El festejo de los logros paralímpicos como hazañas de gente “especial” oculta una mirada condescendiente, casi vertical, que ve a los atletas del deporte adaptado con cierta pena. Juan Pablo Cervantes, medalla de bronce en atletismo de velocidad en los Juegos de Tokio 2020, siente incomodidad ante ese entusiasmo, sincero, pero que encubre y reproduce prejuicios hacia las discapacidades y sus formas de participación en la sociedad.
Hace unos días, en Tokio, Cervantes recorrió los 100 metros de la pista en 13.87 segundos y llegó en tercer lugar en una disciplina de alta exigencia deportiva. Con inmovilidad en la parte inferior del cuerpo, la categoría T54 en la que compite demanda un desarrollo muscular y explosivo a bordo de una silla de ruedas aerodinámica, que debe abrirse camino en eliminatorias, semifinal y una competencia decisiva por las medallas. Llegar a unos Juegos Paralímpicos ha sido un trayecto difícil; alcanzar uno de los lugares en el podio, fue una exigencia del mayor rigor atlético.
“El deporte adaptado ha crecido de forma asombrosa; ya no son hazañas de ‘¡ay!, pobrecitos’, hacen esfuerzos a pesar de sus limitaciones.Tampoco es recreativo ni simbólico, hoy son competencias del más alto nivel. Para llegar a una final, hay que romperse la madre; no se diga para ganar una medalla.”
Cervantes aclara que no quiere ser irrespetuoso con todo el deporte adaptado en conjunto. Pero sí considera necesario precisar que existen categorías cuyo recorrido es más complicado que otros. Por ejemplo, explica que existen hasta cuatro divisiones en su disciplina de acuerdo al tipo de discapacidad. En la clase básica de algunos deportes, existen apenas un puñado de competidores, por cual su participación paralímpica es por medalla directa.
En su categoría, después de competir a nivel mundial, Cervantes debe alcanzar una marca mínima para poder clasificar a unos Juegos Paralímpicos. Ahí empieza en eliminatorias para avanzar a una semifinal, de donde puede conseguir el boleto para la competencia por las medallas.
“Si en algunas categorías hay ocho competidores en todo el mundo, en la mía hay 250 o 300 que buscan ir a unos Juegos Paralímpicos”, abunda Cervantes; “en Tokio estuvieron los 25 mejores de todo el mundo. Rivales bien fuertes con lo que tuve que darme en la madre. Esto es deporte de verdad”.
Si hay que superar una adversidad, no es precisamente relacionada con el cuerpo del atleta. La tecnología en el equipo deportivo también se ha desarrollado hasta alcanzar niveles de máxima sofisticación en sillas de ruedas, componentes o prótesis, que pone en desventaja a los competidores con menor acceso a esos recursos.
La silla de Juan Pablo ya resiente cinco años de trabajo duro y reparaciones sobre reparaciones; tanto que contrasta con los mejores equipos de algunos rivales, principalmente europeos.
“Al final no es el equipo, sino quien lo usa, la persona que le pone la pasión; pero es cierto que un equipo que no está en las mismas condiciones que el de los rivales merma rendimiento. Mi silla ya está parchada sobre parches, soldaduras y demás; ya no está vigente, si la comparamos con las que llevaban algunos velocistas en Tokio.”
Recuerda en particular a un competidor europeo con una silla de ruedas con lo último en tecnología de diseño y materiales. “Un avión” comparado con el equipo de Juan Pablo, al que hubo que cambiar baleros con un costo de 14 mil pesos,que salieron de su propio bolsillo.
“A la hora de la competencia ya se te olvida que tu rival puede tener lo más nuevo en tecnología y lo que predomina es el ego del atleta, de saber que si tu adversario puede, tú puedes más”, dice orgulloso; “es una pena que los atletas mexicanos tengamos que luchar ante las autoridades contra esa desventaja: la de los recursos para entrenar y conseguir los materiales adecuados”.
En esas condiciones y con esa silla “parchada”, Juan Pablo ganó dos oros en los Juegos Parapanamericanos de Lima 2019, en 100 y 400 metros, y bronces en el Mundial de Dubai y en el Grand Prix de Suiza, todos en ese mismo año.
A pesar de llegar a Tokio entre los primeros cinco del ranking mundial, no pudo acudir con su entrenador y auxiliar. El argumento que le dieron fue que sólo podían viajar acompañados los primeros cuatro lugares; por lo tanto tendría que ser asistido por los entrenadores disponibles en la delegación mexicana.
“No es lo mismo”, expone Juan Pablo; “claro que me ayudaron allá, pero esos entrenadores tienen como prioridad a sus propios atletas, entonces uno que no trabaja con ellos queda en segundo plano. Me tocó ser entrenador, auxiliar y atleta. Pero ya estoy acostumbrado, siempre me dejan solo”.
Todo eso –pone énfasis–, no se ve cuando se habla de “las hazañas de la gente especial”. Un trabajo cotidiano y demandante como el de cualquier atleta con o sin discapacidad. No son héroes ni seres excepcionales –recuerda–, sino personas que batallan todos los días con la vida y tratan de ser más veloces y fuertes que sus adversarios.