Ciudad de México. 1971. En enero fundan el Colegio de Ciencias y Humanidades, creado por el Consejo Universitario de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); en mayo son liberados alrededor de 20 presos políticos, entre ellos, José Revueltas y Heberto Castillo; el 10 de junio estudiantes toman las calles en apoyo a la Universidad de Nuevo León y son reprimidos salvajemente cerca de las escuelas del Politécnico Nacional del Casco de Santo Tomás; 10 días después se estrena El Chavo del Ocho, y el primero de agosto se realiza en Nueva York el Concierto para Bangladesh, organizado por George Harrison a beneficio de los refugiados de Pakistán del Este. En México, el 11 y 12 de septiembre una multitud de jóvenes se reuniría en unos terrenos cercanos a Valle de Bravo bajo la consigna de paz, amor y mucho rock en el Festival de Avándaro.
Todo empezó con el rumor de que se realizaría un encuentro multitudinario –que incluía una carrera de autos– por esos lares; a mediados de agosto la voz corría con fuerza y en los primeros días de septiembre se confirmó el Festival de Rock y Ruedas en Avándaro. La noticia prendió el ánimo en los chavos: “¡Qué chido! Va a ser algo como Woodstock o Monterey y no va a ser cariñoso: el boleto costará 25 varos –siete menos que el salario mínimo– y va a ser por acántaros, pasando Toluca. ¿Cómo la ves, le caemos o qué onda?” “Simón, va a estar chido. Hay que llegarle”.
La chaviza, motivada por la publicidad en revistas, radio, diarios, carteles y hasta por el noticiario estelar del Canal 2 de Telesistema Mexicano (ahora el Canal de las Estrellas de Televisa), se preparó para asistir al primer festival al aire libre que prometía música, convivencia y libertad; jóvenes de todas las edades acudieron a los lugares donde se venderían los boletos. Uno de esos sitios eran las agencias Automex. Una pareja de adolescentes compró los suyos en la sucursal que estaba en Ferrocarril Hidalgo y Talismán, al norte de la Ciudad de México.
Con el boleto seguro, empezaron los preparativos: algunos chavos dispusieron sus casas de campaña y bolsas para dormir, pero la mayoría sólo mantas y cobijas. También se tenía previsto llevar itacate, porque se adivinaba que iba a estar difícil conseguir alimentos. Uno de los asistentes relata: “Nosotros estrenamos, mi chava y yo, ropa para estar a tono: yo llevé pantalones de mezclilla y camisas de manta muy chidas; ella, pantalones igual a los míos y un huipil mixteco-jipioso; en nuestros morrales cargábamos agua, fruta, pan y hasta un libro. No llevamos cámara. Chale.
“Días antes del festival todavía no se conocía el cartel definitivo; aun así, el personal (como le llamaba Parménides García Saldaña a los chavos que les gustaba el rock) arribaría desde el viernes para apañar lugar en la nueva nación ondera. Qué loco, ¿no? Entre la maestriza era conocido uno de los organizadores: Armando Molina, músico de La Máquina del Sonido y mánager de un buen de grupos; obvio, programó a algunos de ellos en el festival, pero, la neta, ni cómo hacerla de tos, eran los más acá”, recuerda.
Agrega: “Después se conocieron los nombres de los organizadores: Justino Compeán, Eduardo López Negrete y Luis de Llano, júniors todos, gente de lana y buenas relaciones en las altas esferas sociales, políticas y televisivas, tanto, que hubo cámaras para grabar el suceso rocanrolero y transmitirlo en el programa La onda de Woodstock y, decían, que también sería utilizado en una película. Pero, nel, nada se hizo, quién sabe dónde quedó el material grabado”.
Pantalones acampanados, camisas unisex y pelo largo
Desde el viernes 10 de septiembre deambulaban cientos de chavos por Valle de Bravo. El aspecto de la mayoría era estrafalario y provocativo: pelo largo, pantalones acampanados, camisas unisex perfumadas con pachuli y un lenguaje ininteligible para los sorprendidos lugareños y anfitriones casuales. Entre los fuereños ya circulaban los nombres de quienes tocarían: Los Dug Dug’s, El Epílogo, La División del Norte, Tequila, Peace & Love, El Ritual, Los Yaki, Bandido, Tinta Blanca, El Amor y Three Souls in My Mind. Lo que no se sabía era la hora en la que se presentaría cada uno.
Cuatro grupos de rock invitados, por motivos diferentes, no estuvieron el festival: Javier Bátiz, por razones económicas, y La Revolución de Emiliano Zapata, por compromisos profesionales, pues ya tenía un contrato fimado para esas fechas.
Bátiz era el rockstar del momento; se presentaba en los lugares más exclusivos, por lo mismo se cotizó tan alto que los organizadores no le llegaron al precio.
Otro de los que no asistieron fue La Tribu, pero su disquera negoció para que su presentación la cubriera La División del Norte. Love Army estaba anunciado, pero un accidente les impidió llegar.
Norma Valdés, debido a que su banda, La Cosa Nostra, ya estaba comprometida no pudo asistir al encuentro. El nombre de ella era muy familiar en el círculo rocanrolero desde antes de ese 11 de septiembre. Acerca de su andar, cuenta: “Estuvimos en lo que fue lo pesado de los hoyos fonky: después de que Javier Bátiz grabó en 1969 el álbum Coming Home, del que fui productora, fundó Soul Force, en el que éramos, en las voces, Macaria, Baby Bátiz, Mayita Campos, María Montejo y yo; en los metales estaban René Vidal, Papaíto y dos más; Memo Briseño, en teclados; Jorge Alarcón en el bajo y en la batería, Juan Santos.
“También estuve con los organizadores de conciertos Armando García Cadena, David Tame, Daniel Toscano; yo manejaba la prensa y coordinaba a los grupos.”
Acerca de su ausencia en el festival, Norma rememora: “Estaba en La Cosa Nostra con Memo Briseño y nos salió trabajo para Acapulco. Me enteré de todo lo de Avándaro. Estaba súpersacada de onda y a punto de no ir al puerto guerrerense, pero era muy poco profesional. Justo cuando salíamos para allá, nos enteramos de que harían lo que fue la primera junta para ver lo del festival en casa de Micky Salas y de Silvia Pasquel, en Coyoacán. Allí se juntaron todos los grupos para ultimar detalles. Me sentía muy triste porque todos mis amigos fueron: Waldo Tena llevó la obra Tommy, fue El Ritual. Ni modo.
“Fíjate que nadie esperaba que fuera tanta gente. Yo soy de las que hablaría muy bien del encuentro, porque tantas personas reunidas y que no haya pasado nada feo, es maravilloso. Hasta la fecha lamento no haber ido a Avándaro. Es uno de mis pesares rocanroleros”, afirma.
Agrega: “Avándaro ha sido una cosa muy extraña, porque para unos músicos fue un horror y para otros, lo máximo. Me hubiera encantado ir”.
Nacho, amigo de quien esto escribe, durante mucho tiempo estuvo triste, pues tampoco llegó. Se lanzaría al festival después de salir de su trabajo, pero se dirigió a la terminal de camiones y compró su boleto para Acámbaro.