El 11-S, como se dice ahora, dio lugar a un gran alboroto en Estados Unidos por lo que, a fin de cuentas, tiene todos los síntomas de un autogol que se dio el presidente Bush para levantar sus bonos más caídos que los de ningún otro presidente…
Pero el daño que representa el 11 de septiembre de 1714 a un país llamado Cataluña, que entonces perdió su libertad y, como dice el historiador Sobrequés, dio principio a un expolio que todavía no ha terminado, da pie a pensar que, junto a él, el del año 2000 resulta un juego de niños.
Ese día de 1714, cuyos días anteriores hubo muchos miles de muertos, secundados por borbones franceses, la ciudad de Barcelona, capital de Cataluña, cayó finalmente en poder de los españoles, y la libertad no se ha recuperado.
De hecho, ciertas mejoras del régimen opresor establecidas en su tan cacareada Constitución, después de los casi 40 años del régimen de Franco –cuyo sustento emocional parece endémico entre los españoles– se han ido eliminando con esa especie de Santa Inquisición gachupina en que se ha convertido el llamado Tribunal Constitucional, de filiación mayormente franquista o fascista.
Resulta que, a partir de 2010, la conmemoración contestataria de los catalanes ha ido en aumento, lo mismo que el voto independentista en las urnas. Hoy en día es ya mayoritario y todo indica que crecerá con la incorporación futura al sufragio de los todavía menores de 18 años.
El caso es que ahora el voto independentista supera 55 por ciento, pero las encuestas revelan, además, que los partidarios abiertos, de mantenerse dentro del Estado español, apenas pasan de 20 por ciento.
Tal es la razón por la cual en Madrid le temen a un plebiscito vinculante, que exhiba ante el conjunto de la Unión Europea la conveniencia de que Cataluña se convierta en un nuevo Estado de la misma. Dicho en nuestros términos, “el miedo gachupín no anda en burro” y su conciencia democrática es prácticamente nula.
De ahí, por caso, que la consulta programada para el 1º de octubre de 2017 fuera tan duramente perseguida desde sus primeros pasos y violentamente reprimida el mero día por un ejército de más de 13 mil policías españoles que se dieron vuelo golpeando a diestra y siniestra, y ni robándose urnas pudieron evitar que se pudiera lograr el monto de 2 millones de catalanes en favor del Sí a la independencia.
Resultó curioso que tales fuerzas del orden, armadas hasta los dientes, se cuidaron mucho de meterse con quienes daban trazas de estar dispuestos a repeler la agresión. Es la naturaleza del “fijodalgo”, arrojado y valiente como el que más… cuando tiene una ventaja evidente.
El 1º de octubre se ha adherido ya a la simbología patriótica catalana y a su calendario, sin embargo, el 11 de septiembre tiene todo el pedigrí de haber fungido, desde hace muchos años, como un elemento de unidad de los catalanes donde quiera que estuvieran, incluyendo por supuesto a quienes andaban regados por el mundo.
Era una tímida llama, pero daba un cierto calor cada año. Recuerdo, por caso, que cada 11 de septiembre, dado que el Paseo de la Reforma no era lo que es ahora, un puñado de catalanes ponía una gran corona de flores, alguien profería un discurso sobre la patria mexicana y la catalana y se hacía una guardia de honor ante los “héroes que nos dieron patria”.