De los casi 200 museos que se pueden visitar en Berlín, el de la República Democrática Alemana (DDR Museum, por las siglas de Deutsche Demokratische Republik) ha ganado la fama de ser una de las vivencias culturales más atractivas y singulares de esta ciudad. Además de ser uno de los más visitados, ha sido nominado en dos ocasiones para obtener el premio del mejor museo de Europa.
La caída del muro en 1990 fue para los habitantes de la parte oriental un impacto mayúsculo en comparación con los habitantes de la occidental. El componente ideológico de Alemania Oriental estaba basado en la convicción del funcionamiento de una sociedad sin clases en la que todos los habitantes tuvieran igualdad de oportunidades y derechos, donde la explotación y el egoísmo no pudieran caber y en la que todo pertenecía a todos.
En mil metros cuadrados, el DDR Museum expone con lujo de detalles temas que reflejan la cotidianidad de los diferentes sectores de la sociedad, desde el ciudadano común, las instituciones educativas (se reconstruye una guardería), el sector militar, el apoyo al deporte, los privilegios de los dirigentes del partido gubernamental –el Partido Socialista Unificado de Alemania, el SED, Sozialistische Einheitspartei Deutschland– que dirigía el país.
Un museo interactivo cuyo acervo proviene en gran parte de donaciones privadas. En algunas vitrinas se encuentran incluso los productos de consumo alimenticio, de limpieza y vestuario. El auto que se vendía a las familias y para lo cual había una lista de espera de hasta 10 años para poder adquirirlo, el Trabant, que puede conducirse mediante un sistema de manejo virtual.
La cultura del cuerpo libre, la práctica del nudismo en espacios comunes como playas o algunos parques se documenta mediante una serie de filmaciones con entrevistas en las cuales los ciudadanos daban testimonio de la importancia que constituía esta práctica en su concepto de libertades individuales.
Entre las posibilidades de experimentar se encuentra incluso el aterrador y angustioso interrogatorio por parte de los servicios secretos a los sospechosos de traición al sistema; alguno de los protocolos de esos interrogatorios pueden leerse en una pantalla que refleja el monótono teclear de una máquina de escribir.
Con mobiliario, enseres electrodomésticos, tapices y alfombras se reconstruye de manera minuciosa una vivienda familiar típica: la recámara de los padres, de los hijos, la sala como espacio común de la familia donde incluso un televisor antiguo proyecta algunos programas que se transmitían en los años 80.
En el dormitorio de los más jóvenes, al abrir el armario sorprende escuchar la grabación de un concierto de rock en Berlín, que ya permitía vislumbrar el terremoto histórico que se avecinaba. El 19 de julio de 1988, Bruce Springsteen tocó por casi tres horas ante 200 mil personas. El gobierno hacía una incomparable concesión a los jóvenes para mantenerlos relativamente bajo control y tranquilos políticamente.
En su mejor alemán, dijo: “Estoy complacido de estar aquí en Berlín del Este, no estoy en contra de ninguna forma de gobierno, vine aquí a tocar rock and roll para ustedes con la esperanza de que algún día caigan todas las barreras”. En la transmisión radiofónica esto fue censurado, pero los asistentes la llevaron consigo. El cambio de rumbo ya se gestaba y estaba marcado. Alia Lira Hartmann, corresponsal