¡Ay, México, un grito vivo apretado dentro de la sangre!
El grito de los migrantes centroamericanos y mexicanos que buscan llegar a la tierra que confunden con el cielo.
El grito de los homicidios al alza, incluidas torturas y feminicidios.
El grito del Popo, que emanó en una explosión de dolor que sólo dejó ceniza sobre la ciudad.
Los temblores, fuerzas irracionales de la naturaleza de la que no se saben aún las consecuencias.
Grito que cubre en ocasiones todas las frustraciones, rabias contenidas, imposibles de elaborar y que en este año, por la nueva fuerza irracional del Covid-19, no tendremos oportunidad de gritar unidos los mexicanos. En vez de grito externo, el grito interno de la tierra que clama justicia ante la cada vez mayor desigualdad social.
Grito sagrado del que brotan deseos irrealizables que se lanzan por el monte para disolver el nudo de carencias profundas.
Grito de verónicas revoloteando de puntas a la entrada de las entrañas. Vuelo de papeles de colores recortados: azules, amarillos, rojos, morados, anaranjados, verdes... sólo uno indescifrable que vaga por el espacio adherido a los brazos que, jugado al unísono en la verónica torera, es pieza fundamental del canto ranchero en ir y venir, palpitar de pechos, vértigo alrededor de la lumbre, entreabriendo en círculos en el aire, ir, regresar, cantando cantos antiguos, meciéndose en el viento, agrietado por las nubes del cielo, al quiebre del ritmo en sombras de la noche; parpadeo, color incandescente, sabor a tequila de la tierra en noche azulada, callado grito que exalta la melancólica memoria bajo la capa de pecho velado. Mágico manto de misterioso toreo, tierna hoguera rica como ninguna, baile fugaz al compás de las palmas, ecos presurosos.
Saliva acariciadora sobre la piel, gira y gira del capotillo leve que tiende las palmas de las manos como puntas jugadas al unísono en la caricia y lento, lento, vibra de la tonalidad exacta de melodía sin estruendos en este año, aguda y no chillona, modulada, sensible, que proviene de la capa interior de la piel que es la del deseo, la muerte y el toreo.
Toreo vida-muerte, sutil y lleno de claroscuro que sirve lo mismo a la libertad que a la muerte, bajo la capa que acaricia despacio, seguido, lento.