Riad. Dos décadas después de los atentados del 11-S, perpetrados en su mayoría por sauditas, el reino ultraconservador de Arabia Saudita se esfuerza en proyectar la imagen de un país abierto y tolerante con una serie de reformas económicas y sociales.
Los atentados reivindicados por la red yihadista Al Qaeda provocaron cerca de 3 mil muertos. Tras un tiempo de crisis, Arabia Saudita consiguió volverse a acercar a su aliado Estados Unidos.
El rico país del Golfo, primer exportador de petróleo bruto en el mundo y socio desde hace años de Washington, negó cualquier implicación en los ataques, a pesar de que 15 de los 19 autores eran ciudadanos sauditas.
Ha sido en estos últimos años, bajo el impulso del príncipe heredero Mohamed bin Salmán, que el reino lanzó reformas para salir de la dependencia del petróleo y modernizar su imagen, acusado de exportar una doctrina sunita wahabita rigorista.
Hoy en día, las mujeres están autorizadas a conducir, los cines reabrieron y los conciertos pueden ser mixtos.
Estas reformas constituyen “una de las consecuencias a largo plazo” del 11-S, estima Yasmine Farouk, del centro de reflexión Carnegie Endowment for International Peace.
Según las familias de las víctimas de los ataques, varios documentos secretos podrían contener pruebas de que el gobierno saudita tenía vínculos con los autores. El presidente estadunidense, Joe Biden, anunció que pronto serían desclasificados.
La embajada saudita en Washington se congratuló del anuncio y reiteró “el apoyo desde hace tiempo” de Riad para esta operación, con el fin de “poner fin de una vez por todas a las acusaciones sin fundamento contra el reino”.
Para la investigadora Farouk, el mundo tiene que tratar con “una nueva Arabia Saudita”. Luego de la ascensión del príncipe heredero, se han llevado a cabo cambios que eran casi inimaginables antaño en este país ultraconservador.
El gobierno ha relegado a la policía moral, que sacaba a los clientes de los centros comerciales a la hora de las plegarias, o impedía que hombres y mujeres se reunieran en el mismo lugar.
También las tiendas y los restaurantes pueden permanecer abiertos durante las cinco oraciones diarias.
El reino es “un lugar totalmente diferente y mucho mejor”, estima Ali Shihabi, consejero del gobierno saudita.
Según él, estos cambios han impactado en “las estructuras y redes del islam radical en el país. Las reservas de jóvenes sauditas adoctrinados por el islam reaccionario se reducen rápidamente”.
Pero, de acuerdo con Farouk, estas reformas no son suficientes para erradicar el extremismo, debido a la ausencia de diálogo con la sociedad.
Las ONG han elogiado estas reformas, pero siguen denunciando la represión brutal contra las voces críticas, como la encarcelación de las activistas feministas o el asesinato del periodista Jamal Khashoggi.
Y pese a las reformas, persiste el radicalismo en la sociedad.
Para Kristin Diwan, del centro Arab Gulf States Institute, en Washington, los cambios tendrían que hacerse en el sistema educativo, asociados al wahabismo. “Reformar todo el sistema educativo –programas, docentes, instituciones– es una tarea colosal, como crear de nuevo la sociedad”, explica.