Piel apergaminada, no sabría decirse si expresiva, porque no expresa, atiende. Labios que parecen soplar, que en soplo hablan. Una mirada más allá de la luz y la sombra, que en una especie de interrogación (ojos dolidos) nombra clara la sombra, atenuada, por cortesía atenuada, la mucha luz. Hace frío. La embocadura de la trompeta, luz y sombra, tiene frío. Es la desolación, acostumbrada a verse, satisfecha. Es el oír el misterio del aire, el aire inmóvil. El pelo se ha dejado despeinar un poquito por la tensión del rostro, que no es tensión (ahora sí): es expresión. Un suetercito cualquiera, qué fortuna. ¿Qué afirmación de sí es esta soledad que en medio del fracaso se divierte, hace por sonreír, claudica y goza en dejarse caer como de veinte pisos a deshoras? (Chet Baker).
Casi centímetro y medio de ceniza se mantiene, ya un tanto alicaído, en la punta del cigarro, largo cigarro más alargado aún por el filtro, también largo, y la larga boquilla oscura. Es un momento simple pero abierto a la complejidad. La mirada medita, la boca piensa. La mano como un gancho tiene algo de ave, de garra, de suave ave de presa. El humo casi invisible sube vertical y se difumina en volutas como aclarando el aire. Puede que haga frío, hace frío, pero se trata de un frío cordial, amable, que confía en uno. Blanco es el cabello, blanco el suéter, y así no importa qué tanto gris el día. Muy adentro los ojos de sí mismos ven a un tiempo la hora y la edad y más allá de ellas, un poco más allá –sin nombre, todavía. (María Zambrano).
Bajo un paraguas azul que para el caso, iluminado, es parasol, con un fondo de cielo que el paraguas divide en casi blanco y casi azul, la mirada tremenda de este hombre, su tremenda presencia en las ruinas del campo de concentración de la isla. Es junio, ya hace años. Ruinas de tiempo es esta fotografía, nítida, evocadora, a pleno sol no se sabe si trágica, si heroica, si nostálgica. Un aire sublevado agita los cabellos del que parece habla al vacío respirable. Asido del bastón del utensilio hace como si detuviera un rayo entre el cielo y la tierra. Convierte el rayo en flor, en sombra, en serenada –poco a poco, con un aire de música que retorna al silencio– consolación. (Mikis Theodorakis).
* Sobre fotos tomadas de Internet