El gobierno de Alberto Fernández sufrió un duro revés en las elecciones primarias celebradas el domingo en Argentina para definir qué partidos podrán presentarse a las elecciones generales de noviembre próximo y qué listas de candidatos competirán por los 127 (de 257) escaños en disputa en la Cámara de Diputados y los 24 (de 72) en la de Senadores.
De acuerdo con los resultados de la provincia de Buenos Aires –significativos por representar a la tercera parte del electorado–, la coalición derechista Juntos por el Cambio obtuvo 38.3 por ciento de los votos, mientras el oficialista Frente de Todos alcanzó 33.5 por ciento de las preferencias. Si estos porcentajes se trasladan a la elección general, la coalición gobernante sería privada de su mayoría en el Congreso y su margen de maniobra quedaría seriamente comprometido por los dos años restantes del mandatario. Este descalabro para el peronismo se explica, en parte, por el impacto de la pandemia de Covid-19, que en todo el mundo ha obligado a los gobernantes de cualquier signo a poner en paréntesis sus planes de gobierno y centrar todos sus recursos materiales, institucionales y humanos en el combate al coronavirus.
En Argentina, por añadidura, la emergencia sanitaria prolongó y profundizó una crisis económica que no fue causada por esta administración, pero que los ciudadanos confiaban en superar cuando dieron su voto al presidente Fernández.
Tampoco puede soslayarse la intensa y permanente campaña de golpeteo por los medios de comunicación oligárquicos, los cuales en nada ocultan su ánimo de descarrilar todo proyecto de país que intente mejorar las condiciones de vida de las mayorías sociales.
Sin embargo, está claro que si una parte mayoritaria del electorado es susceptible de ser atraída por los mensajes de la derecha política y mediática es porque existe un descontento subyacente con el trabajo del go-bierno; malestar que puede tener su origen ya sea en el programa mismo o en la manera de ejecutarlo.
En ese entendido, las primarias constituyen un llamado de atención para que el Frente de Todos conjure el deterioro de su apoyo popular, y es deseable que el equipo gobernante ponga en práctica su compromiso de escuchar el mensaje enviado por las urnas.
De otro modo, se corre el riesgo de que este proyecto sea derrotado en las elecciones presidenciales de 2023, algo catastrófico no sólo para Argentina, sino para toda Latinoamérica, pues supondría la vuelta al poder de una derecha ineficiente, corrupta, perversa y completamente alineada a los afanes injerencistas de Estados Unidos.