A la maestra María Salud Morales la mataron con piedras y palos. Como a las cuatro de la tarde del 16 de junio de 1937, en el rancho de Santa Rita, tenencia del Tecario, municipio de Tacámbaro, Michoacán –cuenta el historiador David Raby–, fanáticos cristeros le destrozaron el cráneo y arrastraron su cuerpo por las calles. Aunque usualmente cargaba con ella una pistola para defenderse, ese día se encontraba desarmada.
En su carpeta de siete litografías titulada En nombre de Cristo… han asesinado a más de 200 maestros, el artista plástico Leopoldo Méndez rinde homenaje a la profesora asesinada. En la estampa, el cadáver de la maestra rural, con su largo pelo negro colgando, es cargado por tres campesinos, en cuyo rostro se funden el dolor y la rabia por el salvaje homicidio de la docente.
En 1939, Leopoldo Méndez, uno de los más grandes grabadores del siglo pasado, maestro rural él mismo en las Misiones en Jalisco y estado de México, durante muchos años comunista, integrante de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios y fundador del Taller de Gráfica Popular, elaboró las litografías por encargo de la Secretaría de Educación Pública (SEP). La carpeta ilustra, poderosamente, la violencia de la ultraderecha mexicana contra los profesores que, bajo la bandera de la educación socialista del cardenismo y la reforma agraria, combatieron en los rincones más remotos del México rústico, el fanatismo y la ignorancia y, para abrirle paso a lo que Narciso Bassols llamó el “pensamiento contemporáneo”.
Méndez no fue el único artista que denunció, mediante su obra, las agresiones de cristeros, fascistas y hacendados contra los educadores rurales. Entre muchos más, sobresale Aurora Reyes, quien en 1936 pintó, en el Centro Escolar Revolución, el mural Atentado a la maestra rural (https://bit.ly/3n5ZT8r).
La epopeya y el martirologio de los humildes profesores en las comunidades agrarias fueron referidos también desde la literatura. En Dios en la Tierra, José Revueltas cuenta dramáticamente cómo un educador que guía a los soldados que combaten a los cristeros hasta una fuente de agua, es vejado por una turba fundamentalista que lo acusa de traidor y lo obliga a gritar “¡Viva Cristo Rey!”, al tiempo que lo empala. “De lejos –escribe el duranguense– el maestro parecía un espantapájaros sobre su estaca, agitándose como si lo moviera el viento, el viento, que ya corría, llevando la voz profunda, ciclópea, de Dios, que había pasado por la tierra.”
Los atropellos de la extrema derecha contra los trabajadores de la educación rurales alcanzaron tal magnitud, que el 15 de mayo de 1935, el presidente Lázaro Cárdenas organizó un homenaje a los maestros asesinados, empalados, violados o desorejados por la reacción. Estableció que cada año se pasara lista a 10 de ellos. Los nombres de todos fueron estampados en un muro en la SEP.
¿Qué motivó esta agresión descomunal del protofascismo mexicano contra los mentores? Básicamente, la naturaleza y el propósito de su misión. José Santos Valdés la explicó así a los educadores: “Porque no basta arrancar la tierra. Es necesario crear al hombre. Aquélla, sin éste, no servirá de nada. Me dirás que el hombre existe. Sin negártelo, te diré que existe el que nació, creció, se educó y se multiplicó dentro del sistema capitalista; te diré que es un tipo de hombre que heredó ideas, sentimientos, fanatismos y miserias que lo hacen ser enemigo de su propia clase. Tú necesitas crear a un hombre que responda al anhelo desorganizado, pero enorme, de millones de campesinos mexicanos que ya no quieren ser esclavos ni vivir en garras de la miseria, de la enfermedad y de la muerte”.
No eran sólo palabras. La labor de Santos Valdés fue clave en convencer a mil campesinos neoleoneses de no adherirse a la rebelión filonazi de Saturnino Cedillo de 1938, apoyada por las compañías petroleras extranjeras. Años después, con el beneplácito de la derecha, se organizó una operación de Estado para deshacerse de esos maestros comprometidos con la transformación social. En plena “escuela del amor” avilacamachista, fue derrumbado el muro levantado en la SEP para honrar a los profesores mártires.
En diciembre de 1951, el gánster sindical Jesús Sánchez Vite, secretario general del SNTE, anunció: “Se ha destruido la leyenda negra que forjaron los enemigos de nuestra causa, al concluir falsamente que el maestro era en sí mismo un germen de disolución, cuando en verdad no es sino un ser dotado de generosos impulsos de superación”.
Sin embargo, las intentonas por asfixiar el compromiso de los maestros con el cambio social fracasaron. La “leyenda negra” que Sánchez Vite declaró finiquitada sigue viva. Desde 1979 (como en su momento lo fue el MRM de Othón Salazar), la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) devino heredera legítima del legado de los maestros rurales cardenistas. Comprometida en la democratización de su sindicato, de la educación y del país, ha sorteado los embates de la reacción y de figuras, como Claudio X. González, y de organizaciones empresariales, como Mexicanos Primero, o conservadoras, como la Unión Nacional de Padres de Familia.
Hasta 2002, la guerra santa contra la coordinadora tenía como saldo 172 educadores asesinados o desaparecidos. La lista ha crecido. Durante el sexenio peñista, en el marco de las movilizaciones contra la reforma educativa y de Ayotzinapa, fueron ultimados por la policía los profesores Claudio Castillo, David Gemayel Ruiz y Antonio Vivar Díaz.
Como el magisterio rural cardenista en su momento, la CNTE ha combatido durante más de 40 años a la ultraderecha. Y lo seguirá haciendo. De vivir Lepoldo Méndez, seguramente haría una carpeta con litografías dedicadas a honrar la lucha de los maestros de la coordinadora contra el conservadurismo.
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