no tengo la misma edad y que no voy a ir a hacer el papel de héroe para que me meta preso Daniel Ortega, porque lo hará. Soy una persona que necesita asistencia médica y no estoy en condiciones de aguantar la prisión y las torturas. Estos momentos, para mí, el exilio es un mal menor.”
–¿Hasta ahora pensaba que era una figura intocable, incluso para un régimen como el de Ortega?
–Mucha gente me decía que había tres figuras intocables para Danie Ortega, porque de lo contrario se iba a dar un gran escándalo, que eran Ernesto Cardenal, Gioconda Belli y yo. Y a los tres nos ha perseguido, y a Ernesto Cardenal con mucha saña y odio, al grado de llegar a interrumpir sus funerales con gritos y consignas en la catedral.
–Pero ha tenido que dejar atrás gente y cosas, no sé, su casa, sus amigos, su biblioteca, sus rincones favoritos...
–Así es. Es lo que tiene el destierro; en eso no me he puesto a pensar mucho, porque el destierro significa la imposibilidad de volver; lo que pensó Ovidio cuando fue desterrado, saber que uno no puede volver a su patria. La patria está en los himnos nacionales, pero no es eso; la patria es la que escribe José Emilio Pacheco en ese poema tan hermoso que comienza diciendo algo así como que odio este país, pero daría la vida por un par de atardeceres, un par de ríos, una montaña... Ése es el sentimiento de nostalgia que a uno lo acompaña, pensar que ya no podré volver a la casa donde tengo todos mis libros y mi vida hecha.
–¿Hablar de fascismo en la Nicaragua de Daniel Ortega es decir mucho o se ajusta a lo que ocurre hoy día?
–Le voy a responder mejor con ejemplos concretos. La Ley de Seguridad Nacional, que castiga la traición a la patria, hablar mal del país, no me cabe ninguna duda de que eso es fascismo. Esa ley podría haberla dictado Benito Mussolini. La ley que ordena a las personas que reciben un premio literario de cualquier tipo a pedir permiso al gobierno para recibirlo, eso no sé si es fascismo, pero sí algo bufo. Así que hay cosas bufas, hay cosas fascistas y hay cosas que son muy estalinistas.
Esoterismo y poder
–¿Le duele Nicaragua?
–Muchísimo. El exilio me duele más a través de los otros que de lo que me está pasando a mí. Cuando se me acerca gente y me cuenta sus historias, como la de una muchacha, médico, que salió huyendo por la frontera norte y acabó empleándose en España como asistenta de ancianos, primero, y hoy es cocinera en un restaurante. Y salió huyendo por motivos políticos.
–¿Cree que la pareja presidencial ha entrado en una especie de locura, con el esoterismo con el que se manejan?
–Creo que la concentración de poder, con cualquier parafernalia que se adorne, siempre requiere más concentración de poder. Y eso no tiene fin. Y mientras más poder concentras, más te debilita. No digo que Daniel Ortega vaya a caer mañana porque tiene el control de todo, pero eso también lo hace más débil. Y ya encima con los ingredientes de esoterismo le da al dictador una dosis de excentricidad. En América Latina se ha dado mucho; ahí está el caso de Trujillo o de Maximiliano Hernández Martínez, de El Salvador, que para detener una peste en el país mandó poner los focos de las calles de colores rojo, amarillo y verde porque creía en la magia de los colores.
–¿Cree que son comparables la tiranía de Somoza con la actual de Ortega?
–La tiranía de Somoza se enfrentó a una rebelión armada. Cuando combatíamos a Somoza no estábamos desarmados como los muchachos asesinados masivamente en julio de 2018, que fueron acribillados por francotiradores de forma totalmente impune. La guardia de Somoza era muy cruel, muy vengativa, pero enfrente tenía muchachos en las barricadas y con capacidad de fuego. Así que son situaciones completamente diferentes.
–¿Qué le provoca que todavía haya una parte de la izquierda en América Latina y Europa que siguen apoyando a Ortega y su régimen?
–Es una minoría cada vez más exigua. Mi caso es de alguna forma una oportunidad para asomarse a lo que está pasando en Nicaragua. Elena Poniatowska reunió personalmente muchas firmas, pero lo curioso o interesante para mí de ese manifiesto mexicano es que está firmado por tirios y troyanos; está desde Héctor Aguilar Camín hasta Paco Ignacio Taibo II. Eso anula la idea de que hay una izquierda que sigue perdonándole la vida a las tiranías como la de Ortega, a pesar de que sigan llamándose de izquierda. Aunque todavía hay algunos fósiles antidiluvianos que siguen creyendo en esa idea del viejo guerrillero que cree que puede salir a matar en nombre de esas ideas caducas y obsoletas.