Un estimado colega tiene la gentileza de enviarme artículos de empeñosos autores más de copia y pega, que reflejo de la postura de quienes los firman, y como respuesta le digo que mal disimulan una convicción de mexhincado −postrado ante lo extranjero en general y ante lo español en particular− ya que no se puede definir lo que no se siente o mal se siente, pues hablar de mexicanidad, identidad e idiosincrasia, de lo que percibimos como propio desde nuestra propia óptica, no de la de fuera, demanda mucho más que información y lealtades generacionales.
A los globalizonzos se les dificultan algunas definiciones, les comparto dos aunque se les indigesten: “Nación es la toma colectiva de conciencia de una historia y unos ideales compartidos”, de ahí que el duopolio durante más de dos décadas y ahora el monopolio subestimen la rica tradición taurina de México, única réplica con carácter propio a la expresión taurina de España. El resto de los países poseen una tauromaquia que es calca de la española, sin lograr un sello que sea distintivo.
La otra definición, casi en desuso pero que sigue siendo vigente: “Patria son los lazos con el suelo y con los antepasados, con la tierra de los padres y abuelos, de nuestros muertos y vivos, de tumbas y cunas, finales y principios, muerte y nacimiento y, en medio, la mayor o menor conciencia de lo que somos, queremos, hacemos y aspiramos a ser. Ni españoles de segunda ni gringos de tercera: ¡seres humanos de primera nacidos en México!, claro, sólo si así lo creemos y atinamos a actuar en consecuencia.”
Aquí nadie ha sabido darse tiempo para reflexionar juntos sobre las posibilidades de México taurinamente hablando, ya no con la visión nostálgica de un pasado que demostró su autoestima sino para cuestionar un presente caracterizado por la estrechez de miras, criterios francamente dudosos si no es que clasistas y sin intención de una búsqueda honesta de toros y toreros que recuperen la fiesta como valiosa tradición histórico-cultural. Además de la inmovilidad del monopolio con la excusa de la pandemia y su gusto por mantener con España relaciones inequitativas, otros peligros se ciernen: la apatía de gremios y aficionados y el debilitamiento creciente del espectáculo ante ese irreflexivo animalismo disfrazado de humanismo, empeñado en imponer un modo de vida uniforme que socave la diversidad cultural e identitaria de pueblos que conservan rasgos propios. ¡Urge expulsar a la lacayuna OEA taurina que defiende los intereses de figuras importadas y estimula añejas humillaciones de diestros nacionales importamadristas!
Julio César Orozco, aficionado pensante −quedan como 23−, me dice con respecto al monopolio: “Ya se les pasó el momento, acostumbrados a hacer su regalada gana, han venido y acabado paulatinamente con la fiesta, el Covid-19 sólo será el pretexto con el que van a pretender justificar su indolencia y mediocridad. A la fiesta en México no la han dañado tanto sus deturpadores como los vanidosos miembros del gremio, todos, sin excepción. Pero en el castigo llevarán la penitencia. Tal parece que éste fue siempre su objetivo, pues ya lo lograron con creces, cuando en España y Francia la fiesta emerge magnificente”.
Una vez, alguien que se ostentaba de izquierda afirmó que “ La Jornada era el periódico menos taurino de México”, como si ser taurino significara sumarse al coro de críticos orgánicos y publicronistas trepadores. Hoy domingo 19 de septiembre La Jornada cumple 37 años de cumplirle a sus lectores y de cumplir con un periodismo que apuesta por la inteligencia. ¡Enhorabuena y agradecido por 24 años de paciencia!