Hace unos días un numeroso grupo de mexicanos firmantes envió una carta al doctor Enrique Graue Wiechers, rector de la UNAM, en relación a una convocatoria para un cargo universitario donde se exigía que los postulantes fueran “mexicanos de nacimiento”.
La carta dice que “La distinción entre una ciudadanía por nacimiento y una por naturalización es un requisito que preserva una condición de desigualdad entre personas mexicanas (sin mayor justificación que la costumbre) y es contraria a los grandes avances que nuestras leyes han hecho en años recientes con relación al reconocimiento de la nacionalidad mexicana más allá del lugar de nacimiento, como estipula la reciente aprobación del artículo 30 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, el 17 de mayo del año en curso”.
Por otra parte, “esta normatividad administrativa de la UNAM no reconoce la pluralidad de quienes integran la propia comunidad académica nacional, preserva una desigualdad jurídica improcedente entre quienes tienen ciudadanía mexicana y limita la convocatoria a tan alta distinción como la de participar en concursos a cargos académicos y otros tipos de puestos, cuando lo que se debe evaluar es el más alto nivel de especialidad en la materia en cuestión”.
La carta concluye diciendo: “somos conscientes de los esfuerzos de la universidad y en especial de su gestión, por promover prácticas contrarias a cualquier forma de discriminación, por lo cual consideramos que esta decisión de corte jurídico administrativo sería un mensaje y posicionamiento ejemplar desde la UNAM por un México más inclusivo”.
Y en ese sentido, la carta también va dirigida a todos los rectores de las universidades públicas del país y a los directores de los centros académicos y científicos.
Esta visión y posicionamiento sobre los mexicanos de primera y de segunda sigue vigente en la actualidad, lo cual resulta preocupante. En las mismas fechas en que salía esta carta, la Universidad de Guadalajara aprobó un cambio en la ley orgánica de la institución para que el contralor sea “mexicano de nacimiento”, cuando hasta hace unos días sólo se requería “tener nacionalidad mexicana”. ¿Cuáles fueron los argumentos esgrimidos para hacer el cambio? La nota informa que el cambio se dio “en aras de abonar el combate a la corrupción”.
En realidad hay argumentos de todos tipos, supuestos, prejuicios, colores y valores. Un colega comentó en relación a la carta: “no me parece una posición discriminatoria, más bien me parece una posición nacionalista. Considero quepodrá evitar que los extranjeros que ad-quieren la nacionalidad mexicana desplacen totalmente a los mexicanos de la toma de decisiones en instituciones de carácter básico para el desarrollo de México (lo cual no es difícil que lo hagan pues su CV, por razones obvias, suele ser mucho mejor que uno nacional), pero también se puede argumentar que podría suceder lo contrario y que haya una mejora. Yo no arriesgaría el futuro de mi patria a una supuesta “discriminación”.
Otro universitario opinó sobre la carta que “las personas se hacen mexicanas por interés propio, no por amor a este país. Yo sí creo que hay valores que aprendes desde niño, de tus padres y en la casa”.
En un país de emigrantes, con 11 millones de mexicanos viviendo y trabajando en Estados Unidos y donde se naturalizan un promedio de 110 mil “mexicanos de nacimiento” al año, llama la atención que preocupe la presencia de 800 mil extranjeros y que muy pocos se naturalicen.
Según el doctor Pablo Yanquelevich de El Colegio de México, entre 1827 y 2000 se habrían naturalizado unos 40 mil extranjeros, aunque en los últimos años ha aumentado el ritmo notablemente a 3 mil anuales, en promedio.
Volviendo a la historia, don Pedro Armillas, refugiado español, naturalizado y afamado arqueólogo mexicano, cuenta que cuando trabajaba en la Instituto Nacional de Antropología, allá por la década de 1940, postuló a una beca con otros compañeros y el director muy amablemente le dijo: “Armillas, le debo a usted una explicación en la concesión de la beca de la Fundación, todos consideramos su nombre, que se lo merecía, pero en fin, se la dimos a otro. Porque usted no es mexicano de nacimiento, puede crear oposición… Y le dije, la persona a quien le dio la beca tiene más antigüedad en el instituto que yo y eso para mí es suficiente razón. En la cuestión de quién tiene más méritos, pues es una cuestión de apreciación personal y yo puedo quizá disentir. Pero lo que me dice, que fue por mi nacimiento, que se la dieron al otro, estoy perdido. Mire usted, si es por antigüedad, pues llegará el momento en que yo seré más antiguo que otro; si es por méritos habrá que trabajar duro para mostrar que mis méritos son superiores y eso lo puedo hacer. Pero, por mucho que haga, nunca llegaré a ser “mexicano por nacimiento”.
Hace 70 años de eso y seguimos en lo mismo. Cómo diría el colega: ¡no sea que el futuro de la patria esté en riesgo!