Aún sin recomponer figura tras el desbarajuste que les provocó la visita de Santiago Abascal, jefe de la ultraderecha española, segmentos conservadores (no sólo del Partido Acción Nacional) han creído encontrar una vía de desfogue, un distractor urgente, en el tema de la invitación del gobierno del presidente López Obrador para que venga a México Miguel Díaz-Canel Bermúdez, presidente de la República de Cuba y primer secretario del Partido Comunista de esa nación, quien relevó en octubre de 2019 a Raúl Castro, sucesor, a su vez, de su hermano Fidel.
En continuidad de la histeria anticomunista que fue acelerada con el descompuesto episodio Abascal-Carta de Madrid-Vox-PAN, se pretende forzar la realidad política y geopolítica para darle visos malignos a un encuentro entre los presidentes de México y Cuba, como los que presidentes de otros partidos, el Revolucionario Institucional y Acción Nacional, sostuvieron en otros años y en las circunstancias que en su momento se definieron.
En México no se vive un proceso revolucionario ni de implantación de tesis y acciones socialistas, ni es de temerse que la visita del presidente cubano pueda transformar en “comunismo”, casi de manera mágica, la fatigosa marcha del actual gobierno obradorista hacia mejoras populares dentro de los cauces institucionales (maltratados de palabra mañanera pero respetados en la cruda realidad práctica).
Cuba ha sido, en su etapa revolucionaria y en la institucionalización de ese movimiento, un factor importante y valioso para México en su intrincada relación con Estados Unidos. Rudamente condicionado por la vecindad física, la geopolítica para nosotros aherrojante, México bate alas de libertad, que con frecuencia queda en lo retórico, viendo hacia Latinoamérica y el sueño bolivariano y hacia Cuba y la rebeldía contra el gigante continental.
Ahora bien, la eventual transición que podría acelerarse ante los malestares físicos de Raúl Castro, ya retirado del mando formal pero aún con importantes hilos de poder en la mano, es materia de análisis y planeación por parte de la administración Biden, y México bien puede servir (como sirvió en otros años) de puente discreto de comunicación informal que sirva a los propósitos de las dos partes centrales, pero que también cuide el interés nacional mexicano, que debe estar preparado ante momentos críticos en la isla que pudieran aumentar presiones migratorias y envalentonar más a halcones estadunidenses.
Por otra parte, México está impulsando la mínima organización de autodefensa que deben otorgarse los países latinoamericanos, sobre todo los gobernados por corrientes progresistas, ante la Organización de Estados Americanos, mero instrumento de intervenciones estadunidenses y de “justificación” incluso de golpes, como el dado en Bolivia.
En ese contexto es explicable la reunión en México de presidentes, vicepresidentes, primeros ministros y representantes de países integrantes de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Este organismo fue creado en Playa del Carmen, Quintana Roo, en 2010, con el entonces panista Felipe Calderón Hinojosa como ocupante del poder presidencial. Actualmente, el gobierno mexicano ejerce la presidencia pro tempore de la Celac (por un tiempo, temporal; en este caso hasta enero de 2022), así que es natural y explicable que vengan a México presidentes, como el de Cuba, al que además se ha invitado a presenciar alguno o algunos de los actos conmemorativos del Grito de Independencia.
Y, mientras Alejandro Moreno, autodenominado Alito, hace malabares tuiteros para aparentar que controla el empequeñecido Partido Revolucionario Institucional, advirtiendo que ningún priísta debe aceptar cargos en gobiernos de otro partido, bajo pena de ser expulsado si tal maniobra no es aprobada por un consejo nacional (mensaje al gobernador sinaloense Quirino Ordaz), ¡hasta mañana!
Twitter: @julioastillero
Facebook: Julio Astillero